Entender el placer de los demás resulta muchas veces incomprensible. Hay quien disfruta entre el fango y quien necesita exclusividad para abandonar la apatía. Hay quien nunca ha alcanzado lo 'sublime' y quien adjudica ese adjetivo a discos como 'El Madrileño', de C. Tangana, que ha sido definido por algunos como el mejor de su época. Malos tiempos para la lírica, pues.
Con los productos de moda de Netflix, la incredulidad alcanza a veces cotas muy elevadas. Tanto, que a uno le asaltan los síntomas del mal de altura cuando lee determinadas críticas. La alfalfa es rica en calcio, potasio, hierro, fósforo, magnesio, sodio y zinc. Pero, en fin, cuesta encuadrarla en la lista de alimentos apetitosos. Los críticos lo hacen una y otra vez con el catálogo de esta empresa audiovisual. Y, claro, uno se siente despistado, como si hubiera perdido el gusto o la capacidad de apreciar la belleza y la calidad, pues cuesta ver la gracia a lo que alaban.
La última serie que de la plataforma estadounidense se llama El juego del calamar y está en coreano, un idioma que habla algo más del 1% de la humanidad, pero en el que se ha realizado el producto más visto de la historia de Netflix. Quizás los independentistas deberían reflexionar sobre el fenómeno. Tal vez, es mejor agarrar papel y bolígrafo, concebir ideas y saber venderlas que buscar el favor del legislador mediante las tácticas de sobra conocidas.
Más allá de esta consideración, lo cierto es que cuesta comprender a quien -como algún crítico- cree que esta serie es “hipnótica y adictiva”; y que contiene una "acertada crítica al capitalismo salvaje surcoreano"; que es cierto que genera brechas sociales que derivan en abismos cuando la vida se convierte en un complejo ejercicio de supervivencia. Pero que es retratado de una forma hiperbólica y desafinada en la serie.
Incoherencias de 'El juego del calamar'
Digamos que Squid game versa sobre unos amigables sádicos que han convertido una isla en un centro de tortura. Allí convocan desde 1998 una competición anual a la que concurren 500 personas, que tienen deudas impagables y a las que se promete un premio millonario. Todas ellas participan en varios juegos infantiles y, si pierden, son aniquiladas.
Pase que los personajes sobreactúen, como ocurre de forma flagrante en La casa de papel (susurran y no vocalizan) o en Narcos, también de Netflix. Incluso puede perdonarse la estúpida evolución de su protagonista, que roza el absurdo. O la excesiva violencia, que se recrea en las vísceras con generosidad. Pero, ¿de veras alguien puede llegar a creerse que en un país desaparecen cientos de personas cada año, nunca vuelven a sus casas, y ninguna autoridad ha llegado nunca a sospechar? ¿O que haya personajes que, entre morir y matar, optan por lo primero ante completos desconocidos? No es que la serie sea tramposa. Es que roza la tomadura de pelo.
Todo es tan inestable en el guión que tampoco explica las motivaciones de los guardias que velan porque se cumplan las normas y tiran de pistola a la mínima de cambio, como tampoco la de otros personajes sobre cuyo estúpido comportamiento no se pueden dar más datos para no revelar el desenlace de algunas tramas. Seamos sinceros: El juego del calamar no es un producto destinado a hacer historia, pero resulta excesivo considerar como una buena serie algo con tantos agujeros argumentales. Es entretenimiento, pero la incoherencia es imperdonable.
Lo más llamativo es que todo el mundo habla bien de la alfalfa en estos tiempos, en los que incluso quieren introducir los grillos en la dieta del ciudadano con conciencia ecológica. Ni mucho menos todo el catálogo de Netflix es malo. Y hay que reconocer que tienen una capacidad espectacular para generar debate a partir de sus productos. Pero aburre esa costumbre de la prensa de elevar a la categoría de 'mito' o de 'fenómeno social' cada estreno mundial de ésta y otras plataformas. Algo similar hizo la industria musical en sus estertores y eso derivó en tragedia. En algo cercano a la ruina.
Sobredosis de tinta
El periódico 20 Minutos disponía este viernes de una base de datos de más de 100 noticias sobre 'El Juego del Calamar'. Su estreno en España fue el 17 de septiembre. Hagan cálculos del esfuerzo que realiza la prensa para sostener la burbuja de popularidad de estas formas de entretenimiento, que pueden ser necesarias en tiempos en los que conviene no darle muchas vueltas a lo que sucede alrededor, pero que son cutres.
Sería un error tirar de esnobismo y emprenderla contra quienes se apasionan con estos productos audiovisuales. Entender el placer de los demás es a veces complejo, pero que cada cual se dé gusto como le plazca. Y, a fin de cuentas, Crónicas Marcianas y Gran Hermano fueron vilipendiados y también fueron fenómenos televisivos de masas. Entre otras cosas, porque quienes los ponían a parir también los seguían.
Pero, dicho esto, el placer obsesivo tiene un punto patológico; y las celebraciones casi unánimes con las que son recibidos los productos de estreno de las plataformas OTTs tienen un punto cateto que resulta difícil de comprender. Se puede decir que Netflix ofrece toneladas de entretenimiento a muy bajo coste, pero en su catálogo hay mucha más mena que metales preciosos. Muchísima más. También se puede ensalzar a C. Tangana, claro. El problema se produce cuando la prensa transmite -cegada, por lo que sea- que no hay nada que sea superior. No ganamos para disgustos.