Opinión

Jugar a cambiar el mundo

Como todos, recuerdo como si fuera ayer la imagen de los aviones estrellándose contra las Torres Gemelas. Mi hermano mayor musitó un par de veces “acaba de estallar la III

  • Imagen de archivo de mujeres afganas. -

Como todos, recuerdo como si fuera ayer la imagen de los aviones estrellándose contra las Torres Gemelas. Mi hermano mayor musitó un par de veces “acaba de estallar la III Guerra Mundial”, pero no me afectó demasiado: mi concepto de guerra era muy distinto. Mis padres habían tenido la prudencia de no hablarnos del terrorismo etarra y la Guerra fría era el típico tema del libro de Historia contemporánea que nunca estudiamos porque sabíamos que “no caería”.

Sí le di un par de vueltas al hecho de que no hubiéramos vivido todavía alguna guerra, peste o catástrofe natural, las tres constantes históricas. Llámenme aguafiestas, pesimista o ceniza, yo prefiero creer que es más bien lo que Isaiah Berlin bautizó como “sentido de la realidad”. Al desatarse la pandemia sentí cierto alivio. Si esas tres constantes –guerra, peste, catástrofe natural- son inevitables –y lo son-, prefiero una enfermedad, sobre todo teniendo en cuenta la proporción de fallecidos por covid-19 frente a los de la peste bubónica.

La pandemia ha conmocionado a la población occidental, que se sentía intocable en su etnocentrismo hegemónico. Las enfermedades como el cáncer, el sida o el ELA siempre han sido cosillas que afectan a otros. Aquí no se enferma nadie.

Demasiada tranquilidad, el ser humano necesita épica. Un profesor de filosofía me dijo en su momento: “Mire, las personas siempre tienen problemas, reales o inventados. Lo mejor es que sean reales.” No es el caso de Occidente, por lo visto.

La lucha se ha orientado hacia enemigos imaginarios. El primero, el fascismo. Siguiéndole de cerca, Greta Thunberg y su How you dare? Ante ellos, unos liberales que cada día flojean más en sus argumentos.

Libertad, concepto fetiche y cada vez más carente de contenido sutil y elaborado. La libertad se reduce, para unos, a la libertad económica, al derecho a la propiedad y a la “vida”

La filosofía política se ha ido empobreciendo progresivamente. Tiene la ingenuidad de creer firmemente que una sociedad como la nuestra se sostiene reclamando libertad y respeto para cada uno de sus miembros. Libertad, concepto fetiche y cada vez más carente de contenido sutil y elaborado. La libertad se reduce, para unos, a la libertad económica, al derecho a la propiedad y a la “vida”. Para otros, en la libertad para acatar lo que se concibe moralmente correcto e incontestable, lo que otorga patente de corso para meterse en tu cama, en tu empresa y, lo que es peor, en la educación de tus hijos.

Ideologizar a la población

Tomamos a broma cada uno de los delirios con los que los bufones oficiales, propagandistas disfrazados de analistas, nos amenizan a diario. Lo último ha sido advertir a un diputado que sus hijos no son suyos, son del Estado. Faltaría más. La cosa no pasaría de reír y olvidar si no fuera porque estos articulistas hablan en nombre de una proporción cada vez mayor de la ciudadanía, que anda firmemente convencida de la necesidad de ideologizar a la población. En Navarra, por cierto, llevan ya varios años de adelanto en aquello de introducir sexo explícito en la educación desde la más tierna infancia. Muchos navarros nos dijimos en su momento: “No lo pondrán en práctica, es sólo propaganda electoral. Ya sería pasarse si lo hicieran.” Y lo hicieron.

Mientras nosotros discutimos sobre estos temas –no son asuntos menores, por otro lado-, quienes verdaderamente gobiernan andan felices con los entretenimientos y peleítas entre liberales y progrerío. No les conviene que nos interese la geopolítica. ¿De dónde surgieron los talibanes? ¿Quiénes los apoyan ahora? No importa, en unos días se nos pasará la opinología y los aspavientos ante la vida que les espera a las mujeres afganas.

Hay un chascarrillo que dice: “¿Sabes en qué se diferencia un varón adulto de un niño? En el precio de sus juguetitos.” Lo mismo nos ocurre a la ciudadanía occidental: jugamos a arreglar pequeños munditos en Twitter, hablando de género, “tomando la calle”, mientras unos pocos juegan a Risk a escala real y entre bambalinas.

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