Es una obviedad que esta edición de Operación Triunfo no está arrasando por la calidad musical del concurso. Ni porque haya concursantes carismáticos como la célebre Amaia de 2017 o aquella Rosa de España y aquellos Bisbal y Bustamante de 2001, cuando algunos éramos jóvenes y no millennials. Los datos de audiencia de esta edición son paupérrimos: el pasado domingo se quedó en un 11,1% de share, que supone otro mínimo histórico del programa. O sea, este año nadie ve el célebre talent show. Sin embargo, todos hablan de cosas que allí acontecen.
La controversia entre taurinos y antitaurinos, incluido el paso por el plató de Estrella Morente cantando versos de Bergamín en honor a la tauromaquia, o la charla feminista (y anticapitalista y muchas otras cosas) de Anna Pachecho arrasan en las redes sociales y en los medios de comunicación. A los españoles nos gusta más una polémica que un festín sexual, eso está claro, pero lo curioso es que estas controversias provengan de un programa que, según los audímetros, no ve ni el Tato (por cierto, ¿saben que 'El Tato' era un torero de nombre Antonio Sánchez que vivió en el siglo XIX y que no se perdía ninguna cita importante de su época? Yo tampoco lo sabía hasta hace un minuto. Qué cosas).
Decía que la pésima audiencia de OT 2020 contrasta con el exponencial número de controversias que genera en las redes. También conviene recordar, por otro lado, que España no es Twitter, por suerte, de manera que quizás el problema está en que los acalorados debates de las redes sociales son más un caso de ensimismamiento de políticos y periodistas. O tal vez es que resulta que Pablo Iglesias tenía razón cuando dijo, tres años atrás, que "es mucho más importante OT que el Telediario" y que "el que no entienda eso como territorio de combate, no ha entendido nada".
Un concurso que no funciona
No tengo la menor idea de si he entendido eso que el líder de Podemos quería que entendiésemos, pero lo más curioso es que el contenido del programa, las canciones interpretadas por esos veinteañeros que ansían la fama y la carrera musical, aburre a las ovejas. Los chispazos de polémica recogidos y amplificados en las redes sí interesan tanto al público como a los políticos.
Lo que funciona no es el concurso, sino la representación del concurso, habitualmente descontextualizada. El debate, lógicamente también descontextualizado, funciona a golpe de tuit, va demasiado rápido como para que alguien se detenga a pensar y se convierte en una bola de nieve que aplasta los matices. Líquido. Millennial. Peligroso.
Supongo que, motivos estructurales aparte, esa suerte de pulsión cainita y autodestructiva tan nuestra no acabará nunca y la opinión pública española seguirá eternamente enredada en debates tan relevantes como los mencionados, provengan de OT o de donde sea. Las dos Españas y los garrotazos, ya saben. No hay remedio posible. Y viviremos con ello como vivimos con ese vecino apestoso que nos cruzamos en el ascensor.
Haciendo zapping (como requiere esta sección) uno encuentra auténticas obras de arte televisivas. Operación Triunfo 2020 no es una de ellas aunque sea una mina para reabrir debates tan viejos como irresolubles. Porque si somos capaces de aparcar las opiniones que cada cual tenga sobre los toros o el feminismo y nos centramos en analizar el programa en sí mismo, veremos que estamos ante un formato caduco por manido, bastante tedioso y que, como consecuencia, cada vez entretiene menos. La fórmula de los triunfitos ya no engancha. Ese, y no perpetuo el debate político, es el problema para Televisión Española.