Ni la socialista Anne Hidalgo, ni la ultraderechista Marine Le Pen. Quien inquieta a Emmanuel Macron se llama Valérie Pécresse (Neuilly sur Seine, 54 años) quien el próximo abril puede convertirse en la primera presidenta de la historia de Francia. Acaba de imponerse en las primarias de Los Republicanos, el partido de la derecha tradicional francesa, con más del 80% de los votos, y enfila ya el camino hacia el Elíseo con esa actitud de desafiante humildad que le ha convertido en la estrella mediática del panorama nacional.
Ocupa desde 2015 la presidencia de la Isla de Francia, la región que acoge a París, razón por la cual algunos analistas han dado en compararla con Isabel Díaz Ayuso, la otra figura descollante de la escena europea. Cierto es que presiden las regiones clave en sus respectivos países, que ambas militan en la derecha liberal y que han sabido impulsar a sus formaciones en momentos de confusión y turbulencia a causa de la pandemia. Hasta ahí, las similitudes. Pécresse es una mujer mucho más experimentada que la española. Enarca de formación, el vivero de las elites políticas galas, llegó a la política con 26 años de la mano de Jacques Chirac. Ha sido diputada nacional en dos legislaturas y ha ocupado dos carteras, Universidad y Presupuestos, con Chirac y Nicholas Sarkozy.
"Tengo una buena noticia para los franceses, la derecha republicana ha vuelto", declaró la noche de su confirmación como candidata del partido
Guarda mayor parecido con Ayuso cuando atiende a las difíciles relaciones que ambas mantienen con sus partidos. Sabido es que la presidenta madrileña es objeto ahora mismo de un hostigamiento desconsiderado por parte de la cúpula del PP, que se está reflejando ya en un lento declinar de la formación conservadora en todos los sondeos. Pécresse, también de convicciones firmes y carácter potente, luego de choques diversos y agotadoras escaramuzas, fundó una corriente propia dentro de Los Republicanos que denominó 'Seamos libres', la plataforma que le ha conducido a la victoria en la elección interna. "Tengo una buena noticia para los franceses, la derecha republicana ha vuelto", declaró la noche de su confirmación del partido. "Partimos hacia el combate con voluntad de victoria.
Pécresse, como Ayuso (y como Esperanza Aguirre), reivindica una derecha 'sin complejos', liberal en lo económico e insobornable en la defensa de cuestiones de Estado como inmigración y seguridad, dos de los ejes de la actual campaña. La aspirante republicana se sitúa 'en el centro de gravedad de la derecha', es decir, alejada del centrismo gestual y verborreico de Macron y de la derecha severa y radical que encarnan tanto Le Pen como Eric Zemmour, el último en subirse a este lado del tablero.
Le llaman 'La trigresse', aunque tiene aspecto de burguesita amable, modosa de gestos, prudente de expresión, un punto sofisticada y de una seductora elegancia a lo Deneuve. Poco de 'tigresse', por lo tanto, aunque, como Ayuso, es excelente mitinera, de afilada dialéctica, valiente en la pugna verbal y muy resuelta en los debates televisivos. "No hace falta insultar para convencer, los mercaderes del miedo no han tenido peso en nuestra historia", repite con relación a los mensajes más agresivos y belicosos de sus rivales. 'La dama de hierro del Sena', le bautizaron en homenaje a su admirada Margaret Thatcher, aunque ella prefiere que la asimilen con Angela Merkel, ahora jubilada. Por razones de ideología y actualidad, ahora la emparejan con la lideresa madrileña, en especial por su combate a todas las mareas identitarias, todos los ismos de la gauche, desde el feminismo hipertrofiado al antirracismo paranoico, el ecologismo desaforado, el igualitarismo patológico y otros capítulos del supermercado estúpido y totalitario de los ismos.
Como le ocurre a Ayuso con Vox, Pécresse ha logrado hacerse fuerte en ese espacio liberal conservador, que ya ha hecho suyo, lejos de los postulados que defienden sus rivales de la derecha
En una formación tan adusta y tradicional como LR, heredera de De Gaulle y símbolo supremo de la grandeur, su candidata a la presidencia ha logrado concitar la adhesión de ese amplio segmento del elector moderado que abomina de la mercadotecnia de Macron y se espanta ante la impetuosa fiereza de los dos personajes que acaparan el sector más esquinado de la derecha. Aquí también, como le ocurre a Ayuso con Vox, ha logrado hacerse fuerte en ese espacio liberal conservador, que ya ha hecho suyo, muy alejado de los postulados que defienden Le Pen y Zemmour, a quienes respeta de palabra pero no evita dibujarlos con ingeniosos adjetivos que bordean la caricatura.
Tres mujeres competirán en estas presidenciales francesas. Además de Pécreese y Le Pen, aparece por el otro costado Anne Hidalgo, gaditana de San Fernando, hija de emigrantes españoles, alcaldesa de París y representante de un Partido Socialista que se hundió tras el mandato de François Hollande, un chicharelo viscoso y mohoso cuya única aportación a la política fue su matrimonio con Ségolène Royale, todo un prodigio sentimental hasta ahora inexplicado. Como ya ocurre en casi todas las democracias razonables, camina hacia el territorio de la extinción. Diluida entre el marasmo ideológico y el laberinto existencial desde la caída del Muro, rematada por el intemperante Mitterrand, la izquierda francesa, como ocurre en casi todas las democracias razonables, camina hacia el territorio de la extinción.
Resulta aventurado predecir una victoria de Pécreese, pero en el equipo de Macron la contemplan ya como su rival más peligroso, su amenaza más cierta
Antes de las primarias, la lideresa republicana aparecía la cuarta en los sondeos. Ascendió de golpe doce puntos y se sitúa ya por encima del agrio y áspero Zemmour, el popular periodista televisivo, y a pocos pasos de Le Pen, que quizás no se encuentre en su mejor momento. Resulta aventurado predecir una victoria de Pécreese, pero en el equipo de Macron la contemplan ya como su rival más peligroso, su amenaza más cierta
¿Una mujer en la presidencia francesa?, se ríen los estrategas presidenciales. Ya se verá, es posible. Mucho más que, por ahora, en España, donde la operación Yolanda Díaz no deja de producir sarcasmos, risas y burlas en el sanchismo prepotente mientras que Ayuso se afana en mantenerse fiel a su compromiso para que Casado sea, algún día, presidente del Gobierno. Aunque él no se deje. En Génova, ya se sabe, son como esos cortesanos de los lienzos de Velázquez, "que viven al margen de la vida, presos de las apariencias, enfrascados en el complot y la mentira y unidos tan sólo por las conjuras y el remordimiento", como leía Belmondo/Pierrot en aquella cinta de Godard.
Los comicios franceses de primavera, al margen de los paralelismos con Ayuso, están rebosantes de morbo desde la perspectiva española. Mala noticia para La Moncloa sería la victoria de la noble dama de la derecha puesto que colocaría al sanchismo en una situación harto incómoda. De un lado, una antiizquierdista de manual y de otro, Christian Lindler, el ministro de Hacienda alemán, amigo del rigor presupuestario y enemigo feroz de los populistas manirrotos. Sánchez, como un palomino atontado, se queda solo en medio de la pista. El 30 de enero, quizás ni siquiera le quede Portugal.