Opinión

Mariano, te ha tocado

Cuarenta años ha pasado en la política activa este registrador de la Propiedad de Pontevera, que nació en Santiago hace 63 años. Cuatro décadas en las que ha ejercido casi

  • Mariano Rajoy, a su llegada al Congreso de los Diputados.

Cuarenta años ha pasado en la política activa este registrador de la Propiedad de Pontevera, que nació en Santiago hace 63 años. Cuatro décadas en las que ha ejercido casi todos los puestos posibles en la escala pública, desde diputado autonómico con 26 años hasta hacer cumbre en la Moncloa en 2011.

La corrupción ya está amortizada, repetían en el PP como una letanía. El caso Gürtel es del pasado. Cosas de tiempos de Aznar, y de su gente. Ese desprecio por la realidad, que suele ser insistente y tozuda, le ha costado muy caro. El hombre tranquilo, hermético en los sentimientos, distante en las formas, ocurrente, socarrón, sarcástico, exfumador de puros y paladeador de buenos whiskies, deportista de vocación tardía, Mariano Rajoy ha representado la imagen de la normalidad sin aspavientos, del político sin estruendos, del dirigente sin alharacas.

José María Aznar le subió al carro de la política nacional, tras su agitada experiencia en el Goobierno gallego, junto a su gran protector, Gerardo Fernández Albor. Estaba tan tranquilo en Santa Pola, en el registro, aburrido como una mona, dicen algunos. Pasándoselo en grande, comentan otros, cuando Aznar, aconsejado por Fancisco Álvarez Cascos, entre otros, lo reclutó para la refundación del PP, esa gran aventura de la creación de la nueva derecha española tras el fracaso de la UCD y el esfuerzo baldío de AP. Rahjoy se integró en la dirección de los populares, con una misión imprescindible en una organización naciente: apagar incendios, imponer calma, prometer futuro. Cascos sacaba el hacha y Rajoy la manguera.

Cuando el PP llegó al poder, Rajoy se convirtió en un espécimen único, que pasó por los ministerios de Administraciones Públicas, Educación,  Interior y Presidencia. También fue portavoz del Ejecutivo y tuvo tiempo para casarse, ya cuarentón, con Elvira Fernández, Viri, con quien tuvo dos hijos.

A finales de agosto de 2003, cuando expiraba el mandato de Aznar, quien había anunciado que dejaría los trastos de gobernar en su segundo mandato, Rajoy escuchó la frase que cambió su destino. “Mariano, te ha tocado”, le dijo el presidente. Es decir, le encolomó el fardo de dirigir el PP luego de que Rodrigo Rato hubiera declinado la oferta en dos ocasiones.

Rajoy, cuentan algunos de sus amigos, no lo esperaba. Pero lo deseaba. El partido se encontraba en un momento difícil. El Gobierno de mayoría absoluta de Aznar estaba en su fase crítica, luego de la famosa boda de El Escorial. Tras un bienio de éxito, se vivía ya una situación crepuscular. Los atentados del 11-M expulsaron al PP del Gobierno durante dos mandatos, en los que Rodríguez Zapatero demostró que su teoría sobre que ‘cualquiera puede ser presidente’ era cierta. No hablaba de los resultados, ciertamente.

Tras la derrota en las generales del 2008, un grupo de aznaristas intentó un golpe interno para expulsar a Rajoy de la cúspide. Fue en el decisivo congreso de Valencia de 2008 en el que Camps y Arenas consolidaron la figura de Rajoy como líder máximo y un poco discutible, ya que recibió el ‘no’ de un 22 por ciento de los votantes.

El PP, desde entonces, se convirtió en el ‘partido mariano’. Con la suavidad y destreza de un hábil cirujano, Rajoy fue ‘limpiando’ del PP a todo elemento que consideraba extraño. En especial, a los más fieles compañeros y colaboradores de su predecesor. Acebes y Zaplana, amen de la dirección del País Vasco, fueron los casos más notables de esta operación quirúrgica.

Llegó la victoria electoral de 2011. Y los sudores, los esfuerzos, en plena herencia del desastre y en el corazón de la crisis económica. Una mayoría absoluta que Rajoy, sin vocación de liderazgo, empeló en luchar contra el rescate de Bruselas y contra la quiebra de las finanzas del Reino. Se olvidó de regenerar del partido, de impulsar España, de renovar las instituciones, de modernizar el Estado. En suma, de imprimir  a España el impulso modernizador y democrático que necesitaba después de 35 años de restauración democrática. “Estaba arreglando la economía”, era su excusa.

Un cuatrienio terrible, con el cataclismo económico, la abdicación del Rey y el germen del golpe de Estado en Cataluña. Los dos primeros retos, se superaron con cierta soltura. El tercero, ahí sigue. En las elecciones de 2015 perdió la cómoda mayoría y el país se adentró en una situación desconocida. Un gobierno en funciones a la busca de un presidente. No se logró y se volvió a las urnas que, esta vez sí, merced al apoyo de Ciudadanos y a un volantazo del PSOE, le permitieron volver a la Moncloa.

Ni los logros económicos, ni los avances sociales, ni las reformas coyunturales… Todos sus esfuerzos para redondear una acción de Gobierno han sido engullidos por la voracidad del monstruo de la corrupción. Jaleado hábilmente desde algunos resortes mediáticos, aireado intensamente por la oposición, Gürtel y Bárcenas han actuado de elemento decisivo en la larga carrera del presidente que se creía casi eterno.

Hace tan sólo unos días, tras sacar adelante los presupuestos de este año, acariciaba incluso la idea de repetir en las elecciones de 2020. Contaba con un panorama económico bonancible, un apoyo europeo notable y la convulsión catalana enquistada, a la espera de los jueces alemanes y españoles. “Yo me encuentro muy bien”, le dijo a Herrera la otra mañana en la radio. En el Congreso, sin embargo, Pedro Sánchez, ese político que nunca ganó nada, ni a las tabas, le cantó desde la tribuna: “Mariano, te ha tocado”.

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