A fuer de honesto debo reconocer una cosa: en mi casa adoramos a Alaska Y a Mario. Y a Fangoria, Y a las Nancys. Y a América, madre de Alaska, y a los padres de Mario, y a Topacio. Adoramos el mundo Alaska porque creo firmemente –creemos, mi mujer y yo– que es la máxima star española. Y, sobre todo, buena gente. Hay cosas que, cruzado el umbral de casa, no se admiten como poner en discusión a Lola Flores, Raphael -¡ponte bueno, maestro, nos haces mucha falta! -, Tony Bennet, Robert de Niro, John Wayne, Stan Lee y Alfredo Kraus. Faltan muchísimos, pero no quisiera alargarme.
Así pues, dejemos al Olimpo representado por esos nombres que brillan más que todas las estrellas de la bóveda celeste. Por todo eso no me vengan con reclamaciones, duelos ni quebrantos si afirmo que la serie “Alaska revelada” que pueden ver en la plataforma de pago de Movistar Plus+ es sensacional, hipnótica, absorbente y con una verdad tan grande que la recomiendo a todo el mundo. Si son fans de Alaska, les hará reír, llorar y emocionarse; si no lo son, seguro que se convertirán.
Ahí tienen “A quién le importa”, adoptado por el colectivo LGTBI pero que, como le dijo un sacerdote a la misma artista en el reality “Alaska y Mario”, puede aplicarse a cualquiera
Tiene Alaska algo poco común en la actualidad, y es que dice lo que piensa desde el criterio, la inteligencia, una educación exquisita y la rebeldía de la persona ilustrada que no precisa mayor bisturí que el de su palabra. Eso ya es excepcional. Pero hacer un repaso a la vida de una artista que ha trascendido ese concepto para alcanzar el de estrella es tan benéficamente iniciático, tan estimulante, que uno se pregunta qué sería de nuestras vidas sin esta mujer. Alaska ha dado canciones que se han convertido en himnos. Ahí tienen “A quién le importa”, adoptado por el colectivo LGTBI pero que, como le dijo un sacerdote a la misma artista en el reality “Alaska y Mario”, puede aplicarse a cualquiera porque ¿a quién le importa si él predicaba el Evangelio? Eso es puro alaskismo, el respeto a lo que piensen los 2 demás sin dejar por eso de defender tus ideas.
La otredad sería la divisa de Alaska si fuese un Caballero Medieval, y no dudo que, como Parsifal, Perceval según Sir Thomas Mallory, iría en pos del Santo Grial. Alaska es una combinación de Crowley y Santa Teresa, de Divine – excelsa, magnífica, injustamente olvidada Divine – y Estrellita Castro. Alaska es un universo donde todo cabe en un genial ejercicio de sincretismo sabiamente dosificado. Y si son cotillas, como somos en casa, encontrarán en esta serie de sólo tres capítulos cosas que Alaska jamás había dicho. Y lo hace con la misma facilidad generosa con la que un cerezo deja caer sus flores.
¿Saben lo que nos daba fuerza? Ver a Alaska, a Mario, a toda su gente y darnos un chute de buen rollismo que nos animaba a pensar que no hay día malo que no toque a su fin
Otro motivo, este más personal, tenemos en casa para amarla. Cuando se estrenó “Alaska y Mario”, mi mujer y yo estábamos sin trabajo, condenados al ostracismo por los políticos, malditos y con una edad en la que se considera que, como me dijo un sinvergüenza, “Debes reinventarte”. Hablaba desde un cómodo sillón oficial con el culo vendido a un partido. ¿Saben lo que nos daba fuerza? Ver a Alaska, a Mario, a toda su gente y darnos un chute de buen rollismo que nos animaba a pensar que no hay día malo que no toque a su fin. Lo afirmó Mario Vaquerizo, ese genio: “Fíjate, las tontas decían cuando nos dieron este programa, hay que ver, pa lo que han quedao, no tendrá éxito”. Ahora que, gracias a Dios, mi mujer y yo trabajamos quiero decir desde lo más hondo de mi alma: gracias, Alaska. Por tú música, por tus canciones, por ser como eres. Por vivir. Vean “Alaska Revelada” y báñense en ese lago de aguas cristalinas llamado Alaska. Saldrán revigorizados. Que Dios te bendiga a ti, a Mario y a toda tu gente.