"Lo que os gusta es matarme y ponerme un pino en la tripa todos los días en la prensa. Eso es lo que hacéis en la prensa". Así de categórico se mostró el Rey justo hace tres años, en junio de 2011, en un conocido encontronazo con periodistas. Don Juan Carlos se quejaba amargamente por cómo estaban informando los medios sobre su estado de salud. A tenor de lo que se está viendo, oyendo y leyendo estos días, es de suponer que Su Majestad estará algo más contento con el tratamiento que la gran mayoría de periódicos y televisiones están dando a su sorprendente abdicación hecha pública el pasado lunes. De hecho, horas después de anunciar su renuncia él mismo se dirigió a los informadores en un tono bastante más amable: "Nunca os habéis interesado por mí tanto como hoy". Unas risas y todos contentos.
Será por aquello de que todo aquel que se va pasa a ser maravilloso, será por su archisabido papel en la Transición y el 23-F, será porque se trata de una noticia histórica que amansa la pluma más feroz, será porque abundan las convicciones monárquicas o, en su defecto, los militantes en ese híbrido republicanismo juancarlista o será, acaso, porque con críticas severas no se entra en el paraíso del establishment, pero es evidente que estos días la prensa ha mostrado una imagen cuanto menos edulcorada del Rey. Ha sido difícil, casi imposible, encontrar algún artículo que destacase aspectos negativos del Monarca en las páginas de El Mundo, El País, ABC y La Razón. Los editoriales de sus ediciones verpertinas del lunes y matutinas del martes ensalzaban, con los lógicos matices pero sin diferencias apreciables, las inmensas bondades de los 39 años de reinado del Monarca. Mención aparte merece Televisión Española (TVE), cuyas piezas de estos días han bañado de almíbar la figura de don Juan Carlos, la Reina Sofía y los Príncipes de Asturias.
Donde muchos medios y personas decían ayer "el Rey aguantará hasta el final por responsabilidad" ahora dicen "Juan Carlos se ha comportado con gran responsabilidad"
Unos cuantos tertulianos y columnistas han repetido estos días una serie de mantras cuya pervivencia desafía al tiempo. Quizás el más llamativo es el que afirma que el Monarca ha actuado con "enorme generosidad" al renunciar al trono. Argumento cacareado hasta la saciedad por las mismas personas o medios que no hace tanto tiempo -hasta el pasado domingo, de hecho- veían con horror cualquier atisbo, la más mínima posibilidad de una hipotetética e improbable abdicación. O sea, donde ayer decían "el Rey aguantará hasta el final por responsabilidad" ahora dicen "Juan Carlos se ha comportado con gran responsabilidad". Ya se sabe que la responsabilidad, sobre todo cuando no es penal porque eres inviolable, es una cuestión relativa. Otro mantra, el preferido por un servidor, es ese que reza que el Príncipe Felipe es un hombre muy preparado para reinar. Llámenme loco, pero lo raro sería que el heredero no estuviera listo para su cometido, ¿no?
Temas 'prohibidos'
La prensa cortesana, perdón, tradicional, ha remarcado esa serie de verdades absolutas y ha obviado determinados asuntos espinosos, como si estuviera prohibido reparar en cuestiones al menos controvertidas de la vida y milagros de Juan Carlos I, tales como sus relaciones inexplicadas con la tal Corinna zu Sayn-Wittgenstein -por no remontarnos al largo noviazgo con la mallorquina Marta Gayá- y, por ende, sus posibles problemas conyugales -ay, cuánto se habla de esto en las redacciones, pero nunca en los papeles-, sus recientes viajes al Golfo Pérsico para ver a algunas de sus amistades peligrosas, sus opacos bienes patrimoniales -2.000 millones, según reveló The New York Times hace dos años-, etcétera. Sí, esos asuntos se mencionan en los medios, por supuesto, pero siempre dentro de una típica enumeración de los problemas que han dañado la imagen de la Casa del Rey en los últimos años.
Enumeraciones en la que nunca falta el caso Urdangarín, cuya existencia se conoce, amén de por los presuntos manejos turbios de los Duques de Palma, gracias precisamente a que ha sido aireado con profusión en los medios de comunicación. Paradójico en un país donde las críticas documentadas a la Monarquía han sido poquísimas, por no decir inexistentes, en los últimos treinta años. Razón de más para afirmar que lo ocurrido en los últimos días es solo el reflejo de un régimen agonizante, en que los poderosos y los medios son, casi siempre, la salsa y el perejil de un mismo guiso. Así las cosas, las redes sociales y los diarios digitales se han convertido, y negarlo sería estar ciego, en una suerte de refugio para quienes desean estar informados y buscan huir de lo políticamente correcto, sean monárquicos, republicanos o mediopensionistas.