Michel Barnier pasará a la historia de Francia como “El breve”, tras ser defenestrado por la pinza Melenchón-Le Pen, a poco más de tres meses de mandato como primer ministro. No hubo sorpresa en la Asamblea y al negociador del Brexit le han mostrado la puerta de salida 331 diputados en un hemiciclo de 577.
Con un lleno hasta la bandera y un récord de periodistas nacionales e internacionales en el Palacio Borbón, la derrota de Barnier -conocido en Europa como negociador del Brexit- es para él una humillación no solo por convertirse en el jefe de gobierno más efímero de la V República (1958), sino por haber sido víctima de la unión de fuerzas antagonistas, los dos extremos de escenario parlamentario.
Su canto del cisne televisado del martes noche, su llamamiento desesperado para salvar su puesto y su presupuesto, no ha sido escuchado. Su mensaje apelando a la responsabilidad de los diputados desaparece con él en el despeñadero y pone a Francia rumbo a lo desconocido en el séptimo año de presidencia de Macron.
Sin sorpresa, Barnier ha tenido que escuchar las acusaciones “La Francia Insumisa” sobre su “ilegitimidad” por pertenecer a uno de los partidos menos votados en las elecciones de julio, por no haber respetado el “cordón sanitario” en torno a Marine Le Pen, por haber admitido compartir valores con la extrema derecha y por haber recurrido al artículo 49.3 de la Constitución y evitar el voto de los diputados para intentar aprobar el presupuesto de 2025.
La extrema izquierda considera “ilegitimo a Barnier” y pide presidenciales anticipadas
Eric Coquerel, portavoz de “La Francia Insumisa”, la formación que desencadenó la moción de censura antes que Marine Le Pen, afirmó que el partido de Jean-Luc Melenchón tiene un plan presupuestario que puede generar más de 56.000 millones de euros al Estado y rebajar el déficit público por debajo del 3%. A base de impuestos salvajes, no añadió. Coquerel terminó pidiendo la censura del gobierno Barnier y, como tampoco es una sorpresa, la convocatoria de elecciones presidenciales anticipadas, el verdadero objetivo de LFI y su caudillo, Melenchón.
Marine Le Pen, cuyo partido presentó también una moción de censura, justificó su decisión reprochando a Barnier no haber tomado medidas concretas para lo que ella considera las tres principales preocupaciones de los franceses: el poder adquisitivo, la inseguridad y el freno a la inmigración ilegal. Le Pen denunció también el ansia impositiva del proyecto arnier, preguntándose “a dónde van los impuestos si cada día son más elevados y los servicios públicos se deterioran cada día”.
La jefa de RN, que en la víspera justificó su censura por la negativa de Barnier a indexar las pensiones desde el primero de enero y no seis meses más tarde, como señalaba el texto del gobierno.
Le Pen tampoco sorprendió al Hemiciclo cuando acusó al boque centrista-macronista de haber maniatado e incluso chantajeado a Michel Barnier para impedirle tomar medidas más atrevidas. Como su colega y enemigo político del extremo opuesto, aseguró que, tras la derrota del gobierno, no habrá “shutdown”, término que la Francia pro-francófona ya ha adoptado sin vergüenza y que en EEUU significa la 'parálisis del Estado', en especial en el aspecto económico. También como su rival de extrema izquierda, responsabilizó a Macron de la crisis actual y, sin pedirlo, sugirió que sería mejor para su país que abandonara la Presidencia.
Le Pen justifica su pinza con los “cheguevaras de carnaval”
Para justificar el apoyo a una moción de censura co-suscrita por la extrema izquierda, Marine Le Pen subrayó que no comparten en absoluto “las ideas devastadoras de la extrema izquierda”, a cuyos representantes definió como “cheguevaristas de carnaval”. Para la líder de RN, la misión de censura “es una simple herramienta” y terminó recordando la alianza entre el bloque central-macronista y la extrema izquierda para evitar su victoria en las legislativas del pasado verano.
Ya antes del rejoneo político al que se sometió a Barnier, Emmanuel Macron se había puesto las pilas, según sus voceros, para limitar el periodo de vacío de poder y la inestabilidad de la que toda Europa y, en especial los mercados, son testigos. Algún allegado le sugiere ya intentar ampliar la base de apoyo de su futuro gobierno. Para ello, la actitud de los socialistas es clave.
El jefe del grupo parlamentario del PSF propuso en la Asamblea la formación de un gobierno liderado por la izquierda, pero abierto a acuerdos texto por texto con todas las fuerzas, excepto las de RN. Todo ello sellado en un llamado “acuerdo de no censura”. Macron intenta atraer al sector socialdemócrata del PSF, pero la dirección del partido no quiere desprenderse de la tutela de Melenchón, por simple cuestión de reparto de circunscripciones electorales que, unidos a LFI, puede darle mejores resultados, en las próximas legislativas. El nombre de Bernard Cazeneuve, exministro socialista del Interior con François Hollande, vuelve a sonar entre los sustitutos de Barnier, pero su candidatura ya fue rechazada por todo el bloque de izquierda, incluidos sus excamaradas socialistas.
En su última alocución en la Asamblea, Michel Barnier desgranó de nuevo la retahíla de medidas, según él positivas, incluidas en su presupuesto para la seguridad social y dejó como epitafio dos cifras que la moción de censura no borrará: 3,2 billones de deuda y 60.000 millones para dedicar al pago de los intereses de los préstamos internacionales que este año necesita Francia para seguir funcionando.
Macron, ¿ingeniero del caos?
Al jefe del Estado, que asistió al voto de censura en el avión en el que regresaba de Arabia Saudí, le corresponde la decisión de buscar un nuevo primer ministro que tendrá las mismas dificultades que su antecesor para aprobar un presupuesto aceptable para los tres bloques irreconciliables: las izquierdas (La Francia Insumisa, socialistas, comunistas y ecologistas), la formación de Marine Le Pen (“Reagrupación Nacional”) y el bloque de centroderecha que engloba desde el partido macronista “Ensemble pour la Republique” (EPR), el centrista “Modem” de François Bayrou, la derecha tradicional (Derecha Republicana, antes Los Republicanos”) y el partido “Horizons”, de Edouard Philippe, el que fuera primer jefe de gobierno de los cinco que Macron ha ya consumido.
Francia ha saltado hacia lo desconocido, pero, a diferencia de 1962, la última vez que el legislativo unió a sus dos extremos para tumbar un gobierno, no existe hoy una figura como la de Charles De Gaulle, que no se dejó amedrentar por la política partidista y renombró al censurado Georges Pompidou después de disolver la Asamblea y obtener una mayoría parlamentaria.
El origen de la crisis o lo que otros llaman “caos” hoy en Francia viene, precisamente, de la disolución decidida por sorpresa y para perplejidad de sus apoyos por Emmanuel Macron en el pasado mes de junio. Hasta el próximo verano no se pueden volver a convocar legislativas. Michel Barnier, como ha quedado demostrado, ha representado el difícil e involuntario papel de vicario del Presidente, el muñeco de vudú asaeteado por una mayoría de diputados con la imagen de Macron en mente.