Opinión

Bajo el síndrome del adanismo

El deslizamiento hacia fórmulas populistas hispanoamericanas no acaba de verse como un peligro real, incluso si el gobierno simpatiza abiertamente con ellas y camina en su misma dirección

  • El presidente venezolano, Nicolás Maduro, y el expresidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero / Europa Press

En la brillante y muy civilizada Viena intelectual de las entreguerras europeas del pasado siglo, dos personalidades de incuestionable y muy elevado prestigio en el ámbito de las ciencias sociales, Joseph Schumpeter y Friedrich Hayek coincidieron al reivindicar el gran y tristemente ignorado legado del pensamiento escolástico español vinculado con la universidad de Salamanca, en tres ámbitos: la teoría evolutiva de las instituciones sociales, la economía de mercado y la filosofía política liberal.

Si nos detenemos en el primer hito intelectual, su grandeza queda atestiguada por un extraordinario y consumado hecho histórico -muy poco conocido-: la teoría darwinista de la evolución, que hoy domina por completo el mundo de la ciencia, se basó en el pensamiento escolástico español que descubrió, siglos antes, el origen y evolución espontánea de las instituciones sociales; fenómenos que no son producto de la creación deliberada de la voluntad humana: lenguaje, familia, derecho, justicia, mercado, división del trabajo, moneda, ciudad, democracia, Estado…. Por tanto, en contra de lo que podría suponerse, el concepto de evolución no fue tomado por las ciencias sociales de la biología, sino al revés.

Ya en la Roma imperial del comienzo de nuestra era, Cicerón citando a Catón, señalaba que “la constitución romana -sus leyes- se basa en el genio de muchos hombres y no en el de un solo hombre; no se instituyó en una generación, sino durante un largo periodo de varios siglos y muchas generaciones de hombres”.

El beneficioso funcionamiento de la sociedad libre descansa, sobre todo, en la existencia de instituciones que han crecido libremente. Y todas las sociedades que han cuestionado el orden social natural, para dictar modelos “racionales” de conducta, han fracasado y en muchos casos con consecuencias dramáticas.

Frente a la libre y espontánea evolución social de las instituciones, los precursores políticos –aunque ellos no lo sepan- de nuestro actual gobierno sostuvieron que “si queréis tener buenas leyes, quemad las que tenéis, y haced otras nuevas” (Voltaire) y “no existen otras leyes que las que se dan los vivos”(Rousseau). Ni que decir tiene que los países que actuaron en consecuencia, con la URSS y China a la cabeza, cosecharon los mayores desastres humanos de la historia.

"El uso corriente e indiscriminado de la palabra 'democrático' como término general de alabanza no carece de peligro. La democracia, probablemente, es el mejor método para conseguir ciertos fines, pero no constituye un fin en sí misma"

Para Hayek, "mientras que la tradición racionalista presupone que el hombre originariamente estaba dotado de atributos morales e intelectuales que le facilitaban la transformación deliberada de la civilización, la evolucionista aclara que la civilización fue el resultado acumulativo costosamente logrado tras ensayos y errores; que la civilización fue la suma de experiencias, en parte transmitidas de generación en generación, como conocimiento explícito, pero en gran medida incorporada a instrumentos e instituciones que habían probado su superioridad. El uso corriente e indiscriminado de la palabra 'democrático' como término general de alabanza no carece de peligro. La democracia, probablemente, es el mejor método para conseguir ciertos fines, pero no constituye un fin en sí misma”.

Aristóteles condenaba la clase de gobierno en que “el pueblo impera y no la ley”, así como aquél en que “todo viene determinado por el voto de la mayoría y no por la ley”. “Cuando el gobierno está fuera de las leyes no existe estado libre, ya que la ley debe ser suprema con respecto a todas las cosas”.

Frente a esta insuperable visión verdaderamente democrática y sobre todo civilizada de las instituciones del Estado, el gobierno, sus medios afines y lo que es más grave, los miembros progresistas del Tribunal Constitucional, se declaran adanistas –siguiendo a Rousseau y Voltaire- negando el imperio de la ley y afirmando su sometimiento a una “soberanía popular” que confunden impropiamente –¿ignorante o interesadamente?– con el Congreso de Diputados. Por separado y conjuntamente, cual orquesta dirigida por declarados enemigos de nuestro orden constitucional, vienen a sostener que las instituciones –como las ya citadas– preexistentes a la aleación política que ahora nos gobierna, pueden y por tanto deben derogarse a su gusto político; lo que remite inexorablemente a Venezuela, un estado fallido y democrático totalitario.

De nuevo, el sabio Hayek aclara las cosas: “La soberanía popular es la concepción básica de los demócratas doctrinarios; significa para ellos, que el gobierno de la mayoría es ilimitado e ilimitable. El ideal democrático pensado para impedir cualquier abuso del poder se convierte así en la justificación de un nuevo poder arbitrario”.

El famoso imperativo categórico de Kant: “Actuar sólo de acuerdo con esa máxima en virtud de la cual no se puede querer más que lo que debe ser ley universal”, es una extensión al campo de la ética de la idea básica que entraña el imperio de la ley, tan ajena a la práctica política del gobierno.

Los desmanes “legales” del Gobierno, carentes de legitimidad política y seriedad legislativa, suelen estar respaldados por sus intelectuales progresistas. Para Schumpeter, “la ausencia de responsabilidad directa para los asuntos prácticos y la consiguiente ausencia de conocimiento de primera mano de los mismos es lo que distingue al intelectual”. Y para Hayek: “El intelectual, por su disposición global no está interesado en detalles técnicos o dificultades de tipo práctico. Le atrae la amplitud de miras, la falsa compresión de lo de social como un todo que el sistema planificado promete”.

El verdadero valor de la democracia es servir como una precaución sanitaria capaz de protegernos de cualquier abuso de poder

Mientras que los intelectuales progresistas andan utilizando su brocha gorda para confundir a la sociedad con sus demagógicas proclamas pseudo-democráticas, Hayeck que si sabía y mucho de lo que escribía, dejó las siguientes “perlas” que parecen escritas para la España de nuestros días:

  • “Bajo el falso nombre de democracia se ha creado un mecanismo en el que no decide la mayoría, sino que todos sus miembros, para perseguir sus propios fines, deben prestarse a muchas corrupciones para obtener el apoyo de la mayoría”.
  • “En una democracia ilimitada quienes tienen los poderes discrecionales están obligados a usarlos – quiéranlo o no – para favorecer a grupos particulares de los que dependen para obtener la mayoría de los votos”.
  • “El verdadero valor de la democracia es servir como una precaución sanitaria capaz de protegernos de cualquier abuso de poder. Permite echar a un gobierno y tratar de sustituirlo por otro mejor. Es la única convención hallada hasta ahora para hacer posible los cambios pacíficos de gobierno”.

Lamentablemente, en España, muy escasamente familiarizados con la democracia verdadera, una gran parte de la sociedad tiene una comprensión de ella alejada de la que domina la política –incluso socialdemócrata- de los países más ricos y civilizados. El deslizamiento hacia fórmulas populistas hispanoamericanas no acaba de verse como un peligro real, incluso si el gobierno simpatiza abiertamente con ellas y camina en su misma dirección.

Un próximo gobierno democrático, además de recuperar la perdida dignidad institucional, debería preocuparse por sustituir la adanista y totalitaria 'memoria histórica' o 'democrática' por la difusión en las escuelas de los verdaderos principios democráticos que rigen en los países más serios, civilizados y ricos del mundo; para evitar así la migración ya iniciada hacia el tercer mundo.

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