Opinión

La broma pesada de Francina Armengol y las 30 monedas para Junts

El 7 de octubre de 2020, los españoles todavía se lamían las heridas que les generó el primer estado de alarma. Raro era quien no había perdido a un familiar, estaba en un

El 7 de octubre de 2020, los españoles todavía se lamían las heridas que les generó el primer estado de alarma. Raro era quien no había perdido a un familiar, estaba en un ERTE o directamente había tenido que cerrar su negocio tras varios meses de inactividad. Las horas se hacían eternas en los hogares y la preocupación se sentaba en la mesa de las familias al mediodía. Se olvidan pronto las calamidades en medio de esta existencia ansiosa, pero unas semanas después de esa fecha, las cenas de navidad se cayeron en cadena y miles de españoles no pudieron pasar las fiestas con los suyos como consecuencia de la variante omicron, que obligó a endurecer las restricciones de nuevo para no empeorar el colapso hospitalario. Esta vez, con la moral de los ciudadanos más baja que nunca.

En ese citado día de octubre, Francina Armengol se encontraba en un bar a las 2.10 horas, en una hora en la que esos locales sirven para empinar el codo, iniciar guerras y propiciar berreas. Podría decirse que lo hacía con el descaro de quien desafía a la autoridad, como una rebelde sin causa, pero no era así. Al igual que sucedió con el impresentable de Miguel Ángel Revilla en su cortijo cántabro, la expresidenta de Baleares se encontraba allí porque se creía por encima de las normas. Inmune a las consecuencias de los actos por los que el resto de los ciudadanos eran sancionados, en un ejemplo más de la falta de escrúpulos de quienes gobiernan este gallinero. Hubo quien pensó que la democracia eliminaría los caciques. Sólo los dio una capa de chapa y pintura.

No es el único escándalo que figura en el pie de página del currículum de quien desde este jueves ejerce de tercera autoridad del Estado. En su espalda también carga con el peso de las concesiones al independentismo balear, ése que no chilla tanto como en la región que tiene al oeste, pero que en realidad persigue el mismo objetivo, que es la eliminación de todo lo que huela a España de la esfera pública. Quien sospeche sobre lo que buscaba Pedro Sánchez con la ‘nominación’ de Armengol acertará. En realidad, es una concesión más al nacionalismo periférico. El que exige el reconocimiento de lo suyo, pero no admite funcionarios, escolares ni empresarios sin su lengua.

Los partidos mayoritarios acostumbran a buscar oxígeno en los almacenes de purín donde habitan los radicales y eso, al final, intoxica al conjunto de la sociedad

En el cofre del tesoro que recibirá Junts a cambio de su voto hay cesiones que no sólo son del PSOE, sino también del resto de los españoles. Se incluye la iniciativa de Sánchez de potenciar las lenguas periféricas en el Congreso. O el futuro debate sobre la ley de amnistía. O el visto bueno a la creación de una comisión de investigación sobre los atentados del 17 de agosto de 2017, lo cual permitirá a la derecha radical independentista exponer en la Cámara Baja sus febriles teorías de la conspiración sobre esa acción criminal. Pero nada importa. España se rige hoy por estas normas. Los partidos mayoritarios acostumbran a buscar oxígeno en los almacenes de purín donde habitan los radicales y eso, al final, intoxica al conjunto de la sociedad. Tiene lógica.

Armengol, como el peor síntoma de la enfermedad

Armengol representa lo peor de la política en este sentido. Le caracterizan la sagacidad y el fariseísmo de quienes se afiliaron a un partido desde bien pronto y renunciaron a su carrera profesional -es farmacéutica- atraídos por las mieles del poder, para no regresar. Eso obliga a sellar pactos con quienes no son de fiar, y hacerlo a sabiendas de que no lo son. Cuando el sillón es el objetivo, y no el medio, estas actitudes son normales.

Así que Armengol fue una de las 'pioneras' en aquello de la colaboración con Podemos para permitir los gobiernos de izquierdas. Tampoco escatimó guiños hacia los independentistas. Quizás España se haya convertido en esto y la idea de que el Estado debe ser uno y robusto cada vez atraiga a menos ciudadanos, convencidos de que su nacionalismo es el bueno, como quien defiende su fe frente a la de los impíos. Pero, desde luego, chirría que el PSOE -y el PP, por supuesto-, dos fuerzas constitucionales, se presten a esos juegos, que no sólo eliminan el Estado a palazos de regiones como Cataluña, sino que ponen todo tipo de dificultades a los hispanoparlantes. Puede parecer lo más básico. Una perogrullada. Pero, sin duda, es lo más grave. ¿En qué Estado que conserve la cordura se perjudica de esa forma a quienes hablan la lengua común? Caerá tarde o temprano esta Torre de Babel.

La esperanza de unas segundas elecciones se desvanece en buena parte tras este pacto. No lo digo desde una perspectiva partidista, dado que, a la hora de la verdad, el PP ha demostrado muchos menos escrúpulos para pactar con los nacionalistas que al contrario. En realidad, lo afirmo con el pesar que acompaña a quienes consideran que el rumbo de un país no lo pueden determinar quienes se comportan con la ferocidad de los ultras con los españoles que habitan fuera de su región. Desde Puigdemont hasta Turull, Otegi y compañía. La política que no se practica con un afán integrador es en realidad anti-política. Es una especie de tiranía ejercida con el apoyo de las urnas. Y reitero: hay una parte de los ciudadanos -no menor- que lo considera legítimo. En las Castillas, en Extremadura, en La Rioja y en Murcia.

El rumbo de un país no lo pueden determinar quienes se comportan con la ferocidad de los ultras con los españoles que habitan fuera de su región

¿Cuesta entenderlo? Sin duda, resulta imposible comprender qué pasa por la cabeza de esa izquierda que aboga por la redistribución de la riqueza en su decálogo de principios, pero se pliega a que, a la hora de pactar, los recursos no se destinen hacia quienes más los necesitan. Así se construye un país imperfecto, con cordilleras cada vez más insalvables que alarga la desigualdad entre españoles.

Por todo esto no extraña lo de Armengol. Es el reconocimiento de Pedro Sánchez a quien ha ejercido el poder con la misma arbitrariedad y sensación de inmunidad. Sucedió la legislatura pasada con el PSC y quien no pilló un cargo jugoso en lo público -Batet, Iceta...-, se colocó con un buen sueldo en la SEPI -Adif, Renfe, Indra...-. Son los premios por practicar lo que dicta el catecismo. Pero que nadie se confunda: el botín es España. Y el cofre está cada vez más vacío. ¿De veras alguien piensa que la independencia les vendría bien con lo que pillan de esta manera?

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