Pablo Echenique Robba nació en Rosario, provincia de Santa Fe (República Argentina) en agosto de 1978. Sus padres, Enrique e Irma (él, economista y marino; ella es abogada) se separaron cuando el niño tenía seis años y el pequeño Pablo quedó al cuidado de su madre, en Argentina, pero durante años pasó los veranos con su padre, en Aragón. Eso le hizo criar uno de los odios más intensos de su vida, que es el odio a los aviones.
Los problemas comenzaron cuando los padres se dieron cuenta de que el crío no gateaba. Le diagnosticaron atrofia espinal muscular, una enfermedad hereditaria y degenerativa. Como el propio Echenique ha dicho alguna vez, “yo tenía que haberme muerto a los dos años, pero aquí sigo”. Más o menos al cumplir los trece, Pablo, su madre y su hermana Analía se vinieron a a vivir a España, donde el sistema sanitario ofrecía al chico mejores cuidados. Se establecieron en Zaragoza. Echenique tiene una discapacidad del 88% y se desplaza en una pesada silla de ruedas automotriz que maneja con la mano izquierda. No le queda apenas rastro –cosa rara– del acento argentino, pero sí se le nota, al hablar, que se crio en Zaragoza.
La naturaleza, que quitó a Pablo la movilidad corporal, le compensó con una inteligencia muy por encima de lo normal. Leía a los tres años. En el colegio, le interesaba mucho más estar en la calle con los amigos y hacer el gamberro que estudiar. Eso lo solucionaba mirando los libros o los apuntes media hora antes del examen. Y aprobaba sin dificultad: su hábitat académico normal estaba en la zona del sobresaliente.
Echenique, en aquellos años, era un liberal de tomo y lomo. Más aún: un neoliberal de pata negra
En su juventud tomó dos decisiones muy importantes, una casi lógica y la otra, pues no se sabe. La primera fue abandonar su primera intención, que era estudiar ingeniería de Telecomunicaciones, y matricularse en Física. El éxito fue absoluto. Pablo Echenique es uno de los físicos teóricos más importantes de España y la defensa de su tesis doctoral sobre el plegamiento de las proteínas (uno de los problemas sin resolver de la biología molecular) le proporcionó uno de los primeros grandes triunfos de su vida, con todo el mundo allí aplaudiendo al “cascao” o al “retrón”, que es como Echenique se llama, con humor, a sí mismo y a las personas discapacitadas. Aquel día se emocionó extraordinariamente: “Más que en los mítines”, dirá. En 2009 fue nombrado científico titular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en el Instituto de Química Física Rocasolano. Y es colaborador extraordinario en el departamento de Física Teórica de la Universidad de Zaragoza.
La segunda decisión que tomó fue meterse en política. Y eligió, cómo no, un partido que iba bien con su forma de pensar, con su carácter combativo, radical y rompedor: Ciudadanos. Echenique, en aquellos años, era un liberal de tomo y lomo. Más aún: un neoliberal de pata negra. Lo dice él mismo: “Me parecía apropiado que EE UU invadiese Irak, pensaba que la ‘libertad’ estaba por encima de todo y creía en todos esos eslóganes que los asesores capitalistas le susurraban a ZP en el oído”.
Echenique confiesa que, por esa misma época, era bastante asquerosito con las comidas. Un tiquismiquis al que había muchísimas cosas que le daban asco y que no probaba. Pero cuenta que en un momento dado se produjo (no sabe por qué) un cambio radical en su vida: en dos meses empezó a comer de todo y, al mismo tiempo, abjuró de la sagrada fe del neoliberalismo conservador y se volvió más rojo que las amapolas. Todo a la vez.
Es muy activo en las redes sociales. Estas han tenido gran importancia en momentos decisivos de su vida. Uno, por ejemplo, cuando se enamoró de una hermosa venezolana, María Alejandra Nelo Bazán. Echenique estaba buscando su despacho en la universidad de Zaragoza y no lo encontraba. Fue cuando la vio. Tímido a pesar de todo, no se atrevió a pedirle el teléfono. “Pero ella me añadió en Facebook”, dice, soñador, y esa fue la romántica y definitiva prueba del cariño, del amor constante más allá de la muerte. Se casaron, cómo no, y casados siguen desde agosto de 2012, cuando viajaron a Tenerife para la ceremonia porque Echenique no soporta el frío (otro de sus odios, junto con los aviones) y porque en aquel pueblito isleño no había lista de espera para celebrar bodas. Tenían prisa.
La carrera política de Echenique en Podemos ha sido parecida a su carrera académica como físico: imparable. Cuatro meses llevaba en el partido cuando fue elegido eurodiputado
Otro momentazo “redes” en la vida de Echenique fue cuando decidió unirse a Podemos, de cuyo nacimiento hacía poco que se había enterado. ¿Y cómo lo hizo? Pues muy sencillo: escribió un “tuit” público a Pablo Iglesias poniéndose a su disposición. Funcionó. Era enero de 2014.
La carrera política de Pablo Echenique en Podemos ha sido parecida a su carrera académica como físico: imparable. Cuatro meses llevaba en el partido cuando fue elegido eurodiputado. Fue uno de los creadores de aquella célebre expresión, “la casta”, que hoy yace sepultada en lo más recóndito de los jardines palaciegos de Galapagar. En Bruselas, a donde se empeñaba en ir en tren para escapar de los aviones, se ocupó de los discapacitados y, cómo no, de la ciencia. Fueron tiempos felices y cantarines. A Echenique le gusta mucho la música (Serrat, por ejemplo), y nadie que lo viera habrá olvidado aquel vídeo de una entrañable fiestecilla entre compañeros en la que Pablo, contento y feliz después de unas cuantas libaciones, sacó una sorprendente voz baritonal de maño adoptivo y se arrancó a cantar una melodiosa y educativa jota, cuya letra explicaba qué era lo que chupaba Dominga, que venía de Francia; qué era lo que chupaba, que tenía sustancia. La interpretación, muy afinada y notable desde el punto de vista vocal, fue celebrada con risas y nutridos aplausos de la numerosa concurrencia.
Febrero de 2015: secretario general de Podemos en Aragón, abrumadoramente elegido por las bases del partido. El mismo año, diputado en las Cortes de Aragón (deja el frío de Bruselas). Al año siguiente, a propuesta de Pablo Iglesias, es nombrado nada menos que secretario de Organización del partido (llevaba dos años y dos meses de militante). Echenique estaba en la cresta de la ola, pero no pudo dejar de ver cómo, en aquella trepidante fiesta política que era Podemos, había globos que de pronto se pinchaban. Y desaparecían. Unas veces por unos motivos y otras por otros, pero pasaba con extraña frecuencia. Carolina Bescansa. Luis Alegre. Íñigo Errejón. Juan Carlos Monedero. A los cinco años de la creación del partido, el único de los fundadores que continuaba en su sitio era el jefe, Pablo Iglesias. Pero los demás… Gemma Ubasart. Nacho Álvarez. Tania González (la consorte). Ángela Ballester. Todos, en un momento u otro, caídos por Dios y por Iglesias.
Echenique, que es un romántico y un apasionado pero que no debe de haber perdido ni un átomo de su inteligencia, sin duda tiene claro que esa es la enfermedad de los partidos cuya eclosión es rápida, impetuosa… y desde luego populista. Mientras algún compañero (o compañera) se decide a regalarle una lámina con el célebre cuadro del aragonés Francisco de Goya, Cronos devorando a sus hijos, Echenique se ha visto alcanzado por la enésima salpicadura judicial que ha manchado a Podemos desde su fundación: el caso Neurona, en el que el juez investiga la presunta financiación irregular del partido. Un partido del que Pablo Echenique es apoderado. “Es natural que aparezca mi nombre, soy apoderado”, dice él. Y es verdad, a lo mejor no pasa nada. Pero a lo mejor esta vez sí.
Echenique, que lleva su discapacidad física con toda naturalidad, jamás ha consentido que le traten como a un pobre enfermito ni que le miren con compasión. Pero ahora le está pasando… con sus propios compañeros, que le miran y le tratan con espeluznante amabilidad. Quizá Cronos siga devorando a sus hijos y quizá también a este doctor en Físicas acabe por pasarle factura un gravísimo defecto que él no habría podido evitar aunque hubiese querido: ser mucho más inteligente que su jefe.
La mantis religiosa
La mantis religiosa es un llamativo insecto mantodeo de la familia de las mantidae, valgan las dos redundancias. Se le llama también santateresa, mamboretá, campamocha o tatadiós, y esta nomenclatura de aires piadosos procede de la posición en que suele llevar las patas delanteras, recogidas y dobladas bajo la cabeza, lo cual le otorga un aspecto aparentemente rezador y eclesial. Caza al acecho. Se esfuerza en no despertar recelo en sus potenciales víctimas, a las que diríase que llega a tratar con camaradería y confianza. Y luego se las come. Sus rezadoras patas delanteras están erizadas de espinas de las que casi ningún bichejo incauto consigue escapar. Pero esto solo lo ven las víctimas en el último momento, cuando ya nada tiene remedio, compañero.
Hay un claro dimorfismo sexual. El macho es más pequeño que la hembra, diríase más canijo y de colores más apagados. Cuando le apetece aparearse, la hembra emite feromonas, señales volátiles, vibrantes consignas que atraen irresistiblemente al macho, más chiquitillo pero romántico y apasionado. Y muchas veces (no todas), cuando se produce el apareamiento, la eclesiástica hembra se lo come. A veces después de la cópula. Otras veces durante ella, aunque tiene cuidado de no matarlo hasta haberle extraído todo lo que tiene. Así una vez y otra, compañero tras compañero. Y lo curioso del asunto es que el macho, mientras lo están devorando, sigue convencido de que era él quien tenía razón.