Opinión

Cambio climático: ¿Toda la culpa es nuestra?

¿Qué sentido tienen todas las medidas medioambientales que se están aplicando -sobre todo- en la UE, cuyos inconvenientes saltan a la vista y las ventajas, por lo visto,  son extremadamente minúsculas?

  • Contaminación por el humo de una fábrica en Colonia, Alemania SOPA / ZUMA.

   De acuerdo con la sabia y vigente epistemología de la ciencia de Karl Popper, para que una hipótesis merezca el apellido de científica necesita cumplir dos condiciones. La primera, que sea falsable, es decir,  que se pueda demostrar empíricamente su posible falsedad. Las que no pueden ser objeto de falsabilidad, como las religiones, pertenecen al mundo de la metafísica. La distinción entre ciencia y metafísica fue una de las grandes aportaciones a la filosofía del gran Kant, tras descubrir el genio de Newton y percibir que sus teorías -hasta entonces asociadas al campo de la filosofía natural- eran “otra cosa”, pues se podían demostrar  y contrastar empíricamente. La segunda condición de Popper establece que si una teoría fuese probada como cierta enésimas veces, si una sola vez fallara dejaría de ser científica.

   Sirva este preámbulo filosófico para plantear una hipótesis falsable sobre el cambio climático de moda, e invitar a su falsación empírica.

   Es evidente que desde siempre han existido cambios climáticos y que muchos de ellos en el pasado histórico fueron mucho más drásticos que el actual, pero por primera vez se culpa de ello a las actividades humanas. Además, se ha consolidado, sobre todo en los países más desarrollados, con la UE a la cabeza, una premisa -plausible- que cabe expresar así: “Las temperaturas de la tierra están subiendo más que nunca y ello es debido a las emisiones -de origen humano- del gas CO2 pues generan un efecto invernadero que conlleva a que el calor solar que refleja –no absorbe– la tierra quede retenido en una capa gaseosa que devuelve calor a la misma”.

   Como consecuencia política -no necesariamente lógica-  de esta tesis, el CO2 de origen humano se ha convertido en el único y exclusivo culpable del aumento de las temperaturas, pues el procedente de la naturaleza y la vida vegetal y animal no son abordables. Todas las muchas medidas adoptadas tanto para su reducción como, incluso, la compensación vía subvenciones a través de cierto “mercado de derechos”, se reducen solo y exclusivamente a la contracción de las emisiones humanas de dicho gas.

Otra cosa son las lógicas e imprescindibles  restricciones -que deben pagar quienes las produzcan- a las emisiones contaminantes del medio ambiente, que ha de ser cuidado como merece

   Como la Unión Europea se ha proclamado líder mundial en la materia, he aquí una hipótesis –perfectamente falsable– acerca de la coherencia -con la realidad- de sus regulaciones sobre el CO2.

   Suponiendo que la anterior premisa fuera cierta y por tanto hubiera que intentar reducir la emisiones de CO2, resulta que las estimaciones al uso son las siguientes.

  1. El CO2 solo representa un 3,7% de los gases de efecto invernadero. Todas las informaciones disponibles ponen de manifiesto que el 95% proceden del vapor de agua, y el resto del CO2, el metano y un largo etcétera.
  2. El CO2 producido por las actividades humanas apenas representa un 3% de todo el CO2 existente; el resto procede de fenómenos naturales, la vida vegetal y la vida animal.
  3. La UE solo es responsable del 8% de las emisiones de CO2, en una atmósfera única.

   La consecuencia lógica y aritmética de los anteriores supuestos es muy simple: basta sumar los tres efectos multiplicando sus porcentajes 3,7% x 3% x 8%= 0,0000888%. Es decir, menos de una diezmilésima parte; casi nada. Pero incluso si se alteran al alza los inputs de la fórmula, el resultado en ningún caso justificaría las medidas adoptadas para reducir las emisiones de CO2. Otra cosa son las lógicas e imprescindibles restricciones -que deben pagar quienes las produzcan- a las emisiones contaminantes del medio ambiente, que ha de ser cuidado como merece, y el desarrollo de energías renovables.

   Si los datos de partida -fácilmente falsables- son ciertos y la fórmula aritmética que los conjunta es lógica:  ¿Qué sentido tienen todas las medidas que se están aplicando -sobre todo- en la UE, cuyos inconvenientes saltan a la vista y las ventajas, por lo visto,  son extremadamente minúsculas?

   En el libro de referencia sobre el tema - firmado por un consagrado y sereno científico– :  El clima: no toda la culpa es nuestra (2023), su autor Steven E. Koonin, arguye que el CO2 tarda más tiempo que los demás gases en desvanecerse por completo, por lo que queda más tiempo retenido en la atmósfera que rodea la tierra generando un efecto acumulativo. Pero dada su insignificancia relativa -sobre todo la debida a las actividades humanas- dicho supuesto apenas altera la realidad: la supuesta influencia del CO2 humano en el clima sigue siendo intrascendente.

   Como según el irónico título del libro  de Koonin, en realidad, casi ninguna culpa es nuestra, mientras tanto podremos adoptar -siguiendo el método de la “ingeniería fragmentaria” que propiciara Popper– las recetas adaptativas de su autor:

  • “El ser humano lleva milenios adaptándose a los cambios en el clima y durante la mayor parte de ese tiempo ha logrado adaptarse sin tener ni la menor idea de qué cosa podría estar causándolos.
  • Modestas medidas iniciales pueden ir reforzándose según vaya cambiando el clima.
  • La adaptación no exige consenso, compromiso ni coordinación globales.
  • La actuación es autónoma. Es lo que la sociedades hacen y llevan haciendo desde que la humanidad las creó. (Los holandeses y sus diques)
  • La sociedades han prosperado en entornos que se extienden desde el ártico hasta los trópicos.”

Salvo que se pruebe la falsedad de los datos que ponen de manifiesto la muy escasa trascendencia del C02 de origen humano en el cambio climático, habrá que darle la razón a Koonin; algo que la nueva gobernanza de la UE tras las recientes elecciones debiera comenzar a considerar muy seriamente.

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