El pasado martes por la mañana escuché una lista de reproducción de canciones que me trasladaron a mi niñez, pues eran las que mi padre oía cuando se sentía nostálgico. Saltó un éxito de los Beatles de 1965, Nowhere man. Al poner atención a la letra pensé que parecía compuesta por un votante de Vox o del PP que estuviera pensando, desesperado, en Pablo Casado.
“Él es un auténtico hombre de ningún lugar,
Sentado en su tierra de ningún lugar,
Haciendo todos sus planes de ningún lugar, para nadie.
No tiene un punto de vista,
No sabe dónde va,
¿No se parece en algo a ti y a mi?
Hombre de ningún lugar, por favor, escucha,
No sabes lo que te estás perdiendo,
Hombre de ningún lugar, el mundo está bajo tu mando.
No puede estar más ciego
Sólo ve lo que quiere ver,
¿Hombre de ningún lugar, puedes tan siquiera verme?
Excepto en lo de “¿no se parece en algo a ti y a mí?” encaja a la perfección con el Casado que estamos re-conociendo una y otra vez, pues repetidamente nos ofrece la misma impostura que no lleva, efectivamente, a ningún lado, y que no parece estar pensada para nadie, ni siquiera para su partido y sus votantes (que sería lo mínimo que la lógica más pragmática y fría te exige esperar de una persona de su posición).
A tenor de todos y cada uno de sus actos se vuelve difícil creer que este hombre se juega con sus movimientos una ingente cantidad de dinero y poder. De la gloria no hablo, pues tampoco parece que sea esto lo que buscan el presidente del PP y el hombre que le susurra al oído, al menos si entendemos por gloria lo que se obtiene cuando se busca -y se logra- favorecer el bien común para España. El bien común, ese concepto tan olvidado y que es uno de los motivos genuinos que, en mi ingenuidad, llego a creer que son los que impulsan a alguien honrado y capaz a dedicarse a una profesión tan desagradecida como la de dirigir el gobierno de una nación.
Cada vez se vuelve más complicado distinguir al héroe del villano, pues existen varias formas de hacer el mal: por acción y por omisión
De forma recurrente voy encontrando -muy a mi pesar- paralelismos entre Pedro Sánchez y Pablo Casado. Me figuro su relación como una mezcla extraña entre las figuras del alter ego y la némesis, en claro paralelismo con los personajes de los cómics y películas de superhéroes estadounidenses. El problema radica en que cada vez se vuelve más complicado distinguir al héroe del villano, pues existen varias formas de hacer el mal: por acción y por omisión.
Respecto al mal por aquello que se hace, la lista de Sánchez resulta interminable y eso pone a Casado en la situación perfecta de la que nos habla la canción mencionada: “Hombre de ningún lugar, por favor, escucha. No sabes lo que te estás perdiendo, hombre de ningún lugar, el mundo está bajo tu mando.” ¡Qué fácil lo tiene el PP para llegar a la Moncloa en dos años y enderezar esta road movie que estamos recorriendo los españoles hacia el desastre económico, político, social e institucional! Y qué manera de dilapidar esta oportunidad por una suerte de pataleta extraña que no nos explicamos ninguno, salvo aquellos que nos acordamos de la soberbia como principal pecado capital, y de la relevancia que tienen los pecados por omisión.
Si algo sabemos de forma, por así decirlo, empírica, es que parte de la ciudadanía le está pidiendo que lidere la oposición de centro-derecha con Vox como compañero de viaje ineludible
A Casado se le ha metido en la cabeza encarnar la fuerza salvífica y solitaria que rescate a España del gobierno Frankestein. Todo esto desde la postura afrancesada - ¿recuerdan sus balbuceos en campaña? “Yo soy reformista y mucho reformista”- de quien asume con naturalidad, aparentemente democrática, aquello de todo por el pueblo, pero sin el pueblo. Porque si algo sabemos de forma, por así decirlo, empírica, es que parte de la ciudadanía le está pidiendo que lidere la oposición de centro-derecha con Vox como compañero de viaje ineludible.
"¿Cómo se les ocurre votar a partidos que les hablan de problemas concretos y reales contra los que forcejean día sí, día también? ¿Acaso no entienden que la civilización la representamos nosotros?"
Desde hace unos años existe una preocupación grave por la emergencia cada vez mayor de aquello que se ha bautizado -un tanto arbitrariamente- como democracias iliberales. Preocupan los llamados populismos, se escriben libros sobre el tema y se convocan congresos en los que sus participantes se muestran deeply concerned con el curso de los acontecimientos, sin preguntarse qué parte de culpa pueden tener quienes juzgan los cambios en el ciudadano de a pie, que tiene que ganarse el mendrugo cada día, y al que cada vez le ponen más difícil esto último. Los reprueban desde sus atalayas de marfil mientras toman una taza de te de chía, con el meñique levantado y con mohín despectivo. “¡Qué gente más desagradable! -expresan desde sus diferentes y elitistas tribunas-, ¿cómo se les ocurre votar a partidos que les hablan de problemas concretos y reales contra los que forcejean día sí, día también? ¿Acaso no entienden que la civilización la representamos nosotros?”
Esta clase de personas -cada vez menor- es la única que se siente identificada con los discursos de Casado. Padecen la misma miopía magna de su líder, se niegan a entender que no se ubican en ningún lado, que no saben realmente donde van -más allá de sus imposturas intelectuales y clasistas-, que sus planes no se ajustan a ningún lugar y no van a ninguna parte. Justo igual que en una canción escrita hace casi 60 años.