Opinión

Camps, aspirante a "no se sabe qué"

El expresidente valenciano viene generando una extraordinaria curiosidad con una voluntariosa gira política en la que llena auditorios y capta adhesiones

  • Camps y Mazón, en una imagen reciente -

Francisco Camps es el único miembro del PP que conozco que es del PP. Con convicción y hasta con contumacia. En las últimas semanas, el expresidente valenciano viene generando una extraordinaria curiosidad con una voluntariosa gira política en la que, de plaza en plaza, llena auditorios y capta adhesiones.  Los medios locales se refieren a él como expresidente de la Generalitat "y aspirante a todavía no se sabe qué dentro del PP valenciano".

Ha estado en Madrid, Sevilla, en múltiples municipios de la Comunidad Valenciana (Paterna, Orihuela...), para trasladar en toda ocasión un mensaje taxativo e inalterado: no reconoce a su partido, ni tampoco la política de la que fue descabalgado por medio de la campaña más cruenta de que ha sido víctima un dirigente en la historia reciente de España.

En realidad, Camps está jugando a la generación de expectativas, empleando una fuerza tractora basada en la nostalgia por los viejos tiempos (y con respaldos pretéritos) que, paradójicamente, ha creado un sorprendente entusiasmo en las bases de la división regional del PP, agrupación por la que pasan poco más o menos que un cuarto de las opciones de Alberto Núñez Feijóo de convertirse algún día en presidente del Gobierno.

Pero no solo: con su tour de force, acredita más interés en cuestiones públicas de fondo que el conjunto de los políticos que hoy permanecen activos. En sus intervenciones, habla de su dolor por España, de la lacerante falta de compromiso con unos ciudadanos resignados a la desafección y de la abnegación de los que todavía conciben el servicio público como una acción desinteresada. En el fondo, recuerda lo mejor del regeneracionismo de Joaquín Costa y hasta del 98, de los que ninguno de sus epígonos seguramente tiene la noción más mínima.  

Lo de Camps es un ajuste de cuentas con el pasado. Pero supone también un revulsivo que impulsa alguien capaz de mantener incólumes sus códigos morales pese a los embates de una realidad que lo ha sometido a un inmisericorde zarandeo durante trece años, rehén de otros tantos procesos judiciales de los que ha salido sin mácula pero con muchos jirones. Algo así como poner de cara a la pared la totalidad del parvulario que nos representa mediante la articulación de un discurso sencillo, eficaz y directo que apela a los mantras clásicos del campismo: una Valencia fuerte para una España fuerte a partir de un PP valenciano fuerte. "Dios dirá", suele apostillar en sus intervenciones alguien insobornablemente fiel a sí mismo.

En el fondo, recuerda lo mejor del regeneracionismo de Joaquín Costa y hasta del 98, de los que ninguno de sus epígonos seguramente tiene la noción más mínima

Su cruzada no está exenta, además, de aspectos llamativos: habla más que nunca con Eduardo Zaplana, en una relación que este par de enemigos íntimos ha ido normalizando hasta llevarla a algo parecido a una relación cordial, casi una amistad fundamentada en la indulgencia que suelen conferir los años Y tiene más entrada en Génova, donde se le escucha, que en el Palau de la Generalitat, donde se le proscribe. 

A todo esto se añade que Zaplana, por razones de orgullo, se ha indispuesto con Carlos Mazón, al que siempre tuvo como discípulo predilecto. O acaso haya sido al revés.

Pero la vuelta de Camps no va contra nadie, ni siquiera contra Mazón, sino que reivindica la estructura del viejo PP, el mismo cuyos cuadros lo reelegían con un 98% de los votos sin que mediara un dedazo del Teodoro García Egea del momento. Un partido con sombras que no obstante llegó a replicar en su estructura la propia identidad de una región de una enorme complejidad, donde la observación de los equilibrios se revela esencial si se pretende construir un proyecto político sólido.

El de Camps, con tres mayorías absolutas consecutivas, lo fue. Al fin y al cabo, el expresidente autonómico resultó decisivo para apuntalar al Rajoy más débil con la organización en Valencia (2008) de un congreso nacional en el que se encargó de desarbolar las conjuras urdidas contra quien tres años después sería elegido presidente del Gobierno. Quién es capaz de asegurar que algo parecido no pueda repetirse.

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