Cuando Mariano Rajoy dejó caer al ex presidente de Murcia, Pedro Antonio Sánchez, lo hizo por el bien del partido. Cuando hizo lo propio con Cristina Cifuentes, el argumento también fue que ésta debía sacrificarse para no perjudicar ni al partido ni a los madrileños. Y ahora, cuando lo único incuestionable es que en esta circunstancia histórica el verdadero problema del PP es el presidente del Gobierno, resulta que Mariano Rajoy se niega a echarse a un lado.
Con su negativa a dimitir, Rajoy deja el Ejecutivo en manos de un político cuyo único mérito contrastado es una desmedida ambición. Deja el poder al alcance de grupos cuyos intereses están en las antípodas de aquellos que defendemos la mayoría de españoles. En un acto de escapismo que no puede por menos que calificarse de cobarde, Mariano Rajoy Brey liquida de un golpe a su partido y coloca al país en una situación de preocupante fragilidad.
En lugar de presentar su dimisión, bloqueando así la temeraria iniciativa de Pedro Sánchez y abriendo un proceso ordenado de sucesión que desembocara en la convocatoria de unas elecciones generales que dieran voz a los españoles, Rajoy abre de par en par las compuertas del Gobierno, y de las decisiones políticas que afectan a la salud del Estado, al populismo y al supremacismo nacionalista. Sánchez acunará a los Puigdemont, Torra, Tardá y Rufián para mantenerse en La Moncloa, pero, si no rectifica, será el político gallego el que pasará a la historia como el verdadero causante de tamaña irresponsabilidad.
En un acto de escapismo cobarde, Rajoy liquida de un golpe a su partido y empuja al país a una situación de preocupante fragilidad
Nadie va a discutirle a Rajoy méritos que le son propios, y que en más de una ocasión hemos reconocido sin que nos dolieran prendas. Méritos esencialmente centrados en la gestión de la crisis y en la capacidad de resistencia demostrada en situaciones de indudable dificultad. Pero en esta ocasión no se trata de resistir, sino de actuar con el coraje y la valentía exigibles en estas graves circunstancias.
No es de recibo escudarse en los escollos que podrían surgir a la hora de investir a un nuevo candidato propuesto por el PP para no dar la batalla hasta el último momento; para convocar elecciones y de paso defender con determinación la legitimidad de un resultado electoral que situó al PP como el partido más votado en los últimos comicios, a una distancia de más de cincuenta escaños del siguiente. Como no es de recibo mantenerse al timón de un barco cuando se ha perdido toda capacidad de marcar el rumbo adecuado.
Tampoco, en coyuntura menos dramática, sería difícil transigir y calificar de anecdótico que Rajoy no acudiera al Parlamento durante la sesión vespertina del debate de la moción de censura. Pero ni la proverbial indolencia que se achaca al todavía jefe del Ejecutivo puede justificar este intolerable desplante, este inexplicable acto de desprecio al Parlamento, a sus compañeros de partido y a sus votantes.
Todavía hay tiempo para que Rajoy asuma la gravedad del momento y recuerde que lo importante no es cómo se entra en la historia, sino cómo se sale de ella
Y es que al abandonar a la bancada popular, sumida en un profundo abatimiento, Rajoy escribía una penúltima metáfora su desafortunada gestión en esta segunda legislatura: el líder de un equipo de ‘penenes’ incapaces de llevar adelante una mínima agenda reformista y que ni supieron ver ni reaccionar en tiempo y forma al golpe del secesionismo catalán.
En “La pell de brau” (La piel de toro), Salvador Espriu decía aquello de que “un hombre se puede sacrificar por todo un pueblo, pero todo un pueblo no puede ser sacrificado para salvar a un solo hombre”. Mariano Rajoy todavía puede hacer un postrer servicio a la nación poniendo su cargo, en un gesto de sano patriotismo, a disposición no ya de su partido, sino de la sociedad a la que dice servir.
Apenas queda tiempo. Pero el suficiente para que Rajoy se aleje de la devastadora batalla interna que ha sido uno de los cánceres del PP, asuma la gravedad del momento y recuerde que lo importante no es cómo se entra en la historia, sino cómo se sale de ella.