Más de la mitad de los gobiernos del Viejo Continente estaban dirigidos en el inicio del siglo XXI por partidos socialdemócratas. En solo 24 años, esa hegemonía se ha esfumado y hoy solo Dinamarca y España colorean de rosa el mapa político de la Europa occidental. Socialdemócratas alemanes y suecos, los paradigmas que durante décadas hacían soñar a la izquierda reformista, luchan hoy para poder integrar gabinetes en coalición y han dejado de soñar con sus pasadas mayorías.
En 2010, el SPD sueco obtenía los resultados electorales más bajos desde 1914. En los comicios austriacos de 2008, el SPO cosecha su más triste derrota desde 1914. En las legislativas al Bundestag del 23 de febrero de 2025, el SPD de Olaf Scholz va a luchar por no quedar tercero, detrás de la derecha radical de “Alternativa para Alemania (AfD) y los favoritos, los conservadores cristianodemócratas y cristianosociales (CDU-CSU). Lejos quedan los años de supremacía socialdemócrata.
El trío formado por el alemán, Willy Brandt, el sueco, Olof Palme y el austriaco, Bruno Kreisky, eran para la izquierda moderada de los 70 y 80 ejemplos en la aplicación de políticas que desarrollaban espectaculares avances sociales para los trabajadores, en colaboración con un empresariado todavía no cegado por los focos de la mundialización y orgullosos de desarrollar un “capitalismo de familia”. Esa troika fue protagonista además de importantes iniciativas en el terreno de la diplomacia internacional de la época, como la guerra de Vietnam o la causa palestina.
Hoy, los tres políticos forman parte de la Historia y apenas cuentan ni siquiera como referencia para los actuales estudiantes -y profesores- de ciencias políticas. Sin embargo, para otros jóvenes que se preparaban entonces para gobernar, como en el caso de Felipe González, significaron mucho.
La crisis de la socialdemocracia es un asunto recurrente desde sus inicios, a finales del siglo XIX, pasando por el período de entreguerras o el choque petrolero de los años 70, pero nunca como en la actualidad se muestra tan agudo el declive del modelo que nació para hacer convivir el liberalismo económico y el reformismo social alejado del marxismo.
Del apoyo obrero, al de la clase media
¿Es la actual una crisis coyuntural? Los especialistas enumeran diferentes razones para explicarla. Vozpópuli ha conversado sobre el asunto con el politólogo Jan Rovny, formado en Suecia, Estados Unidos y Canadá, y hoy profesor en “Centro de estudios europeos y política comparada” en SciencesPo, la prestigiosa universidad de élite parisina.
El politólogo checo cree que la socialdemocracia no vive una crisis particular, sino que está en declive estructural constante desde hace tiempo y pone como ejemplo el caso alemán, donde el SPD arrastra una crisis duradera. La realidad, dice, es que “los partidos socialdemócratas europeos ya no podrán obtener porcentajes de votos del 40%, como en los años 70 e, incluso en los 90”.
Rovny estima que el voto socialdemócrata desaparece a medida que la clase trabajadora tradicional va diluyéndose a partir de la década de los 70. “Fue aproximadamente hacia finales de los años 1980 y 1990 cuando los partidos socialdemócratas comenzaron a ampliar su base y dirigirse hacia las clases medias, en particular los trabajadores del sector público. Conquistaron parte de ese electorado, pero ese mismo segmento se lo disputaron después otras fuerzas políticas, como el centroderecha, los ecologistas o, incluso, otras formaciones de izquierda más radicales”.
Proletariado V “precariado”
Los votantes de izquierda moderada no cambiaron de bando, según Rovny, sino que simplemente desaparecieron porque la llamada clase obrera dejó de serlo para convertirse en clase media. Tras la debacle financiera de 2008, que algunos interpretaron como “la crisis final del capitalismo”, la antigua clase obrera, lo que se antaño se denominaba proletariado dio paso, según Rovny, al “precariado”: trabajadores “poco cualificados, destinados a sectores como la limpieza, restauración, servicios de seguridad o transportes”.
En definitiva, lo que se ahora se conoce como "uberización", trabajos precarios protagonizados por un sector que nuestro interlocutor describe como “una nueva clase de origen mayoritariamente inmigrante, con pocos medios de organización y sin adscripción política fija". “La contra-cultura obrera”, asegura Jan Rovny, “a través de la cual los trabajadores tomaban conciencia de su identidad y de su fuerza transformadora, fue desapareciendo”.
De ese “Estado providencia” creado en el Norte de Europa también disfrutaron millones de de inmigrantes, acogidos en esos países con tal generosidad que, años más tarde, y, especialmente después del famoso “Wilkommen” a los refugiados de Angela Merkel en 2015, se ha convertido en un factor que muchos de los ciudadanos “nativos” ven como un grave problema, no solo en cuanto al coste de los servicios sociales, sino en materia de criminalidad e inseguridad, tanto física como cultural. Los partidos de derecha radical, que crecen de forma espectacular, son uno de los principales competidores electorales de los socialdemócratas en países como Alemania, Suecia, Finlandia, Holanda o Dinamarca.
“No, no estoy de acuerdo”, responde Rovny: “Lo que quiero decir es que la derecha radical es el primer competidor en todas partes y para todos los partidos. Tanto la izquierda como la derecha tradicional están presionadas. Mire el caso alemán. Los cristianodemócratas van a recibir un 30% de los votos. No es el 45% que conseguían antes. Necesitarán gobernar no con un solo socio, sino con más socios. Y, por supuesto, necesitarán encontrar cómo sortear el hecho de que la derecha radical, AfD, quedará en segundo lugar en las elecciones. De modo que la derecha radical obliga, en efecto, a una recomposición completa de todo el sistema de partidos en el mundo democrático”.
Sin respuesta a la inmigración masiva
La reducción de las ventajas sociales de las clases populares tradicionales en los países donde la socialdemocracia gobernó durante años es un motivo de ira, ya que para muchos ciudadanos está provocada por el acceso prioritario que se concede a los inmigrantes en empleo, vivienda, educación o sanidad. La cuestión de la inmigración masiva y su tratamiento puede ser uno de los puntos de la pérdida de los votantes también para la izquierda y especialmente la socialdemocracia.
Rovny lo ve así: “Los socialdemócratas tradicionalmente han tenido dificultades para abordar la inmigración porque, por un lado, son partidos históricamente internacionalistas, pero, al mismo tiempo, muchos de sus votantes y militantes son ahora socialmente más débiles y están expuestos a la competencia internacional. Están luchando cómo manejar un problema que les estaba dividiendo. Por un lado, tienen un electorado con mayor educación, de clase media, que se defienden bien ante la globalización, que yo llamo transnacionalismo; al mismo tiempo, la base potencialmente menos formada, clase trabajadora, no es transnacionalista”.
En sus trabajos, Jan Rovnic hace hincapié en esa diferencia entre globalistas o cosmopolitas y “transnacionalistas” o “tradicionalistas”, estos últimos, favorables al proteccionismo y al respeto de la soberanía nacional, para quienes la llegada masiva de inmigrantes con culturas diferentes agrava el sentimiento de alienación.
Lejos del Norte de Europa, hay otro país donde la socialdemocracia ha casi desaparecido.
En Francia, en los años 90, la izquierda no se llegó a plantear que cuestiones como la inmigración, o la delincuencia, por ejemplo, pudieran ser motivo de preocupación de los que sufrían sus consecuencias: las clases populares, los más pobres, que, además de ser ignorados por la “gauche caviar” de los barrios ricos, eran tachados de xenófobos cuando intentaban salir corriendo de sus barrios de protección social ante el choque cultural que los nuevos llegados al país iban a protagonizar. Los llamados peyorativamente “petits blancs”, los blancos pobres, no solo eran despreciados, sino que veían cómo sus vecinos eran mimados por las ayudas sociales que ellos habían dejado de recibir hace años, sin que las necesidades fueran diferentes, después de décadas de duro trabajo. El menú de insultos iba acompañado de una guarnición indispensable: el patriotismo, el soberanismo, la defensa de las tradiciones culturales o religiosas eran también símbolos de esa peste ideológica que contaminaba el país ideal del catecismo progre.
En Alemania es la comunista “ossi”, Sahra Wagenknecht, quien desde la izquierda critica las consecuencias de la inmigración masiva provocada por Angela Merkel y bendecida por los socialdemócratas. Con su movimiento político (BSW), espera robar muchos votos al SPD de Scholz. El que fuera líder del partido de la izquierda radical alemana, “Die Linke”, Oskar Lafontaine (exsocialdemócrata), reconocía ya hace años que AfD, la formación considerada de extrema derecha, “se ha convertido en el partido de los trabajadores y de los desempleados. Eso debe hacernos pensar en qué hemos fallado”.
Blair y su “Tercera vía”, último intento de renovación
La llamada “Tercera vía”, la doctrina defendida por los británicos Anthony Giddens y Tony Blair puede considerarse o como un último intento de salvar la socialdemocracia histórica o, al contrario, como los sicarios que participaron en el intento de asesinato del reformismo de izquierda. En opinión de Rovnic, “fue un movimiento lógico y estratégico para dar una respuesta al lento declive secular de la clase trabajadora manual por la llegada de la robotización y las nuevas tecnologías. Fue efectivamente un intento de reorientar a los partidos socialdemócratas hacia las clases medias, en particular las clases medias bajas y las clases medias de los empleados del sector público. Funcionó bastante bien durante un tiempo y luego condujo a su debilitamiento. Es muy difícil decir si fue la “Tercera Vía” la que llevó al declive o si simplemente hubo una erosión continua del apoyo que estos partidos estaban experimentando debido a ese cambio estructural. Pero fue el último intento con cierto éxito de renovar la socialdemocracia”.
Si la “Tercera vía” de Blair fue la última tentativa para restaurar la socialdemocracia, ¿cuál es el futuro que le espera? Jan Rovny es moderadamente optimista: “creo que se encontrarán nuevas ideas para reconstruir la socialdemocracia, pero no será en meses, creo que harán falta al menos diez años para poder verlo”.
Perhaps
26/12/2024 07:52
Y a la derecha socialdemócrata le espera el mismo destino si no escarmienta. Venderse a la cultura woke tiene este castigo.
esnalar
26/12/2024 12:20
Esto no es cierto. La socialdemocracia no existe desde hace casi un siglo. Lo que practica esta gente es la socialmemocracia, que es más sencilla, no se necesita pensar, eres más feliz, y te dejan con los bolsillos del revés.