Un 95 por ciento de los delegados proclamaron de nuevo presidente a Mariano Rajoy. Idéntico resultado que en Sevilla, hace cinco años. Allí funcionó la euforia de la recién conseguida mayoría absoluta. Ahora se ha impuesto la fortaleza de un líder que controla sin miramientos el aparato. El PP ha perdido más de tres millones de votos pero Rajoy mantiene en su partido el mismo porcentaje de hace un lustro. El partido se desgasta. Rajoy, no.
“Todavía puedo dar mucho más”, aseguró ante los tres mil delegados reunidos en la inhóspita Caja Mágica de Madrid, esa especie de centro penitenciario, todo hormigón y corrientes de aire, que levantó el alcalde Gallardón cuando aún se pensaba olímpico. En justa venganza, Rajoy le borró este sábado de su Ejecutiva. Uno menos. Todo el aznarismo, arrojado por la borda. Sólo sobrevive Javier Arenas, que logró el respaldo unánime de los compromisarios a su ponencia económica.
La carrera del ‘posmarianismo’ sale del Congreso desarbolado y sin aliento. Vuelta a empezar. Cronómetro a cero. Dolores Cospedal mantiene su secretaría pero pierde espacios de poder. El ‘jefe’ le impuso galones a Fernando Maíllo, quien se convierte en el ‘factótum’ de Génova, el hombre que dirige la sala de máquinas, ‘coordinador general’, responsable de organización y de la arquitectura electoral. Una responsabilidad clave en el periodo que ahora se abre.
Empieza la gran renovación
El partido renovará su estructura en regiones y pueblos. Decenas de congresos menores de importancia suprema. Rajoy quiere al partido renovado y engrasado para recuperar el poder territorial perdido en mayo de 2015. Puesto a punto por si aparece Pedro Sánchez en el horizonte y hay que ir a unas nuevas generales. El partido va a cambiar sus caras, sólo Rajoy permanece.
El presidente le ha aplicado a Cospedal la misma medicina que en su día le administró a Soraya Sáenz de Santamaría. A la vicepresidenta le arrebató la portavocía del Gobierno. Perdió presencia y foco. Dejó de aparecer cada viernes ante los españoles en la rueda de Prensa del Consejo de Ministros. Recibió a cambio, una misión envenenada: el ‘ministerio de Cataluña’. Los raquíticos frutos de la ‘operación diálogo' hablan por sí solos’.
Obsequió a Cospedal con el ministerio de Defensa, que llevaba incorporada la carga de profundidad del Yak 42, con dictamen del Consejo de Estado incluído. “Me enteré por la prensa”, confesó la ministra. Un golpe bajo. Y van… Recibió otro en este apacible Congreso, en forma de una enmienda descontrolada que casi le expulsa del vértice de Génova. “Una encerrona”, clamaban en su entorno con la mirada puesta en Maíllo, el responsable de la ponencia. Fue la única turbulencia en apacible cónclave de la familia popular.
Cospedal pierde el control de Génova como Soraya perdió los focos. Virtuosismo minimalista de Rajoy en el equilibrio de poderes. Sus dos mujeres, la ‘número dos’ del partido y la ‘número dos’ del Gobierno están de nuevo a la par.
Feijóo, el hombre invisible
Desde su rincón gallego, renovada su cómoda mayoría absoluta, Núñez Feijóo observa con prudencia la jugada. Se disfrazó en el Congreso de ‘hombre invisible’. Hasta llegó tarde a la vibrante ceremonia de presentación de Rajoy como candidato. No asoma apenas la cabeza aunque se maneja con soltura en las profundidades. El presidente de la Xunta conoce muy bien el partido y sabe que “hay Mariano para rato”.
Hasta el duelo de Vistalegre le ha salido bien. Rajoy necesita a un Podemos energúmeno y radicalizado para mantener al viento sus estandartes de único antídoto contra los populismos desaforados. Tan sólo teme la resurrección de Pedro Sánchez. Si ocurre, el recién renovado presidente del PP le daría una patada al tablero y pensaría en elecciones generales. De ahí la apuesta por Maíllo. El ejército del PP ya se ha puesto en marcha, por si hay que acudir de nuevo a las urnas.
El debate sucesorio sale muerto, más que anestesiado, de la Caja Mágica. Rajoy no quiere ni delfines ni herederos. Desde su inaccesible puente de mando, seguirá disfrutando con las intrigas y las pugnas intestinas. Soraya contra Cospedal, un clásico. Y Feijóo, la hipotenusa del triángulo. Mientras tanto, allá abajo, los ‘jóvenes cachorros’ de Génova, se consolidan. Todo está estudiado. El juego de equilibrios en el PP animan las tediosas tardes de Rajoy en la Moncloa.