El centrista Armin Laschet liderará el bloque conservador de la era post-Angela Merkel, tras contener a duras penas el ímpetu del derechista Markus Söder y lograr su designación como candidato a la cancillería en las próximas elecciones generales.
"Con el fin del mandato de Merkel se abren nuevos tiempos. Y nuestra tarea será organizarlos", afirmó Laschet, entre pronunciamientos de lealtad europeísta y advertencias contra las corrientes populistas. Fue una comparecencia breve, dos horas después de renunciar Söder a luchar por ese liderazgo.
El líder bávaro acató así el voto de la Unión Cristianodemócrata (CDU), que la madrugada anterior, tras una dramática sesión de su junta federal, ratificó su apoyo a Laschet.
Que la CDU, el partido que preside desde enero, apoyara a Laschet no debería ser noticia. Pero en el pulso mantenido entre el líder del partido matriz y el de la Unión Socialcristiana de Baviera (CSU) se escaparon bastantes votos para Söder procedentes de la CDU.
Supuestamente, esos apoyos proceden del nerviosismo que se ha apoderado de los conservadores. A la CDU/CSU la sitúan los sondeos cinco puntos por encima de sus perseguidores, los Verdes. Y todos los sondeos coincidían en que Söder supera en popularidad a Laschet.
El líder bávaro trató de hacer valer esa teórica superioridad de los sondeos ante las urnas. Pero Laschet logró recuperar las riendas y hacer que el voto recayera en los mandos del partido, no en la demoscopia.
Söder renunció, aunque salió de la disputa etiquetado como "el candidato de los corazones" -como le denominó el secretario general de la CSU, Markus Blume. El líder bávaro agradeció a "los muchos diputados" de la CDU y representantes de los "Länder" que estos días tuvieron la "valentía" de apoyarle.
En la frase había un tono de desafío persistente, con el que tendrá que vivir Laschet, gane o no las elecciones del 26 de septiembre. Por el momento, se ha evitado un giro a la derecha del partido dominante en la primera potencia europea.
Trincheras abiertas
En los medios alemanes han abundado estos días los titulares apocalípticos hablando de "pulso fratricida" en el bloque conservador. Pero también los comentarios de quienes recuerdan que la coexistencia entre el partido nacional, CDU, y el regional, CSU nunca fue armoniosa, aunque se denominen hermanados.
Los patriarcas respectivos, Helmut Kohl y Franz Josef Strauss, combatieron durante años. Strauss no cejó hasta ser candidato a la Cancillería -lo que logró en 1980, aprovechando que Kohl estaba debilitado por la derrota sufrida cuatro años atrás ante el socialdemócrata Helmut Schmidt.
Strauss no logró su objetivo, ya que fue reelegido Schmidt. Tampoco lo consiguió en 2002 el siguiente aspirante bávaro, Edmund Stoiber, a quien Merkel cedió a regañadientes la candidatura.
Haber dejado pasar, en su momento, a un líder bávaro no acabó con Kohl ni con Merkel. Ambos alcanzaron el poder a la siguiente ocasión. Y ambos compartirán probablemente el récord de permanencia en el poder -16 años para Kohl; a punto de cumplirlos, dependiendo de la fecha de su retirada, para Merkel-.
No todo es juego limpio
Las zancadillas entre correligionarios no son exclusivas del bloque conservador, aunque ayer la candidata de los Verdes, Annalena Baerbock, aplicó el término al pulso entre Laschet y Söder.
Los ecologistas, ahora un partido disciplinado y armonioso, resolvieron con exquisitez una candidatura que estaba entre Baerbock y su carismático copresidente, Robert Habeck, quien con la frase "el escenario es tuyo" oficializó su renuncia.
Pero en la memoria colectiva están imágenes como el rostro de dolor del verde Joschka Fischer, en 1999, al recibir el impacto de una bolsa de pintura roja que, además de dejarle un aparatoso lamparón en el traje, le rompió el tímpano.
Fischer era ministro de Exteriores del socialdemócrata Gerhard Schröder y generaba una especie de amor-odio en sus filas. El lanzamiento de la pintura se produjo en un congreso, durante un debate sobre la participación alemana en misiones de la OTAN que plasmó las contradicciones internas del ecopacifismo.
También por esa época se produjo uno los estallidos más sonoros en la familia socialdemócrata. Fue la intempestiva ruptura entre el centrista Schröder y su rival interno, Oskar Lafontaine, quien dimitió como ministro de Finanzas y de jefe de partido, arrastrando consigo al ala disidente, aglutinada ahora en La Izquierda.
Los socialdemócratas nunca se han recuperado del desgarro. Tampoco La Izquierda salió indemne. A la líder comunista Sarah Wagenknecht, pareja de Lafontaine, le estampó una tarta de chocolate en el rostro un descontento con su línea, en un congreso del partido tan tumultuoso como lo fueron en el pasado los de los Verdes.