Análisis

Jódete, Arturo

   

  • Artur Mas, entre una estelada y una bandera de la UE, tras las elecciones de este domingo.

Primero por idiota. Esta es la tercera vez que te pegas un castañazo, querido president. Tres veces has disuelto el Parlament con intención de mejorar tu posición y otras tantas has acabado con el rabo entre las piernas, tan serio, tan listo, tan seguro de tu apostura, tan perseverante en tu radical impostura. Ibas a por la mayoría absoluta en votos y escaños y no has logrado ni lo uno ni lo otro, de modo que ahora tendrías que salir pitando, esconderte, largarte a Canadá para siempre jamás y no volver a mostrar tu jeta de perdedor impenitente por estos pagos, so pena de que te pongas de rodillas ante la CUP, esa cosa entre anarquista y comunista que encabeza un tal Fernández, de Zamora como sus padres, en la que se refugian muchos de los que, procedentes en principio de Andalucía, Murcia, Galicia y ambas Castillas, hoy se avergüenzan de sus orígenes y reniegan de sus raíces para hacerse perdonar por los amos del prusés, el catalanismo pata negra. Tonto útil. Contenta tiene que estar hoy esa burguesía antaño descrita como la campeona del seny: has arruinado Convergencia, has dinamitado al partido de la derecha catalanista para servir los destinos de la región en bandeja de hojalata a una ensalada indigerible de izquierdas revolucionarias, una perspectiva ante la que, imagino, las buenas gentes de Sarriá-Sant Gervasi deben sentirse hoy la mar de felices.

Con todo a favor, sin equipo contrario sobre el césped, no has sido capaz de ganar este para ti, según tú, definitivo partido que debía llevar a Cataluña a la Arcadia de la riqueza

Comprendo la frustración que debías sentir anoche cuando te retiraste a tus aposentos, querido president. Se te notaba sobre el tablao del Borne (por cierto, ¿qué habéis hecho con las monjas? Anoche no se vio a monja alguna bebiendo cava a morro y celebrando la independencia…), los ojos vidriosos y ausentes, como queriendo escapar de aquel rostro cansado que pretendía seguir riendo en patética mueca producto de la decepción. Durante no sé cuántos años has gobernado para la mitad de los catalanes, qué digo, mucho menos, digamos que para dos millones de catalanes, los que ayer dieron su voto al sí, olvidándote por completo de los cinco y pico restantes, dándoles la espalda, condenándoles al ostracismo, ignorándolos, despreciándolos en el fondo y en la forma, ciscándote en sus necesidades y aspiraciones. Has creado un régimen de partido único para, cual espantajo, muletilla o engaño, llevar a esa tropa hacia una Cataluña de capuletos y montescos, una Cataluña en la que tú deberías sentirte mucho más seguro, imagino, lejos del afán fiscalizador de una Justicia mínimamente independiente –si es que en la España actual se puede hablar de una Justicia independiente– y dispuesta a mirarte los bajos de la corrupción galopante en la que tú y tu padre político, el tal Pujol y su familia, la famiglia, con Convergencia entera, lleváis 40 años nadando.

Frustración, sí, porque lo has tenido todo a favor, has dispuesto de todo, lo has dilapidado todo, empezando por el dinero a espuertas que Madrit te ha ido soltando a través de FLA, de todos los FLAS habidos y por haber, para financiar Asambleas y Òmniums, y a esos cuadros del partido único que visitaban las comarcas, llamaban a las casas y exigían fidelidad al pequeño führer que hay en ti. Has tenido a todos los medios de comunicación a tu servicio, empezando por la RAC1 en la radio, La Vanguardia en la prensa –qué papelón el del señor Conde de la cosa, poca vergüenza tienes, Godó de los collons– y siguiendo y terminando por la omnipresente TV3, la televisión del partido dispuesta a machacar la vida diaria de los catalanes que no estaban dispuestos a enrollarse en la estrellada. Régimen de partido único, con lenguaje único.

Parodiando a Victor Klemperer y su análisis sobre la semántica del nazismo, más que la propaganda de los discursos, los textos escritos y los carteles, el instrumento del que te has valido para instilar tu veneno en las mentes de tanto independentista de última hora ha sido el lenguaje, la perversión del lenguaje: palabras aisladas, expresiones (caso del famoso "derecho a decidir") y formas sintácticas repetidas hasta la saciedad, que, favorecidas por su simplicidad, acaban por penetrar, envenenados conceptos y sentimientos, en el inconsciente de gente antaño aparentemente juiciosa, ahora dispuesta a asimilarlas y reproducirlas de forma mecánica. Es lo que Klemperer denominaba Lingua Tercii Imperii (LTI), la lengua del Tercer Reich que envenenó Alemania en los años 30 del siglo pasado y que condujo al desastre por todos conocido.

Todo debía respirar nacionalismo

En la Cataluña nacionalista no había, no hay, espacio para las gentes empeñadas en no someterse a tu impulso totalitario, conducator de andar por casa, impulso que os ha llevado, a ti y a Junqueras, remedo de coloquial Sancho Panza que te acompaña en el último tramo del viaje hacia ninguna parte, a absorber todos los espacios públicos y aun privados. El Volkgeist nacionalista (nosaltres som collonuts, ells ens volen aixafar y us portarem Catadisney), financiado con el dinero de todos. Las instituciones debían alinearse con el ideario y las metas del prusés, haciéndose partícipes de su cosmovisión. La judicatura, los sindicatos, los colegios profesionales, los enseñantes, la iglesia, el Barça, los castellets… Todo. Todo debía respirar nacionalismo en la colosal empresa de homogeneización emprendida por vosotros, pérfidos aprendices de brujo. Todos debían hablar "el lenguaje del vencedor", mientras en Madrid se dedicaban a tocar la lira. Todo lo habéis instrumentalizado, todo lo habéis prostituido desde el poder que la Constitución a la que habéis vilmente traicionado os entregó: las almas, las instituciones, los medios de comunicación… Quien no comulgara con vosotros estaba condenado a vivir en el ostracismo más completo, a callar, a desaparecer, abrumado por la fuerza de vuestro inmisericorde aparato de agitprop.

Lo peor de todo, si me apuras, Arturo, es el daño que has causado en tantas familias a las que has amargado la vida, familias rotas que has dividido, en algunos casos tal vez para siempre, con el maldito 'prusés'

Pero lo peor de todo, si me apuras, Arturo, es el daño que has causado en tantas familias a las que has amargado la vida, familias rotas que has dividido, en algunos casos tal vez para siempre, con el maldito prusés, Arturo, familias a las que has obligado a dejar de verse para no tirarse los trastos a la cabeza durante el almuerzo de los domingos o las celebraciones familiares singulares. Y eso no tiene perdón posible, Arturo, eso no te lo podrán perdonar nunca las decenas, centenas de miles de familias que vivían felices y agrupadas hasta que tú y tu veneno totalitario hicieron su aparición sobre la faz de Cataluña. Y todo para nada, Arturo. Para volver a demostrar que Cataluña es tan diversa y plural como la entera España, mal que te pese. Todo para que, como mucho, algún día te levanten una estatua a la entrada del zoo de Barcelona con la leyenda "al tonto útil".

Por eso hablo de frustración, por eso comprendo tu inmensa frustración de anoche. Frustración porque, con todo a favor, sin equipo contrario sobre el césped –tanto el idiota sideral de Zapatero como el pusilánime incorregible, héroe procrastinado Rajoy, te han dejado hacer y deshacer a tus anchas, en otro ejercicio de irresponsabilidad que la historia jamás podrá perdonar–, resulta que no has sido capaz de ganar este para ti, según tú, definitivo partido que debía llevar a Cataluña a la Arcadia de la riqueza, la Dinamarca de la felicidad, cuando adonde de verdad has apuntado siempre es a la Albania de la más completa miseria. Y todo para eso, para esto, para levantarte esta mañana convertido en un pelele, un juguete roto en manos del tal Fernández y su CUP. Para ser un cadáver cuya pestilencia traspasa ya las riberas del Ebro. Has perdido y estás muerto. Y tú lo sabes. Por todo eso y algunas cosas más, por todo lo que has roto, por todo el dolor que has causado, por tonto, por traidor y por sembrador de discordia: jódete, Arturo.

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