Su nombre es Jordi Arias Fernández, pero desde hace tres años era un fantasma para las autoridades. Así logró convertirse en el mayor ciberestafador de la Historia de la delincuencia en España, según la Guardia Civil. Todo esto con apenas 23 años. Disciplinado, vanidoso, astuto, frío y sin escrúpulos, son algunos de los calificativos que usan los investigadores a la hora de describir a este joven delincuente cuya primera víctima fue su padre.
Según los responsables de la operación, empezó creando una página web en la que ofertaba artículos de Apple. Aún era un bisoño aprendiz de estafador y cometió errores como vincular la página fake a su nombre y facilitar el número de teléfono que entonces le pagaba su padre. Un día la policía se presentó en su casa preguntando por ambos. Desde entonces, la relación de este joven con sus progenitores no era la ideal, según las fuentes consultadas.
Con los años depuró su técnica y con la ayuda de un informático -que también ha sido detenido- creaba webs falsas de venta on line con tal calidad que parecían reales a ojos de los estafados. Ofrecía sobre todo aparatos electrónicos que nunca llegaban a los compradores. Además, para ampliar su negocio, Jordi Arias parasitaba perfiles con buena reputación en Wallapop, plataforma de compraventa que ha colaborado con las autoridades para desarticular la red.
Su orgullo herido
El ciberestafador contactaba con los responsables de estos perfiles bien valorados por los usuarios de la plataforma y les ofrecía un dinero a cambio de publicitar sus webs y productos en sus cuentas. Por uno de ellos pagó 100 euros, pero luego el usuario se negó a facilitarle los datos de su cuenta. Esto generó una cascada de mensajes amenazantes a los que ha tenido acceso Vozpópuli.
“No era el dinero, sino ver herido su orgullo al haber sido estafado”, contextualiza uno de los agentes. Finalmente se vengó de él facilitando su número de teléfono a las centenares de víctimas de sus estafas de tal manera que esta persona estuvo durante días recibiendo las quejas de todas las víctimas del ciberestafador.
Solitario, sin pareja ni amigos, su abuela era la única persona de su entorno más íntimo con la que mantenía relación este estafador al que la UCO de la Guardia Civil bautizó como Lupin, nombre de la operación que finalizó con su arresto el pasado 18 de junio. Tiene que ver con Arsène Lupin, el ladrón de guante blanco de las novelas del escritor francés Maurice Leblanc.
"Alguien me ha vendido"
“Alguien me ha vendido”. Esto es lo primero que le dijo a los agentes de la Unidad de Delitos Telemáticos de la UCO que le dieron caza en uno de los apartamentos que alquilaba para pasar desapercibido. Cada semana, uno diferente. Siempre con dos maletas tipo trolley a cuestas y nada más. Ahí terminó una escapada en la que se sabía perseguido por las autoridades.
Trataba de pasar desapercibido. No tenía una gran casa en su León natal ni un coche de alta gama. Tampoco llevaba una vida de gran ostentación, aunque el apartamento en el que fue detenido, en la Corredera Baja de San Pablo de Madrid, costaba 1.000 euros a la semana. Antes había estado alojado en los Apartamentos Princesa, también en la capital.
“Llevaba su vida a cuestas, una vida de fugitivo total”, relata uno de los investigadores a Vozpópuli. Los alquileres los hacía siempre a nombre de terceros a los que pagaba a cambio de que le dejasen usar su identidad. “Con dinero todo se puede comprar”, le dijo Jordi Arias a la Guardia Civil en uno de los interrogatorios. Él pagaba a una persona de su confianza que le daba protección y desempeñaba labores de contravigilancia para detectar si alguien le seguía. Esta persona aún no ha sido detenida.
También tenía a sueldo el informático que le diseñaba las páginas web falsas con las que imitaba a las grandes marcas de venta online. Así timó a miles de personas. Podía llegar a ingresar 300.000 euros al mes con sus estafas. Se grababa retirando miles de euros de cajeros mientras se jactaba de su éxito. Según le confesó a la Guardia Civil, su objetivo era seguir una temporada a ese ritmo y luego retirarse a disfrutar de su fortuna.
Sin rastro de su fortuna
El Instituto Armado todavía no ha dado con el dinero. Detectaron un trastero de su propiedad, pero al llegar a él no había nada. Barajan varias hipótesis, desde que lo tenga escondido en otro lugar hasta tenerlo a buen recaudo en paraísos fiscales. Otra opción es que lo haya invertido en Bitcoins, pero los investigadores creen que no se arriesgaría a invertir su fortuna en un sector tan inestable.
Para sus actividades recurría a mulas. Se trata de personas sin recursos o del mundo de la delincuencia que aceptaban prestar sus datos personales para que Jordi Arias abriese cuentas bancarias sin ser detectado. A cambio, él les daba algo de dinero, en torno a 250 euros. Si alguno trataba de jugársela, Lupin no dudaba en contratar sicarios para ajustar cuentas. No había ninguna institución en la que figurase este estafador con su nombre real. Es como si llevase tres años desaparecido.
Se reía de sus víctimas
No guardaba ninguna empatía por sus víctimas. A uno de los grupos a los que timó les envió una comunicación en la que les pedía disculpas por no haberles enviado el producto solicitado. Se comprometía a hacérselo llegar y les ofrecía un cupón de descuento para una segunda compra. En este cupón podía leerse el mensaje “mi segundo timo”.
En alguna ocasión, las víctimas llegaban a ponerse en contacto con él para echarle en cara su estafa. En un caso el damnificado era un guardia civil que se presentó como tal. “Estáis deteniendo a todos menos a mi”, le dijo de forma burlona. Se refería a los arrestos de las mulas que facilitaban sus datos para las cuentas corrientes a las que los estafados mandaban el dinero.
En otra de sus estafas se hizo pasar por la UCO enviando a sus víctimas y un formulario perfectamente falsificado. Era tal la cantidad de dinero que llegó a amasar que se metió en la cuenta de una de sus víctimas y ordenó una transferencia a una ONG por valor de 5.000 euros. En el concepto puso: “Y esto, para los pobres”.