Borja Sémper (Irún, 1976) tuvo que padecer situaciones que hoy, en esta época líquida del tuit fácil, la memoria olvidadiza y la política populista, parecen inverosímiles. En una ocasión, siendo aún un veinteañero, tuvo que irse a vivir durante quince días a las oficinas de la delegación del Gobierno porque ETA quería asesinarlo. En otra, aparecieron pintadas contra él en la facultad donde estudiaba. Situaciones que jalonaron la carrera de un político que siempre fue un heterodoxo y que ahora se marcha hastiado.
Su principal referente político era y siempre será Gregorio Ordóñez, líder del PP vasco y concejal en San Sebastián al que ETA asesinó en enero de 1995. Tanto el ahora dimisionario como otros de su generación, entre ellos Santiago Abascal, líder de Vox, tenían en Ordóñez el espejo en que mirarse. Y tuvieron que vivir escoltados en los años noventa y en la primera década del siglo XXI porque la banda terrorista también los quería borrar del mapa. Al igual que les pasaba a sus colegas del PSE.
Vivir con escolta por defender unas ideas políticas modula a cualquiera. Que te quieran matar por pensar diferente y asistir a los entierros de compañeros del partido asesinados por ello deja heridas que no cicatrizan. Sémper intentó siempre que esas heridas no nublasen su juicio. Que el odio del pasado no venciera a la esperanza del futuro. Pero a su optimismo se le han agotado las pilas.
Sorpresa...relativa
El abandono de la política anunciado este martes, a solo unos meses de las elecciones vascas, sorprende porque él mismo colideró junto a Alfonso Alonso la refundación del PP vasco. Querían una nueva voz, con un tono diferente, más amable y menos crispado, alejado de Vox y cercano a los ciudadanos, un "discurso adaptado a la realidad vasca" sin renunciar a los principios del partido, como explicaba en una entrevista con este diario.
Quizás su marcha, lo reconozca o no públicamente, parte precisamente de que en Génova 13 no entendieron esa apuesta por la idiosincrasia propia del PP vasco. El ahora dimisionario apostó en las elecciones municipales del 26-J por una campaña diferente, fiel a su propia heterodoxia personal. Escondió las siglas del PP del cartel electoral y eligió un lema rompedor: "No es política, es San Sebastián".
"Intento emular a Gregorio Ordóñez, incluso a Odón Elorza, al poner la ciudad por encima de las siglas", afirmó en una entrevista. La tormenta de críticas no se hizo esperar. Pero los resultados le dieron la razón. Porque en la cita con las urnas su candidatura a la alcaldía de San Sebastián al menos igualó las cifras precedentes (tres concejales) en un contexto de enorme retroceso del partido en toda la comunidad.
Pero la sorpresa por el adiós es relativa. En los últimos tiempos, su disgusto con la dirección nacional era innegable. Le desagradó que Cayetana Álvarez de Toledo les acusase de "tibieza" y, por ello, contestó, contra su estilo habitual, con aquella frase demoledora: "Mientras algunas caminaban sobre mullidas moquetas, otros nos jugábamos la vida defendiendo la Constitución".
Tampoco le gustó cómo Pablo Casado confeccionó las listas de las elecciones generales como lo hizo. El líder del PP apostó por un hombre de su total confianza, Íñigo Arcauz, para Guipúzcoa, terreno controlado por Sémper, tanto el 28-A como el 10-N. Las fricciones estaban ahí, tan sólidas como evidentes, y no se han arreglado a tiempo. Pese a su carácter dialogante y afable, más accesible de lo habitual para los medios, no ha habido solución.
Una larga trayectoria
La marcha de Sémper termina con 25 años de carrera política y supone, de alguna manera, el final simbólico de una generación de políticos vascos que nacieron con ETA asesinando, lucharon contra ella jugándose la vida y la vieron desaparecer entre lágrimas de felicidad. Entraron muy jóvenes en política, cuando muy pocos querían engrosar las listas del PP.
En el caso del ahora dimisionario, se afilió en 1993, con apenas 16 años. Accedió a su primer cargo público dos años después, cuando fue elegido concejal en Irún (Guipúzcoa). Localidad natal en la que a partir de 1999 fue teniente de alcalde y delegado de Urbanismo. Fue en aquellos tiempos cuando intentaron sobornarlo y corromperlo, según cuenta en su libro Sin complejos (Destino, 2013).
Llegó al Parlamento vasco en 2003 y ahí ha permanecido hasta ahora. Se convirtió en portavoz en la cámara vasca tras la crisis de 2013 que acabó con el abandono de la política de la expresidenta del PP vasco Arantza Quiroga, enfrentada con él por la confección de listas electorales. Antes, en 2009, había sido elegido como presidente del PP guipuzcoano con el 95% de los votos.
En las generales de 2015 y 2016 intentó dar el salto al Congreso de los Diputados, pero su partido no obtuvo representación por Guipúzcoa. Como ya se ha dicho, en 2019 encabezó la candidatura en San Sebastián con un discurso propio, alejado de la crispación y centrado en cuestiones inhabituales en su partido como el medio ambiente. Esa sería, a la postre, su última batalla electoral.
Porque ahora, por sorpresa, aunque relativa, dejará sus cargos como parlamentario en Vitoria, concejal en San Sebastián y presidente del PP guipuzcoano. Tendrá más tiempo para sus tres hijos y su pareja, la actriz Bárbara Goenaga. Y para escribir poemas como los de su libro Maldito (des)amor. Para cultivar, en suma, la heterodoxia que ya no cabía en la política actual.