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Los batasunos y su auto de fe contra Woody Allen

Muchas de las películas de Woody Allen discurren por caminos paralelos y extraen una conclusión común: que tanto la fe como la incredulidad pueden llegar a ser igual de corrosivas, sin

Muchas de las películas de Woody Allen discurren por caminos paralelos y extraen una conclusión común: que tanto la fe como la incredulidad pueden llegar a ser igual de corrosivas, sin que el hombre pueda hacer nada por evitarlo, pues todo está sometido a los designios del azar -lo carnal y lo espiritual- y el muy cabrón suele pecar de amoralidad. Allen es un encantador de serpientes que tiene la habilidad de sacarte una carcajada mientras te clava una puñalada en el corazón.

Hasta que fue proscrito por los más siniestros lobbies de Hollywood, hacía una película al año, que podía ser maravillosa, como Match Point, o mediocre, como Wonder Wheel, pero que siempre tenía la capacidad de remover algo dentro del espectador. Una vez al año, ir al cine era como enfrentarse a la consulta del psicólogo, donde se analizan conflictos emocionales desde diferentes perspectivas, pero donde, tarde o temprano, se saca la dolorosa conclusión de que todos empiezan y acaban en uno mismo.

Hay una joya en la filmografía de este director que resulta especialmente incisiva, como es Delitos y faltas (Crimes and Misdemeanors). En una de sus escenas, se muestra a Martin Landau visitando la casa donde había pasado su infancia, donde todo le resulta familiar, pero diferente a sus recuerdos. El hombre se siente atormentado por un crimen y tiene una ensoñación, en la que aparecen varias personas sentadas en medio de un banquete y conversan sobre las consecuencias de las acciones y el imperativo moral. Una profesora marxista defiende que cualquier acción, por muy horrible que sea, puede pasar desapercibida y olvidarse en el futuro, sin llegar a condicionar la vida del autor. Un religioso judío opina todo lo contrario: “Aunque no le atrapen, cualquier negra acción acabará de forma repugnante”.

Las feministas más incendiarias situaron a Woody Allen a la altura de quienes prometían a las actrices papeles a cambio de favores sexuales

El propio Allen afirmó en su día que “toda tragedia, con el tiempo, se convierte en comedia”, aunque existen motivos para pensar que habitualmente también sucede lo contrario. Lo que está claro es que no existe un crimen perfecto y que las acciones del pasado suelen condicionar el presente. En el caso de Allen, de forma trágica y ciertamente injusta. Es cierto que su relación con su hija adoptiva resulta, cuanto menos, cuestionable y puede definirse como una “negra acción”. Pero también lo es que hace 25 años fue absuelto por la justicia cuando una de las hijas de Mia Farrow -Dylan Farrow- le acusó de abusar de ella. Cosa que se produjo durante el tormentoso proceso de separación entre Allen y Farrow y que, por cierto, uno de los hermanos de Dylan negó tajantemente.

Pese a la contundencia de estos hechos, las feministas más incendiarias situaron al cineasta a la altura de quienes prometían a las actrices papeles a cambio de favores sexuales, lo cual es una manipulación. Eso sí, sirvió para convertirle en un proscrito en mitad del terremoto del #MeToo.

Allen, redivivo

En medio de este clima de hostilidad, Jaume Roures ha rescatado a Allen y se ha convertido en el productor de su próxima película, que se rueda en el País Vasco. Aprovechando la ocasión, el Ayuntamiento de San Sebastián había organizado un homenaje al director al que no acudió Bildu. El motivo es que sus miembros no estaban dispuestos a participar en el acto de ensalzamiento de un artista que ha sido acusado de acoso. Y ciertamente llama la atención que quienes más “negras acciones” cometieron o respaldaron en el pasado exhiban tantos reparos hacia una persona que no ha sido condenada por ninguno de los escándalos sexuales de los que se le ha acusado.

Más allá del caso concreto de Bildu, causa desasosiego esa creciente costumbre por parte del poder político, consistente en querer tomar posiciones en cada una de las situaciones que se producen en la esfera pública. En otras palabras, su oportunismo. Esta semana, ha ocurrido con el caso de Woody Allen, pero la anterior fue con el famoso desfile del Orgullo Gay, en Madrid. Quienes pitaron a los miembros de Ciudadanos que acudieron al acto demostraron una cerrazón y una intolerancia que no les beneficia. Pero la reacción de la formación naranja no es menos reprobable, pues su estrategia de querer sacar provecho de la agitación da vergüenza ajena. Ver a sus tres representantes el otro día, fotografiándose junto a la sede de la Fiscalía, es sencillamente patético.

Pero estos son los derroteros por los que se han movido los partidos en los últimos tiempos, con su insoportable costumbre de adueñarse de cada uno de los debates que alcanzan la categoría de trascendentes y de colonizar las movilizaciones sociales. Todo, evidentemente, para conquistar las voluntades más quebradizas. Resulta patético observar que tras cualquier acontecimiento medianamente trascendente, todos los partidos emitan su opinión. Que ni un suceso luctuoso ni una victoria deportiva queden sin sin el tuit oportunista de un líder político.

Cuesta recordar un período de la historia reciente de España en el que la comunicación política haya pecado de tanta idiocia y se haya manifestado de una forma más exacerbada y revanchista. La absoluta mediocridad de quienes se encuentran al mando de los grandes partidos parece que les ha hecho concluir que mantener al país al borde del ataque de ansiedad (la doctrina del shock) es la mejor forma de sacar réditos demoscópicos, cuando la situación reclama calma y reflexión. Entre otras cosas, para situar en el terreno de los excéntricos causas como el independentismo de JxCAT, de donde nunca debieron salir.

Para alimentar esa maquinaria política y mediática, hacen falta descerebrados, pero también cabezas de turco, entre ellas, la del propio Allen, a quien, por edad, no le quedan muchas películas, pero a quien los más despiadados personajes de la esfera pública han querido callar. Quienes crearon el #MeToo pretendían movilizar a la población para condicionar unas elecciones. Y, de paso, disparar contra un talento que jamás atesorarán. El de sus enemigos.

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