El mensaje navideño del Rey de este año no pasará a los anales. Demasiado naif y Disney para unos. Equilibrista y contemporizador para otros. Más de Moncloa que de Zarzuela, en aventurada opinión. Los nacionalistas, como siempre, han hiperventilado su victimismo y dedicado los habituales epítetos contra la Corona. Como la Lotería. Si no te ha tocado en Navidad, siempre quedará el Niño. Es decir, si no te ha gustado el de Nochebuena, habrá que esperar al de la Pascua Militar de Reyes.
La realidad, desde luego, estaba en otra parte. En las calles de Barcelona, el 21-D, cuando los “hijos de Torra”, los agitadores de la violencia secuestraron a media Cataluña mientras Pedro Sánchez se paseaba para las cámaras, con su suave balanceo, por una calle cerrada y blindada. Signo de normalidad, dijeron.
A pocos metros, un mosso d’Esquadra, se la jugaba contra los golpistas. Y pronunció una frase para la historia: “¡Qué república ni qué collons!, la república no existe, idiota”. Se lo espetaba, desde sus dos metros de altura, a un agente forestal, un paniaguado absurdo travestido por un dia de mártir de la patria, defensor del fugado Puigdemont, que ya ha echado panza en su acolchado refugio de Waterloo. “Tú eres funcionario como yo, ¿qué haces con esos hijos de puta (los CDR)?”, le intentaba razonar el paciente policía.
Quiere ahora el consejero Buch, expedientar y quizás sancionar a ese mosso. No por lo de la república, sino porque llamó “idiota” a un imbécil. Eso no lo puede decir un agente del orden, arguyen en la Generalitat. Qué enormidad, qué horror. Merece degradación, purga y expulsión de un cuerpo que, como están demostrando los tribunales, se alineó, participó y colaboró en la rebelión separatista del pasado año.
La guerra civil
Un mosso no puede llamar ‘idiota’ a un imbécil. Un presidente de la Generalitat, en cambio, sí puede invocar a la vía de la guerra civil y de la sangre para conseguir sus propósitos. Y hacerlo, prácticamente, ante las graníticas narices del presidente del Gobierno. Cuestión de miserable perspectiva.
En ese día de la infamia, se registró otro rasgo de anónima heroicidad. Una buena señora, entrevistada al bulto por las cámaras de TVE en el aeropuerto de El Prat (dentro de nada, de Josep Tarradellas), proclamaba su ira con infrecuente sinceridad: “Es indignante que un grupo de nazis como los CDR colapsen una ciudad y una comunidad autónoma como Cataluña; es una vergüenza que se permita, quiero el 155”. La encendida dama llevaba en la terminal desde las cinco de la mañana para tomar un vuelo a El Cairo que salía a las 8 de la tarde. La periodista, algo descolocada ante tal torrente de sinceridad, no pudo por menos que devolver raudamente la conexión al Pirulí.
El mantra del diálogo
Nadie esperaba que el mensaje del Rey incluyera referencias explícitas a la asonada independentista, a los violentos de Torra. Menos aún, al 155 que reclamaba la enojada pasajera a Egipto. Quizás faltó alguna alusión protectora hacia esa Cataluña hostigada, perseguida y acosada por los entorchados de la intolerancia, los cofrades del sectarismo, los predicadores del odio.
Hubo, eso sí, una invocación a “defender y cuidar la convivencia”, a rechazar “el rencor y los enfrentamientos”, a que se “respeten las reglas” y, por supuesto, al ”diálogo”, el manido mantra de Sánchez para que le aprueben los presupuestos. ¿Dialogar con quién y sobre qué? Ah!, pregunten a Batet y a Artadi.
Apolonio decía que “mentir es propio de siervos y decir la verdad, propio de hombres libres”. La falsedad es moneda corriente en nuestro encanallado tablero político. Es lo que se entiende por “corrección política”. La hipócrita simulación. Por eso, las palabras del mosso y de la intrépida la viajera han circulado con tanta profusión por las redes. O sea, "es el 155, idiota". Se echaban de menos y alguien tenía que decirlo.