Política

Solo tres de cada diez españoles creen en los órdagos de Puigdemont y que forzará elecciones

El Congreso aceptará a trámite la próxima semana la proposición de Junts que emplaza a Sánchez a someterse a una cuestión de confianza

A mayor órdago, menor credibilidad. Es la máxima con la que los ciudadanos interpretan a Carles Puigdemont, el árbitro de la política española. Esta semana, el expresidente catalán tuvo al Consejo de Ministros secuestrado durante horas. Cuando torció el pulgar hacia arriba, se pudo celebrar. Y aprobó un decreto ómnibus dictado a su medida que, esta vez sí, será convalidado por las Cortes.

La contrapartida fue que Pedro Sánchez dio autorización a Francina Armengol para que el Congreso de los Diputados tramite la proposición no de ley de Junts que le insta a someterse a una cuestión de confianza. Una propuesta que lleva meses bloqueada por orden de la Moncloa y que, finalmente, admitirá la Mesa de la Cámara Baja en su próxima reunión ordinaria. Más adelante, se votará en el Pleno. 

No obstante, sea cual sea el resultado, el presidente ya ha anticipado que se cogerá la iniciativa con papel de fumar. En su última rueda de prensa, recalcó que no veía necesidad de someterse a una cuestión de confianza. Y en ese caso, la mayoría de españoles [un 51%] cree que Junts no forzará un adelanto electoral, el fantasma con el que tratan de amedrentar al Gobierno cuando quieren elevar la factura. Así lo desvela la última encuesta de Hamalgama Métrica para Vozpópuli.

Desde que Junts registró su iniciativa, el Gobierno se ha cerrado en banda a tramitarla. Y para justificar la recogida de cable, Junts también ha tenido que modificar el texto, que ahora dice: "El Congreso insta al presidente del Gobierno a considerar la oportunidad de plantear una cuestión de confianza, conforme a la prerrogativa que le confiere la Constitución, atendiendo al carácter político, sin vinculación jurídica, de la presente iniciativa". 

Todo lo que se esconde tras este juego de naipes es la determinación de Puigdemont de tener por el mango la sartén de la gobernabilidad de España, para poder cobrarse todas y cada una de las exigencias que amarró con el PSOE para apoyar la investidura de Sánchez. Eso es, principalmente, una amnistía completa, que le permita regresar a España sin riesgo de ser detenido.  Aunque eso no depende del Gobierno, la pelota está en el tejado del Tribunal Constitucional. Y parece que el embrollo va para largo. 

Entre tanto, Puigdemont tensa la cuerda. Una y otra vez. La táctica empieza a ser más que conocida: amaga con romper. De hecho, escenifica la ruptura. Pero, en el último momento, todo vuelve a encauzarse y decide mantener con vida a Sánchez. Así ha sucedido en el inicio de este año. En menos de una semana, el líder independentista ha pasado de poner en jaque la legislatura al propinar al Gobierno su mayor varapalo parlamentario –con el rechazo del primer decreto ómnibus- a pactar una solución para que el segundo salga adelante sin el menor impedimento. 

La inestabilidad es la tónica dominante de la política nacional. Todavía hoy, el Ejecutivo ha sido incapaz de presentar siquiera unos Presupuestos Generales del Estado. Las negociaciones con los aliados del mal llamado bloque de investidura están en punto muerto. Todo depende de lo que quiera Puigdemont, quien parece tener de rehén a Sánchez. Aunque la realidad es que los dos se necesitan mutuamente. A estas alturas, resulta evidente que el último escenario que contempla Junts es el de unas elecciones que brinden opciones a la oposición y neutralicen su influencia.

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