La frase es de mi querido amigo Juan Carlos Girauta a propósito del futuro gobierno de Sánchez con veintidós partidos a cual más variopinto. Entre ellos, Bildu y los separatistas, que andan abriendo botellas de cava.
Sánchez tomando notas
Seguir la moción de censura a Mariano Rajoy ha sido un ejercicio de vergüenza ajena. Por un lado, la que produce ver como en el PP no se han enterado de nada, o como Rajoy se ausentaba en la sesión de la tarde despreciando así a la sede de la soberanía de la nación, provocaba bochorno. Terrible epitafio del partido conservador: un escaño vacío ocupado por el bolso de Soraya Sáez de Santamaría, como observó Pablo Iglesias, que ya se ve liderando el soviet de Volgogrado.
Igual sonrojo producía escuchar la retahíla de tópicos, lugares comunes, despropósitos e incluso mentiras por parte del candidato Sánchez. Sabe que es ahora o nunca, y que esta es su última oportunidad como secretario general de un PSOE anclado en el pasado y también, hay que decirlo, atenazado por la terrible corrupción de los ERE en Andalucía. ¿Quién gana con toda esta ceremonia? Es evidente que los populismos. Podemos y toda la retahíla de sus comparsas, que se ven recompensados políticamente, tras estar en la picota en los últimos tiempos, en especial desde que saltó a los medios de comunicación el casoplón que el camarada Iglesias y la camarada Montero se mercaron. Pura dacha del politburó.
Pero los que más motivos tienen para lanzar las campanas al vuelo son los separatistas. En el PDECAT estaban que no se lo creían. Han pasado de vivir con la congoja de tenerse que someter al imperio de la ley a gozar de la indulgente sonrisa de un Sánchez que, emulando a Zapatero, poco menos que les ha dicho que aquí se puede hablar de todo y que paga el las cervezas.
El auténtico clon de la tarde ha sido Joan Tardà. Qué hombre. Es una especie de Madre Coraje, pero con bigote y acento catalán
Pero el auténtico clon de la tarde ha sido Joan Tardà. Qué hombre. Es una especie de Madre Coraje, pero con bigote y acento catalán. Ha desgranado tal rosario de miserias, hecatombes y padecimientos que uno estaría tentado de creer que Cataluña es poco menos que la batalla de las Termópilas y los separatistas unas pías monjitas indefensas.
La mendacidad del independentismo ha sido tal en esta sesión que cuesta comprender como no ha despertado la hilaridad en el candidato a presidente. Porque había para reírse, y mucho. Presentarse ante el hemiciclo como víctimas es de un cinismo abrumador, cuando ellos son los que ostentan el poder en mi tierra de manera despótica con todos los medios de comunicación a sus órdenes, con los Mossos mirando hacia otro lado cuando de constitucionalistas se trata, con los CDR campando a sus anchas, con las escuelas en su poder.
Sánchez, que es un cuco, ha sabido torearlos prometiendo diálogo y más diálogo. Pero dialogar ¿acerca de qué? Porque Tardà, que será lo que ustedes quieran pero no engaña a nadie, lo ha dejado muy clarito. Quieren una república independiente y, si no es ahora, será mañana y si no, pasado. Lo mismo que en el PDECAT, solo que estos saben esconder su supremacismo debajo de la corbata florentina y versallesca. Pero los tontos útiles del PSOE, para variar, no han querido - tampoco sabrían - atajar la riada de despropósitos que se han soltado. Sánchez es capaz de deglutir las palabras más indigestas. Los platos rotos ya los pagaremos entre todos.
Caña a Ciudadanos y abrazos a los separatistas
Esa ha sido la esencia del discurso de Sánchez. Mientras que ha sido cariñosísimo con la demagogia podemita, con las exigencias del PNV, con las barbaridades separatistas catalanas, a Albert Rivera le ha disparado con toda la munición disponible, llegando incluso a utilizar conversaciones privadas. Si ese es el carácter, que lo es, del futuro presidente del gobierno estamos apañados. Como para que Merkel o Trump le hagan una confidencia.
Rajoy no ha sabido afrontar ni a la corrupción ni al separatismo. Es lamentable, pero es así
El problema, lo hemos repetido hasta la saciedad, es que existe un sentimiento anti PP tremendo, enorme. Ganado a pulso, hay que decirlo, porque ante la corrupción que ha azotado al partido de Rajoy se debería haber hecho algo más que disimular hablando de casos aislados. Rajoy no ha sabido afrontar ni a la corrupción ni al separatismo. Es lamentable, pero es así. Ahora bien, si el deseo de Sánchez es echar a los populares de La Moncloa y sentarse en el despacho del complejo de Las Semillas para gobernar mucho o poco es cosa que aún no se sabe. Porque de convocar elecciones se habla poco, poquísimo.
Desde luego, si tuviera que acometer todo lo que sus socios le han exigido, necesitaría varias décadas de gobierno. Rivera, que ha sido el más combatido por derechas e izquierdas, lo ha dicho claramente. La palabra hay que dársela al pueblo español en unas elecciones generales. Pero cualquier apelación al interés general cae en saco roto en un parlamento que se agita entre los que defienden numantinamente sus privilegios gubernamentales y los que tan solo aspiran a disponer de ellos. Poco o nada se ha hablado del gente, del país real, que decía Charles Maurras, salvo las tópicas y estomagantes alusiones al pueblo.
A Rivera lo han acusado de fascista – Pablo Iglesias dixit -, de ser de la derechona, de mentiroso, de calculador, de desleal. Lo han silbado tanto desde la bancada popular como desde la sinistra. Tengo para mí que el discurso transversal que aspira a un estado moderno, social, democrático y limpio de corruptos, con igualdad entre todos sus habitantes, no encajaba en la visión de rojos y azules de la que se trataba en la sesión. Perviven aún los viejos rencores de aquellas dos Españas que tanto daño han hecho al cuerpo social del país, esas dos aceras que no se encuentran jamás ni tienen la menor intención de hacerlo.
De ahí que la tercera España que defiende Rivera y que tanta urticaria provoca en las carnes de los separatistas, sea lo único con un cierto sentido de lo sucedido ayer en el congreso. Pero es bastante inútil el empeño, porque hablarle a Campuzano, Tardà, Sánchez o los de Bildu acerca de Larra, Giner de los Ríos o Joaquín Costa es poco menos que cantar en lapón unas sevillanas en el barrio de Triana y triunfar.
El despropósito es tal que Sánchez está encantado de haberse conocido tras concitar los votos favorables de todo ese patchwork abigarrado en el que conviven los clericales burgueses del PNV con los kamikazes podemitas. Nada de eso tiene que ver lo más mínimo con el sentido del Estado y, si me apuran, con el de responsabilidad. El mejor indicador de esto es la alegría que reinaba en la Generalitat. Un Quim Torra exultante – nos lo cuenta un testigo presencial – no paraba de sonreír y abrazar a la gente, alegre ante lo que califica como la primera victoria de la república catalana contra la España monárquica. Porque se trata de eso, y se equivocan los que, hartos de corrupción y de PP, fían sus esperanzas en lo sucedido ayer. Lo que hay detrás de la moción de censura no es más que la suma de un afán de protagonismo desmesurado, de intentar que no naufrague definitivamente el PSOE y también, no en último lugar, de culminar un proceso de disgregación de España en favor de los radicales más peligrosos que ha visto Europa desde el fin de la segunda guerra mundial.
Tienes razón, Juan Carlos, habrá que agarrase los machos.