La noche del 5 de noviembre de 2024 será un día grabado con letras de oro en la vida de Donald Trump. El candidato republicano, tras su calamitosa salida en 2020, completó un regreso triunfal arrasando a Kamala Harris en las elecciones presidenciales que decidieron el destino de los Estados Unidos para los próximos cuatro años.
Solo un presidente antes de Trump había logrado vencer una segunda vez al salir derrotado en su reelección. Fue el demócrata Grover Cleveland, quien ostentó el cargo entre 1885-1889 y 1893-1897, rompiendo el monopolio republicano que se había instaurado después de la guerra de Secesión.
Al margen de la contundencia, pues Trump superó a Harris por una diferencia abrumadora, sobrepasando cualquier predicción demoscópica, logró la mayoría absoluta en el Senado y una mayoría mínima en la Cámara de Representantes. Esto da vía libre a la administración republicana para llevar a cabo "la misión" que la providencia, en palabras del todavía presidente electo, Trump tiene preparada para América.
El trumpismo, que ahora es una corriente ideológica y vital ampliamente extendida por Estados Unidos, empezó siendo la rabieta de un empresario dolido en su orgullo. A estas alturas de la vida, explicar que Donald Trump es uno de los empresarios más importantes en la historia del país americano puede parecer baladí, pero no deja de ser un hecho remarcable.
Su carácter agrio y la personalidad arrolladora han sido dos señas de identidad de un Donald Trump que nunca ha generado grises entre sus iguales. Entre la gente de a pie, emprendedores y clase política siempre ha provocado, por igual, escalofríos y simpatías. La verborrea de la que adolece le ha costado más de un disgusto.
En 2011, solo tres después de acceder a la presidencia, Barack Obama, en la tradicional cena de corresponsales, sacó los colores a Donald Trump a propósito de los rumores difundidos, entre otros, por el empresario acerca de su lugar de nacimiento. Presentado el certificado de nacimiento por parte de la administración, Obama se despachó a gusto con el ahora presidente electo.
Una revancha, delante de una potente audiencia, que sirvió al exmandatario para reírse del republicano por una intervención en un programa de televisión. Para remate, el siguiente epitafio. "Sin duda, Donald traerá el cambio a la Casa Blanca". Lo que no sabía Obama es que aquella cura de humildad solo alimentó los deseos del magnate de entrar en el mundo de la política.
Años de abrirse hueco en la primera plana pública, aprovechando su tirón mediático para encarrilar una nominación que se concretó en 2016, cuando se enfrentó a Hillary Clinton en una de las elecciones presidenciales más recordadas en la historia de los Estados Unidos.
Cuatro años después, con una gestión económica fuera de toda duda, fue el posicionamiento negacionista de Trump con la pandemia de la COVID-19 lo que, unido a una campaña de desprestigio orquestada por gran parte del establishment americano, sacó por la puerta de atrás de la Casa Blanca al republicano.
Alentar el golpe al Capitolio y las acusaciones de amaño electoral emborronaron el final de un mandato que tenía visos de continuidad. A raíz de su adiós, una vorágine judicial e informativa se cernió sobre él, amenazando seriamente su candidatura de 2024. Circunstancia, la de su larga lista de cargos, que aprovecharon rivales y enemigos para asediarle a lo largo del año.
Sin embargo, Trump recrudeció su estrategia, retomando la línea dura de 2016 contra todo y contra todos. Invocando el espíritu de rebeldía de una sociedad norteamericana adormecida, sometida, según él, a las políticas woke de nuevo cuño que amenazan el viejo orden mundial.
El resultado final, como pudo ver el mundo entero la pasada madrugada, ha sido la de un triunfo sin paliativos de un líder nacido para servir en los tiempos más complejos. Nadie como él, producto manufacturado por la corporación América S.L., para guiar al país de países a través de una de las etapas con más inquietud de su historia reciente.
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