No cabe otra explicación. Después de examinar sus actos, de observar cómo se mantiene impertérrito en el delirio en el que se ha instalado, de asistir perplejos a su empecinamiento en confundir su delirio con la realidad, para comprender al expresident hay que apelar más a la psiquiatría que al análisis político. Es, eso sí, un loco peligroso.
Parafraseando a Nietzsche
El filósofo alemán, relata Baüer, escribía cosas tales como “Tienes que llegar a ser lo que eres” y, lógicamente, acabó volviéndose loco. Algo parecido le sucede a Carles Puigdemont. En la entrevista que Catalunya Radio le hacía este viernes no dejaba ningún resquicio a la duda. El fugado de Bruselas se ha creado un mundo para él solo, un imaginario en el que solamente caben sus delirios, sus filias y fobias visionarias, negando una y otra vez la realidad. Su idèe fixe, tal y como calificaban los alienistas del siglo XIX a la patología que aqueja al expresident resulta tan inaudita como inquietante. Que nadie en el entorno separatista, y ya no digamos en el apartado mediático, le diga a la cara que no rige será motivo de estudio para las generaciones venideras.
En sus respuestas se puede ver clarísimamente hasta qué punto este hombre tiene perturbadas sus facultades mentales. La sistemática obcecación en no querer admitir las cosas como son, más allá de ideologías o estrategias políticas, lo convierten en un ser totalmente aislado del mundo, encerrado en su propia paranoia y desgajado del común de los mortales.
En primer lugar, Puigdemont niega la mayor. Según él, no es un fugado de la justicia española. Aduce que él se marchó a Bruselas “con plena libertad” (entonces, ¿no es un exiliado a la fuerza?) y que, al retirar la euroorden de detención por parte de España, no se le persigue. Es decir, no admite que, si vuelve a España, se le detenga por tener asuntos pendientes con los jueces. Esto es, en sí mismo, una prueba irrefutable de como una mente desquiciada puede dar la versión retorcida que más le acomode, y va mucho más allá de la torticera forma en la que los separatistas acostumbran a explicar las cosas. ¿de verdad cree que no tiene nada acerca de lo que responder ante los tribunales? Y si lo cree, ¿por qué no vuelve? Puro delirio. Pero sigamos.
El inconsciente le traiciona cuando responde que “entre ser president o ser presidiario, prefiero ser president”. Hombre, loco sí, pero tonto no. Claro que prefiere ser president, pero ¿no habíamos quedado en que nadie le persigue? A tenor de su primera afirmación ¿a cuento de que vendría ser presidiario? ¿Los suyos no ven que este hombre es una contradicción pura, que ahora dice blanco para luego decir negro? ¿Qué tipo de dirigente político puede ser alguien que demuestra tener una personalidad tan bipolar, tan esquizoide?
Habla de los dos millones de independentistas como si estos fuesen todo el pueblo de Cataluña, olvidando que somos siete o que Ciudadanos ha sido la fuerza más votada"
Pero el rasgo que más destaca en sus palabras es el de la paranoia. Se cree víctima de una conspiración, ya no española, sino mundial. Para el “los letrados de Parlament no son el escaño 136”, añadiendo que “cuando las decisiones no gustan, no puede ser que las tomen los letrados”. Se carga de un plumazo el estado de derecho, sus representantes y el respeto a las leyes que ha de presidir siempre la actuación de cualquier responsable público, pero a él le da igual, porque posee la razón y el resto son todos unos maquiavélicos seres que están en su contra.
Carga contra el rey, del que se pregunta que a quién representa, contra el delegado del gobierno Enric Millo, al que pregunta en nombre de que Cataluña gobierna, contra Rajoy, contra el gobierno central, contra algunos representantes de la Unión Europea de los que critica que “hayan adoptado los mismos vicios que el Estado español, es decir, juzgar antes de que pasen las cosas”, para acabar diciendo con el aplomo que da la tontería que si Felipe VI no firma su decreto como president electo el problema lo tendrá el rey, no él. En suma, carga contra todos y contra todo lo que no sea su propia persona y el puñado de fanáticos que le siguen. Habla de los dos millones de independentistas como si estos fuesen todo el pueblo de Cataluña, olvidando que somos siete o que Ciudadanos ha sido la fuerza más votada. Pero ningún argumento matemático, que es la lógica pura, tiene cabida en la empanada mental que tiene este señor.
Vivir en Babia
Efectivamente, porque Puigdemont no vive en Bruselas, si no en esa Babia tan propia de ignorantes y locos. Insiste en que la investidura telemática es de lo más procedente, que en el mundo de hoy no es preciso estar en el territorio que se gobierna porque puede hacerse por internet. Que cuando estaba en el Palau de la Generalitat tampoco es que se viera tanto con sus Consellers y, para el caso, da lo mismo reunirse con ellos vía Skype, o que, la leche en verso, como el reglamento del Parlament no habla de casos similares al suyo, puede hacerse. Deberíamos recordarle lo que dijo Felipe González el otro día en la Cadena Ser, al referirse con socarronería que como el reglamento tampoco dice nada acerca de investir a un elefante, bien podría hacerse.
La impermeabilidad del fugado es total ante cualquier atisbo de cordura que se le presente. Está convencido de que no hay plan B, y que todo pasa porque se le invista a él, ya que es “un mandato del pueblo”, volviendo a la tesis de que menos de la mitad de los votos emitidos en las últimas elecciones le dan la potestad para hablar en nombre de todos los catalanes. Y como según el “el Estado español está incumpliendo la Constitución con el 155” – a buenas horas se preocupa de la Carta Magna – eso le da derecho a saltarse a la torera cuantas leyes se le pongan por delante. “Mandato popular”, “Estamos conjurados para alcanzar la independencia”, “Libertad para los presos políticos” y todo tipo de eslóganes fabricado para ocultar que el proceso está herido de muerte son utilizados por Puigdemont en un discurso en el que las palabras suenan cada vez más a hueco, a espectros de un sinsentido que nos ha llevado a la ruina económica más absoluta.
Todo eso es patético, ruin, miserable, triste, incluso diré que sórdido. Que Puigdemont esté completamente loco de atar es una cosa, que los que se agrupan a su alrededor para ver si consiguen mantener sus prebendas se aprovechen de un orate es otra. Porque dudo mucho que las personas de su entorno lo quieran tan mal como para aconsejarle que se dirija por su propio pie a la tumba política que se ha cavado el solito sin detenerlo. O son unos locos como él o son unas mentes pérfidas que piensan sacarle todo el jugo posible, aunque este sea ya muy escaso.
Es terrible tenerlo que decir, pero ahora que muchos se plantean si Donald Trump está bien de la cabeza, bueno sería hacer lo propio con Puigdemont"
Nadie quiere al loco de Bruselas, ni en el PDeCAT ni en el campo independentista, pero si desean aprovecharse de la imagen de mártir que tiene todavía para muchos votantes nacionalistas que están siempre dispuestos a tragarse lo que sea, siempre que les confirme en la creencia de que España es terrible, los partidos constitucionalistas unos verdugos y ellos unos santos. Si Puigdemont compara a Rajoy con Hitler y Franco les da igual. Todo vale como relleno para esa colosal morcilla que han fabricado.
Es terrible tenerlo que decir, pero ahora que muchos se plantean si Donald Trump está bien de la cabeza, bueno sería hacer lo propio con Puigdemont. Este hombre no está bien, no tiene las facultades mentales necesarias para dirigir ya no una comunidad autónoma, sino la junta de vecinos de su escalera. Y así es y ha sido este proceso, un mundo de locos en el que la lucidez y el discernimiento se han ido estrellando una y otra vez ante los perturbados mentales que han hecho de sus paranoias el escenario político en el que tenemos que desenvolvernos.
Sugeriría a los diputados de la oposición que, cuando tenga lugar la sesión de investidura, lo primero que pidan a la mesa sea si hay algún médico en la sala. A lo mejor nos ahorraríamos muchos problemas.