En la crisis de 2008, los bancos redujeron el crédito ante el estallido de la burbuja inmobiliaria y al auge de la morosidad, y el consumidor, asustado ante todo esto, gastó menos y por lo tanto compró menos a las empresas que, a su vez, redujeron sus beneficios y, finalmente, se generó mucho paro. Aparte del problema en la sociedad que eso provocó, es evidente que si el desempleo aumenta, cae el consumo y las empresas y bancos ganan menos, también se rebajan los ingresos de la administración pues se cobran menos impuestos a la vez que debe aumentar el gasto social. Eso disparó los niveles de deuda pública. En todos los años que vinieron después (aunque España por culpa de la crisis del euro no volvió al crecimiento sostenido hasta bien entrado 2013) los Estados –salvo excepciones como Alemania- hicieron poco para mejorar sus cuentas públicas, desaprovechando la recuperación.
En la crisis de 2020, esta vez sin un origen financiero, los gobiernos se conjuraron para que no ocurriera lo mismo que en 2008 y se utilizó una gran cantidad de dinero público –con la complicidad de los bancos centrales- en evitarlo. Las consecuencias son que la crisis social es menos grave de lo que fue entonces (sobre todo con muchos menos parados) pero la velocidad a la que han empeorado las cuentas públicas –ya muy tocadas porque no se habían recuperado de la recesión anterior- ha sido enorme, además de que está volviendo la inflación. La inflación es, a todos los efectos, un impuesto, y un impuesto que perjudica al más pobre porque encarece el coste de la vida a todos por igual y por tanto perjudica al que menos tiene. Sin embargo, el consenso económico desde Keynes y la deflacionaria crisis de 1929 establece que un poco de inflación es positivo, que la expectativa de mayores precios provoca que el consumo aumente y disminuya el ahorro. Arbitrariamente se lleva creyendo desde hace muchos años que el 2% en el IPC es un número ideal para las economías desarrolladas, aunque hay economistas que abogan incluso por unos dígitos mayores.
Basta con recordar cómo en los años de la burbuja inmobiliaria española la vivienda subía a un 30% anual mientras el IPC lo hacía al 3%
Antes de seguir quiero aclarar que yo no creo que el IPC refleje la inflación real porque no incluye la inflación de los activos, y eso lo convierte en un índice incompleto. Basta con recordar cómo en los años de la burbuja inmobiliaria española la vivienda subía a un 30% anual mientras el IPC lo hacía al 3% cuando, en la realidad, la mitad del presupuesto familiar se iba en el pago de la hipoteca. Pero para no complicarlo más, supongamos que el IPC sí que mide la inflación. Este año los IPC se están elevando bastante –el español, por ejemplo, está en una tasa anual del 2,9%- y la razón parece una suma entre el mucho ahorro que ha salido a consumir tras los confinamientos y la falta de agilidad en la cadena de suministros (desde escasez de contenedores hasta ausencia de suficientes chips pasando incluso por falta de empleados cualificados) tras un parón tan grande como el de 2020. Si a eso se añade un punto, imposible de medir, de especulación en el precio de las materias primas, el cóctel se vuelve peligroso.
Los temores del mercado
Históricamente, frenar el auge de la inflación suponía una elevación de los tipos de interés, de ese modo la economía se enfría, aumenta el ahorro y disminuye el consumo. Además, perjudica a la inversión más especulativa (justo la que domina actualmente los mercados) que está encantada con que sea financieramente gravoso el dejar el dinero quieto. Si se aplicaran esas medidas 'clásicas', las bolsas (y sobre todo el mercado de deuda) sufrirían un desplome importante. Por eso se dice que los mercados temen a la inflación. Pero en realidad no es así. El mercado lo que teme es a la respuesta que los bancos centrales puedan dar a este aumento de los IPC. Y es fácil deducir por qué: llevan subiendo con fuerza desde la primavera de 2009 gracias sobre todo a sus inyecciones de liquidez. Hasta tal punto la política ultra-expansiva de los BC está manipulándolo todo que nunca ha habido tanta deuda emitida en el mundo, y nunca lo ha sido a tipos tan bajos. Cualquier referencia de los bancos centrales no ya a subir tipos (algo que nadie ve cercano en el tiempo) sino sobre todo a reducir de algún modo las compras de bonos que realiza en mercado, provocaría una reacción contraria a la tendencia de los últimos años y las bolsas bajarían y la rentabilidad de la deuda subiría.
El miedo a la inflación no existe, existe el miedo –razonable viendo cómo sigue sin acabarse con el virus y por la 'guerra fría' económica entre los EUA y China- a que la recuperación económica pierda vigor
Si se pregunta a cualquier gestor dirá que su mayor miedo es ese, un cambio de política de los bancos centrales ya que nada convence más a un posible cliente para que acepte una inversión de riesgo que explicarle que tener los ahorros en un depósito o en renta fija hará que pierda mínimo un 2% anual. Pero tras tantos años en los que los Estados y los mercados financieros se han vuelto completamente dependientes de ellos, pocos creen que de repente se vayan a volver en contra. Por eso, las bolsas siguen subiendo y la rentabilidad de la deuda bajando a pesar de que sigue elevándose la inflación, y de que no está claro que vaya a ser algo transitorio como se empeña en insistir el discurso oficial. Hace dos lunes se desplomaba el precio del crudo, esa –por lógica- sería una buena noticia para los IPC pero ¿qué hicieron las bolsas? Caer también, porque el miedo a la inflación no existe, existe el miedo –razonable viendo cómo sigue sin acabarse con el virus y por la 'guerra fría' económica entre los EUA y China- a que la recuperación económica pierda vigor. Y existe el pánico a que los bancos centrales, para luchar contra la inflación, cambien de políticas, pero tanto Lagarde como Powell ya se han encargado días atrás de calmar los ánimos. A corto plazo no va a haber cambios.
Los récords de Wall Street
Yo no estoy para nada de acuerdo con todo esto, creo que la ultra-dependencia de la política monetaria se nos va a volver en contra, la prosperidad económica no puede depender casi en exclusiva del tamaño del balance del BCE y la FED. E ignoro si la inflación será o no pasajera pero sí sé que ya es un problema. Si se habla con pymes y familias, sus dificultades financieras relacionadas con las subidas de precios son graves, poco les importa que las grandes empresas y los Estados puedan endeudarse barato y así seguir gastando, poco les importan los récords históricos en Wall Street. El aumento del coste de vida es un problema real que se suma, en el caso de España, a un aumento impositivo generalizado. Pero estoy convencido de que, a estas alturas, nuestros gobernantes prefieren seguir emitiendo deuda cada vez más barata (cuanto más sube la inflación, más negativo es el tipo de interés real) y seguir teniendo contentos a los mercados aunque algunos activos estén en niveles de burbuja, ya que se teme más a una recesión provocada por un fuerte desplome bursátil (como ya pasó en el 2000). Y luego está el factor humano: el mandato de Powell –que no olvidemos fue designado por Trump- en la FED vence en febrero de 2022 y todo apunta a que quiere renovar: ¿hará algo en estos meses que irrite a Biden y a Wall Street? Es una pregunta retórica.