En las calles de Irún (Guipúzcoa), tradicional zona de paso, abundan los grupos de migrantes africanos. Personas que buscan un futuro mejor, que llevan ya a sus espaldas un largo viaje y que en muchos casos arrastran cruentas vivencias que prefieren no contar cuando se les pregunta, acaso porque no confían, ya hartos de demasiadas decepciones. Están aquí con un único objetivo: cruzar a Francia. Y van a luchar para conseguirlo.
Miles de migrantes, en su mayoría procedentes del África subsahariana, llegan cada año a la estación de autobuses de esta ciudad vasca de 60.000 habitantes porque quieren pasar al país vecino. Al otro lado de la frontera está el destino soñado de su viaje. Solo tienen que atravesar el Puente de Santiago, pero cuando lo intentan se encuentran fuertes controles fronterizos que les impiden entrar en suelo galo.
Las opciones que les quedan son pocas y ninguna resulta apetecible. Como resignarse y dar marcha atrás no es una posibilidad, pueden seguir intentándolo sine die por las vías habituales, pueden cruzar el río Bidasoa a nado con los peligros fatales que ello entraña o pueden pagar entre 150 y 200 euros a las mafias que operan en la zona.
Esa es la difícil elección a la que se enfrentan cada año varios miles de inmigrantes que pasan por esta localidad cercana a San Sebastián. Y, escojan lo que escojan, saben que si consiguen su objetivo pero las autoridades francesas los encuentran, los introducirán en una furgoneta y los devolverán a España sin pestañear. Pero no se rinden. Acaso porque no hay alternativa a su huida del hambre y la miseria.
Dos testimonios
No quieren hablar, pero logramos vencer sus resistencias a cambio de anonimato. Moussa (nombre ficticio) explica que cruzó el Estrecho en patera. Lleva seis meses en España. Cuatro autobuses y mil vivencias después está aquí, en una localidad de la que nunca antes había oído hablar, esperando pasar a Francia. Pagó para lanzarse al mar en una embarcación cutre y abarrotada que navegó durante los quince kilómetros más largos e inolvidables de su vida. Y ahora un río tan pequeño (pero tan traicionero) le separa de su esperanza. Paradojas de vidas que parecen mentira.
Adú, al que bautizamos así en honor a una maravillosa película que habla de estos fenómenos migratorios tan olvidados, cuenta que ya ha intentado atravesar el puente "unas diez veces". Se ha inventado excusas diferentes por si acaso, ha vestido de formas distintas y ha rezado una y otra vez en sus intentos, pero narra resignado que siempre le paran, le piden los papeles que no tiene y lo envían de vuelta.
La opción más peligrosa
Casi a diario migrantes que podrían llamarse Adú o Moussa o de cualquier otra forma eligen la opción más peligrosa. Es decir, cruzar el río Bidasoa a nado. Muchos lo consiguen pero otros no: hay migrantes que se ahogan. Es el caso de Sohaïbo Billa, costamarfileño fallecido el pasado noviembre. O de Abdoulaye Koulibaly, joven de Guinea Conakry de 18 años que pereció en estas aguas en agosto del pasado año. O de Yaya Karamoko, oriundo de Costa de Marfil que vio terminar sus 29 años de vida cruzando en mayo del mismo 2021.
A falta de confirmación oficial, puede que también sea el caso del senegalés Ibrahim Diallo, de 24 años, que desapareció al cruzar el río hace unos días. Las autoridades buscaron su cuerpo durante cinco jornadas pero no lograron encontrarlo. El desenlace se antoja fatal otra vez. Demasiadas tragedias y demasiados sufrimientos para que quepan en un reportaje.
Los números son reveladores. Hasta 8.000 personas fueron atendidas en 2021 en el refugio de Irún que gestiona la Cruz Roja. Muchos de ellos, además, contaron con el apoyo de Irungo Harrera Sarea, una plataforma ciudadana que pusieron en marcha un centenar de vecinos allá en 2018, cuando el flujo migratorio creció sobremanera.
Nahia Díaz de Corcuera, responsable autonómica de atención y asilo de Cruz Roja, explica a Vozpópuli que el programa con el que trabajan empieza en la costa, sea en Canarias o en Andalucía, adonde llegan estos inmigrantes. Tras las primeras atenciones en suelo español, "hay personas que tienen definido que su migración no termina en España sino que deciden continuar ese tránsito hacia países del centro y norte de Europa". Y atraviesan el país hasta que llegan al norte, en muchos casos a Irún.
Es obvio, como se ha dicho, que la mayoría viaja a Francia. Porque muchos provienen de países como Costa de Marfil, Mali o Guinea Conakry, que fueron colonias de la nación gala en el pasado y que, por ello, hablan francés o incluso tienen familiares en el país vecino.
En el recurso de Hilanderas ubicado en la localidad guipuzcoana miembros de Cruz Roja, la mayoría voluntarios (121 el pasado año) y varios profesionales (8), atienden a los que llegan. "Nuestro dispositivo se dirige a personas que tienen claro que continúan camino. Tras al restablecimiento, la atención básica que se ofrece es una zona de descanso y la posibilidad de cargar teléfonos para que mantengan el contacto con sus familias".
Los migrantes reciben también asistencia sanitaria. Se les entrega ropa y calzado. Y, sobre todo, se les ofrecen "sesiones de prevención". Les advierten de que "no crucen a nado" y de que "no todos los ofrecimientos de apoyo que reciben son fiables". En suma, les informan para que sean conscientes de los riesgos. Pero luego ellos son los que eligen qué hacer. Y, pese a que se lo desaconsejen, muchos, como ya se ha dicho, intentan cruzar a nado el río. Algunos lo hacen tras varios intentos infructuosos de cruzar por las vías legales. O incluso cuando ya han conseguido pasar pero han vivido el trago de ser devueltos.
Los apenas cincuenta metros de anchura del río provocan que los inmigrantes se confíen pero todos los que residen en la zona insisten a este periódico en que el Bidasoa es un lugar peligroso, donde abundan las corrientes. El pasado noviembre, a raíz de otro de los ahogamientos, los alcaldes de Irún, Hondarribia y Hendaya denunciaban el aumento de los controles en la frontera y afirmaban que "no queremos convertir el Bidasoa en una trampa mortal". La realidad es que esa trampa sigue incólume en su sitio.
Josune Mendigutxia, voluntaria del citado colectivo ciudadano, explica a Vozpópuli que la idea de organizarse y ponerlo en marcha "surgió por la necesidad que había por atender a un grupo de migrantes de origen africano que andaban perdidos por la estación sin que nadie les hiciera el más mínimo caso; eran invisibles a pesar de ser grandotes y negros".
"Un control racista"
Esta irundarra denuncia que "la frontera está absolutamente cerrada amparándose en un control antiterrorista" pero que "en realidad es un control racista porque solo se les impide el paso a las personas negras o de origen árabe". La citada plataforma de la que forma parte coloca unas mesas en una plaza del centro del municipio, desde donde cada día acompaña e informa a los migrantes que llegan. "Les insistimos en que el Bidasoa no es la vía, es una barbaridad que estén muriendo aquí".
En un lugar como Irún, donde históricamente se hacía contrabando de tabaco, ahora se contrabandea con inmigrantes africanos
Claro que la otra elección, la de pagar a pasantes ente 150 y 200 euros, tampoco es que sea deseable. Entre otras cosas porque los migrantes pueden ser estafados. También porque esta vía refuerza el papel de las redes mafiosas que se dedican a esta tarea. En un lugar como Irún, donde históricamente se hacía contrabando de tabaco, ahora se contrabandea con inmigrantes africanos. Así de crudo. Así de real.
Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad tanto españolas como francesas ya han desarticulado a varios grupos que se dedicaban a pasar personas de un país al otro. Pero el negocio continúa porque es demasiado goloso para los delincuentes.
La voluntaria de Irungo Harrera Sarea recuerda que "hablamos de personas, de gente que llevan sus tragedias a cuestas, que vienen de países en guerra o donde se violan los derechos humanos; gente con la que nosotros tendríamos que ser mucho más solidarios, teniendo en cuenta que somos los europeos los que nos llevamos sus recursos naturales".
A su juicio, lo que se está haciendo mal es "cerrar la frontera de esa manera tan descarada y racista" y lo que se puede hacer para evitar el problema es "justo lo contrario, que es abrir la frontera, dejar que la gente pueda moverse, que se abran corredores seguros para estas personas, que haya más libertad para estas personas".
La portavoz de Cruz Roja, por su parte, afirma que "lo que siempre pedimos es que las personas puedan tener rutas seguras, para que quienes persiguen un punto de destino puedan hacerlo con seguridad". Y añade que los dos estados, Francia y España, "tendrán que adoptar las medidas oportunas para evitar tanto que operen redes que vulneran los derechos humanos como que se adopten rutas de riesgo".
Todos los consultados en las calles de Irún, sea su piel del color que sea, tienen la sensación de que esta es una problemática tan grave como silenciada. Ni siquiera ahora, cuando se habla más de refugiados por la guerra de Ucrania, lo que pasa en esta frontera llega a los telediarios. Eso solo ocurre si alguno de los que cruzan nadando fallece en las aguas del Bidasoa. Entonces, cuando la muerte golpea, sí interesan las historias de los Sohaïbo, Yaya, Moussa o Adú de turno.