Cuando caemos enfermos, lo primero que buscamos es a alguien que nos cuide. Si es posible, que sea nuestra madre, padre o pareja. El cuidado se define como esa atención amorosa que preserva, protege y promueve el bienestar.
Debido al proceso evolutivo, en la especie humana el cuidado está presente desde que comenzamos a existir. Son varios los estudios que han demostrado que ya se velaba por los enfermos en tiempos remotos.
Es el caso de Atapuerca (Burgos, España), en cuyos yacimientos se encontró a Benjamina, una niña con una enfermedad llamada craniosinostosis. A pesar de haber sufrido retraso psicomotor y exhibir unos rasgos deformados, la pequeña murió a la edad de diez años, lo que indica que estuvieron muy pendientes de ella. Esto habría ocurrido hace unos 530.000 años.
Más adelante en el tiempo, durante la Edad Media, también han llamado la atención los restos de un hombre de unos 50 años encontrados en la necrópolis de Maro (Málaga, España). Datados entre los siglos X y XI, sus huesos presentaban una fractura vertebral que se había curado de forma natural. Probablemente, esta persona se quedó tetrapléjica, lo cual implica que la atendieron y acompañaron para asegurar su supervivencia.
De hecho, la antropóloga americana Margaret Mead contaba a sus estudiantes que el primer signo de civilización fue un fémur fracturado y luego sanado.
¿Qué determina la necesidad de cuidar?
Los cuidados siempre han estado en el centro de las sociedades pues, sin ellos, la vida humana no sería posible. Aquí podemos hablar de “tareas de mantenimiento”, donde se incluyen actividades tales como gestación, crianza, preparación de alimentos, cuidado de enfermos… Lo cual no es poca cosa.
Son actividades llenas de conocimiento, de tecnología, de innovación. Sin embargo, históricamente, estas tareas han quedado relegadas a un segundo plano, como un trabajo menor, y siempre asociadas con la figura de la mujer. Es, quizás, esta asociación la que le quita valor a dichas labores. Aunque, en realidad, la convivencia colectiva hace que todos participemos de ese cuidado.
Y las personas más mayores cumplen aquí un papel esencial. En muchas épocas de la historia, las sociedades humanas han estado gobernadas por gente anciana y sabia, lo que se conoce como gerontocracia. En la actualidad, en algunas instituciones judiciales o países todavía hay apego por este tipo de estructura. Sin ir más lejos, las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos probablemente se dirimirán entre dos candidatos de edad bastante avanzada.
La hipótesis de la abuela
El inicio del envejecimiento en nuestra especie se asocia con el cese de edad reproductiva, sobre todo en mujeres. El que vivamos más allá de esta etapa se relaciona, según la hipótesis de la abuela, con que podamos cuidar a los demás y transmitirles conocimiento. Un estudio reciente en chimpancés demuestra que quizá no somos la única especie que desarrolla esta estrategia.
La investigación realizada con un grupo de chimpancés de Ngogo (Uganda), relaciona esa vida postreproductiva con dos teorías. Por un lado, se postula la ya comentada hipótesis de la abuela. Aunque por el otro lado, también podría deberse a que las hembras mayores dejan de competir con las jóvenes por el apareamiento al alcanzar la menopausia, favoreciendo la variabilidad genética de la descendencia.
Bebés desvalidos
En nuestro caso, el del Homo sapiens, además somos muy vulnerables al nacer, y de nuevo esto es cosa de la evolución. Ahora nos mantenemos sobre dos piernas y la pelvis de las mujeres es más estrecha por ello. Adicionalmente, al ser una especie con el cerebro más grande, nos hicimos cabezones y nuestra cabeza no cabe por el canal del parto. Esto explica que nazcamos antes de tiempo, a los nueve meses de gestación.
De esta forma, y aunque dificulta el proceso, nos aseguramos de que se produzca el parto, con la consecuente necesidad de tener que ser cuidados al nacer.
En definitiva, la existencia de restos antiguos de personas enfermas y, aun así, longevas indica que la existencia de cuidados hacia las personas desvalidas debía hacerse entre todos. Fue el cuidar lo que nos ha traído hasta aquí como sociedad. Nos ha permitido sobrevivir.
Cuidar y acompañar en la enfermedad hace que se pongan en marcha actividades, conocimientos, estrategias y tecnología que ayudan a la recuperación de las personas. Todo ello ayuda a crear relaciones sociales que son indispensables para el funcionamiento de la sociedad, como la solidaridad y la empatía.
Benjamín Gaya-Sancho, Research associate professor, Universidad San Jorge y Paula Fernández Martínez, Bioestadística, ISPA.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.