Para los que llevamos ya unas cuantas décadas transitando por la vida los sucesos protagonizados por el tal Koldo nos parecen un déjà vu. Porque no se pueden borrar de nuestra memoria esas grotescas escenas de Luis Roldán, director general de la Guardia Civil, en calzoncillos disfrutando de una presunta orgía digna de una película sesentera de Antonio Ozores, José Luis López Vázquez o Alfredo Landa. Por no pensar en las mariscadas y los estupefacientes, alegre fruto de la corrupción de los ERES de Andalucía; o ese abrigo Chesterfield, de corte británico, con la solapa de cuero de Bárcenas, que había sido el preferido de Al Capone. O los 992.000 euros que se encontraron en un maletín, cerrado con dos candados y oculto tras varios libros en un altillo de la casa de los suegros del ex secretario general del Partido Popular de Madrid, Francisco Granados. Sin olvidar el famoso tres per cent de todas las obras catalanas, por no menospreciar la corrupción periférica. O ese escándalo más reciente protagonizado por Tito Berni y sus secuaces, en el que no faltaba ninguno de los ingredientes de las películas de Torrente, personaje de la picaresca moderna que en su abyección resulta a muchos gracioso porque pone sobre la mesa los más bajos instintos del ser humano liberados de cualquier autocontrol. Todos estos casos presentan una frescura y una desfachatez tal que, cuando se descubren, producen escándalos que hacen agachar la cabeza a los políticos y tambalear gobiernos. Algo parecido está ocurriendo con las andanzas del tal Koldo, cuyo descaro no se encuentra en las prostitutas, el dinero metálico o en las drogas, sino en hacer dinero corrupto en un momento de necesidad y de desgracia colectiva de todo un país, con el tema de las mascarillas.
Es verdad que si la proposición de ley de amnistía fuera proposición de ley de orgías de los diputados del partido en el gobierno el índice del fudge factor sería mucho menor, sin duda
Sin embargo, siempre me ha parecido curioso que estos grotescos y llamativos escándalos tengan más fuerza destructiva que otros sucesos que, desde mi punto de vista, son deletéreos para los sistemas políticos, y por tanto para la convivencia y la prosperidad, en grado mucho mayor. Como, por ejemplo, la proposición de ley de amnistía, la colonización de las instituciones políticas y administrativas, los conflictos de interés o las puertas giratorias. Hay, sin duda, ciertos condicionamientos psicológicos. Como dice Dan Ariely, cuanto más distancia mental haya entre el acto inmoral y sus consecuencias finales más fácil será mentir y autojustificarse, lo que él llama el fudge factor. No parece lo mismo dar un tirón al bolso de una viejecita que cae al suelo despatarrada que usar el número de tarjeta de crédito de otro (lo digital nos separa de la realidad) y ya no te digo cargar un poco las horas de trabajo en una factura de servicios. Aunque todo supone quedarse con el dinero ajeno, no nos parece tan malo en un caso como en otro -aunque en este robemos más- porque entre el acto y sus consecuencias hay más pasos, y más suaves.
Evitar que gobierne la derecha y la ultraderecha
Algo parecido pasa aquí. Tiene poca justificación la corrupción descarada en momentos de tanta congoja para el país y no es fácil encontrar un fudge factor que endulce el trago. Esos pisos en Benidorm a nombre de la hija de Koldo no parecen permitir interpretaciones políticas comprensivas. Sin embargo, la amnistía, la lucha por el Tribunal Constitucional o el Consejo General del Poder Judicial, la colocación de familiares o amigos, la devaluación del Estado de derecho o el clientelismo siempre parece admitir alguna interpretación conmiserativa como, en el caso del gobierno actual (cado uno tiene las suyas), evitar que gobierne la derecha y la ultraderecha, o favorecer que sea el pueblo el que decida, conseguir que nos dirija alguien que tenga la sensibilidad política que convenga, lograr la reconciliación y la convivencia en Cataluña o que se hagan políticas sociales que otras formaciones políticas no permitirían. Por mucho que pueda sorprender, hay mucha gente que es capaz de autoconvencerse de que el acto no es tan malo pues la distancia sicológica entre la tropelía (aprobar una proposición de ley de amnistía, nombrar a los tuyos para el CGPJ) y las consecuencias (conseguir el poder indebidamente) aumenta el octanaje de ese factor endulzador que permitirá comulgar con ruedas de molino, porque no es lo mismo dar un golpe de Estado a tiros que hacer unas aparentemente inocuas publicaciones en el BOE). Aunque es verdad que si la proposición de ley de amnistía fuera proposición de ley de orgías de los diputados del partido en el gobierno el índice del fudge factor sería mucho menor, sin duda.
Aquí hemos conseguido que la koldosfera casi apague la amnistía y las demás tremendas tropelías que afectan a nuestra estructura constitucional
Siempre he dicho que salvar a las ballenas es una causa mucho más atractiva que luchar por el Estado de derecho. La ballena es un animal grande, visible y entrañable que produce emociones, mientras que el Estado de derecho es una construcción abstracta, obra de unos sesudos pensadores alemanes del siglo XIX de nombres impronunciables, que no enternece. Pero, aunque haya que salvar a las ballenas (por supuesto), nos va mucho más en el Estado de derecho. Parafraseando a Lenin, en estas cosas las emociones están bien, pero la racionalidad es mejor. Que en España haya división de poderes, acatamiento de las decisiones judiciales, autonomía e independencia en las agencias públicas, respeto a la ley y a los procedimientos es la diferencia entre vivir en Venezuela, Gambia o Corea del Norte y hacerlo en Dinamarca o Alemania. Porque corrupción la hay en todos los sitios, pero es menos grave si hay Estado de derecho.
Pero, en fin, aquí hemos conseguido que la koldosfera casi apague la amnistía y las demás tremendas tropelías que afectan a nuestra estructura constitucional. Es más, la desfachatez es tal que pareciera que incluso aquí hay un fudge factor pues, al parecer, la culpa de la corrupción que afecta al Gobierno es de la oposición o, como se ha atrevido a decir la ministra de Sanidad, Mónica García, del maligno mercado, que se aprovechó de la situación. Aunque, no se sabe por qué, hubo que defenestrar a Ábalos. Abalando la koldosfera, vamos.
Birmania
No hay manguera que apague el fuego de la amnistía sanchista. Ni de la corrupción sanchista. Y ahora está por ver que el PP sepa actuar, suelte el lastre y se atreva a ir a por todas, caiga quien caiga.
pancho
El PSOE, 140 años de crímenes y corrupción, y el PP siempre necesitando un "PSOE fuerte con quien pactar". ¿Verdad señores Feijóo, Moreno, Bendodo, señora Cuca, etc. etc.?