"Hasta aquí hemos llegado". Una descarga orgasmática electrizó la espina dorsal de una bandada de cacatúas progres que se volcó sobre micros y platós para darle la bienvenida a Pablo Casado al club de los demócratas. El líder del PP acababa de matar políticamente a su hermano Santi en una convulsa micción de censura que alterará drásticamente esta legislatura de los horrores.
Casado, como en un vídeo de TikTok, dejaba de ser el socio de la extrema derecha y heredero del franquismo para convertirse, en un plisplas, en "un conservador razonable", "brillante estratega", "la derecha moderna", "un líder necesario", y otras lindezas que desbordaban las redes de la izquierda. Pablo Iglesias estuvo a dos pasos de llevarle a los altares investido ("yo sé que usted no es un ultra") como el nuevo Donoso Cortés del moderantismo democristiano. La ríspida Adriana Lastra y hasta el detestable Pablo Echenique le doraban la píldora con cínicos elogios. Incluso Sánchez parecía no caber en sí de gozo. Tantos parabienes desde las filas del mal hacia el facha arrepentido emitían un tufillo sospechoso.
Fuera, en la calle, las cifras de contagios se disparan, las de muertos escalan, las de quiebras se multiplican, las de parados se agigantan, pero en el Congreso, 350 semovientes con acta de diputado calentaban sus confortables escaños, entre palmas y gritos, en una maratónica sesión de desesperante esterilidad.
Quizás ya tocaba, después de soportar con paciencia franciscana dos años, lo de la 'derechita cobarde'. Quizás no era el día y tocaba centrarse en el napoleoncito de La Moncloa
Casado, ciertamente, reforzó su inestable papel de jefe de la oposición tras ensañarse en forma innecesaria con Santiago Abascal, compañero querido, a quien desolló fríamente desde la tribuna como quien despluma a un pavo para la Navidad. El líder del PP, en una performance alejada de su habitual registro, evidenció tenerlos bien puestos. Quizás ya tocaba, después de aguantar dos años lo de la 'derechita cobarde'. Quizás no era el día. Tocaba centrarse en el napoleoncito de la Moncloa. Impelido por razones inconfesables, Casado optó por consumar su ruptura con Vox, partido que le permite gobernar en Madrid, Murcia y Andalucía. Una ceremonia estruendosa que acarreará inevitables y aún insondables consecuencias.
En el cuartel general de Génova se divisa con claridad el horizonte de los próximos dos años. Dinamitada la foto de Colón, rota toda amarra con la ultraderecha, el PP consumará su 'operación rescate', mediante la repesca del millón de votantes de Cs, incómodos ahora con la deriva de Arrimadas, e intentará también acoger al menos a un 20 por ciento del electorado de Vox, 'fugado' de sus siglas durante el periodo atrabiliario e inane de Rajoy y sensible ahora al factor del voto útil en una España desolada y arruinada. Y ya llamará a Abascal cuando necesite sus votos para la investidura. Llegado el momento del vuelvo, de darle la gran patada al socialcomunismo troglodita, el líder de Vox no podrá hacerse el ofendidito y mirar hacia otro lado. Se verá.
Iván Redondo y su centenar de asesores mágicos han explotado hasta la saturación el espantajo de la ultraderecha, el fascismo, el franquismo, el Valle de los Caídos, el osario esparcido por las cunetas
¿Y qué hará ahora Sánchez sin su 'trifachito'? La factoría de La Moncloa convirtió al triplete de Colón en el eje totémico de todo su discurso ideológico. Iván Redondo y su centenar de asesores han explotado hasta la saturación el espantajo de la ultraderecha, el fascismo, el franquismo, el Valle de los Caídos, el osario de las cunetas... todo aquello que rezume ese hedor ponzoñoso a república y guerra civil. Casi dos años llevan viviendo de ese cuento que tan solo se sostiene por la contumaz presencia de Vox como el gran ninot fallero de la extrema derecha al que sacar de paseo por las teles para recordar que el fascio ahí sigue, en ayuntamientos y comunidades, presto para poner de nuevo a España a entonar el Cara al sol. La mera existencia de Vox ha sido excusa suficiente y única para amalgamar las piezas disformes del artefacto que sostienen el Gobierno de coalición.
Reparto de jueces
Inés Arrimadas, que no estuvo en Colón, había dejado cojitranco al 'trípode fachoso'. La ruptura del PP con Vox dinamita el actual escenario. Algunos espíritus arrebatados de candidez piensan que, una vez aprobados los Presupuestos, Sánchez reforzará su versión más socialdemócrata, moderará sus planes, pondrá en su sitio (la fría calle) a Pablo Iglesias, e invitará Casado a recuperar ese confortable bipartidismo de siempre que sólo acarrea paz y prosperidad. El pacto del CGPJ puede ser la primera muestra de la distensión. PSOE y PP se repartirán, como siempre, los sillones de la Justicia en una de las tradiciones más señeras de nuestra esquífida democracia.
Redondo reenviará al PP a las filas de la división azul. Nunca va a encontrar el presidente del Gobierno una fórmula tan segura y confortable que le garantice su permanencia en la Moncloa
Hay otro análisis, más ramplón pero certero. Apagados los ecos del estallido de Vox, todo volverá a su cauce. Sánchez se mantendrá eternamente unido a su esperpento de Frankenstein -con el que acaba de suscribir un singular manifiesto sobre derechos humanos y democracia-, sacará lustre a su versión más podemita y sonreirá tranquilo ante el espectáculo de esa derecha vociferante y rota. Iglesias se mantendrá en el Gabinete (salvo sobresalto en los tribunales) con sus cinco autos oficiales, su ministra y su mansión de Galapagar, afanado en apagar la desesperación y la ira de las calles. Redondo reenviará al PP a las filas de la División Azul. Carmen Calvo mantendrá vivo el espíritu del 'trifachito' con su infame ley de la memoria. Y a seguir. Nunca va a encontrar el presidente del Gobierno una fórmula tan segura y confortable que le garantice sin sobresaltos su permanencia en La Moncloa.
Dicen que tras la cabriola de Casado se adivinan conversaciones y consejos de Merkel y Von der Leyen. O sea, Europa, el último refugio frente a la caverna social-peronista. Quizás. Al menos esta teoría sirve como argumento para no abandonarse al pánico de las tinieblas.