En la plaza madrileña del Emperador Carlos V se hallaba el 8 de marzo de 2019 una mujer que portaba un clítoris gigante, construido en carton-piedra. Podría pensarse que participaba en una despedida de soltera o algún acontecimiento de índole igual de horrenda. Nada más lejos de la realidad, pues se manifestaba dentro de la gran huelga feminista anual. Preguntada por las razones que le habían llevado a fabricar dicho artilugio, expresó: “Lo hago para visibilizar el coño”.
Se acerca una nueva edición del 8-M y la coordinadora de las movilizaciones ha publicado el argumentario con el que pretende que se “visibilicen” sus reivindicaciones sobre la igualdad, incluidas las relativas a las partes pudendas. El gran objetivo de este movimiento –según el documento- es “subvertir el orden del mundo y el discurso cisheteropatriarcal”. Puede llamar la atención -y debería- la composición morfológica de esa término, en el que un prefijo se monta sobre otro prefijo para respetar las sensibilidades de los transgénero, que son personas que –al parecer- sufren unas mayores dificultades que los cisgénero dentro de este valle de lágrimas que es el heteropatriarcado.
Quizá este año no se observe ninguna representación exagerada del bajo-vientre femenino, pero lo que sí se escuchará es un lema que se ha repetido en repetidas ocasiones durante estas jornadas previas, de calentamiento. Afirma: “Sola y borracha quiero llegar a casa”. La expresión, repleta de lirismo, ha sido ensalzada y promocionada por el Ministerio de Igualdad, que observa en ella una buena manera de concienciar a la sociedad sobre las lamentables agresiones sexuales que sufren las mujeres cuando cae la noche.
No merece la pena perder un tiempo excesivo en analizar la semántica de esta proclama y la confusión que transmite el verbo, pues, a fin de cuentas, todo esto procede –directa o indirectamente- de un departamento del Gobierno que ha redactado recientemente un proyecto de ley repleto de imprecisiones técnicas y palabras inventadas. Sobra decir que sus responsables son las mismas que respaldan las más febriles reivindicaciones por el lenguaje inclusivo. Aquellas que obligaron hace unas semanas a la Real Academia de la Lengua a pronunciarse sobre términos como hembrismo, machirulo o señoro.
En cualquier caso, merece un reproche el hecho de que un Gobierno no encuentre una forma menos chabacana de concienciar sobre un tipo específico de delito que la de apelar a la borrachera, lo que demuestra la falta de altura de quienes manejan el timón de este barco. En especial, en ese Ministerio de Igualdad comandado por Irene Montero, quien en sus intervenciones públicas se convierte en una caricatura de sí misma cuando se enroca para disimular sus carencias, cosa que suele ocurrir a menudo. “Sola y borracha quiero llegar a casa dicen algo esencial: ni cómo vistes, ni si has bebido, nada, justifica o atenúa una agresión sexual” ha afirmado con respecto al citado eslogan. Desde luego, quien comunica para causar impacto en vez de para 'explicar', tarde o temprano peca de oportunista.
Las presentadoras de postín
También merecerá la pena ver si el próximo domingo volverán a enfundarse la camiseta morada –en pos de la igualdad- las divas de la televisión mañanera, para quienes el respeto a los derechos de las mujeres termina en el momento en el que desaparecen en extrañas circunstancias y se convierten en presuntas víctimas de un crimen mediático.
No hace mucho se perdió la pista de Blanca Fernández Ochoa y todos estos programas se explayaron en detalles sobre su vida, fueran ciertos o no; y fueran de recibo o de mal gusto. Cuando se perdió el rastro de la joven Diana Quer, sus colaboradores incluso especularon con sus amoríos y los motivos por los que podía haberse fugado, cuando había sido asesinada.
Esta actitud se reproduce todas las mañanas, incluso en la televisión pública; y la mantienen. Parece que la igualdad, cuando se trata de aglutinar audiencia, no comprende la decencia ni el respeto a la intimidad. Tampoco se puede pedir mucho más, pues cuando cualquier causa se universaliza de la forma en que lo ha hecho el feminismo, importa más figurar que ser coherente. En beneficio de la billetera, claro. Ahí está la clave de todo en realidad.