"Que se pongan a trabajar", acaba de urgir María San Gil a los dirigentes del centroderecha. "¿No les preocupa tanto España? ¿O les preocupa más su cargo?", espeta en entrevista con ABC. No son preguntas retóricas. Son severas invocaciones a la acción, a dejar de un lado la palabrería estropajosa y las zancadillas interpartidistas y movilizarse para frenar a las fanfarrias totalitarias que ya anuncian tiempos de desastre. San Gil fue el referente de los demócratas en el País Vasco de los tiempos del terror, cuando las alimañas se emborrachaban de sangre, cuando le pegaron el tiro en la nuca a Gregorio Ordóñez, mientras desayunaban juntos, y cuando había que tener más valor que John Wayne para defender proyectos constitucionalistas en aquella sociedad hipócrita y cobarde, como bien se pinta en 'Patria'.
Bronca y codazos
San Gil abandonó el PP cuando Rajoy se adentraba con los nacionalistas por los terrenos de la templanza. Ahora, dados los momentos de urgencia y los augurios de revancha, San Gil se deja ver con mayor frecuencia, impulsa algunas asociaciones cívicas, como la Villacisneros y alienta la necesaria comunión del centroderecha. Se dirige a Casado y Abascal, a quienes conoce desde los tiempos del horror, a quienes prohijó políticamente, a quienes aprecia y valora. A quienes ahora no entiende. Piensa, como tantos militantes, simpatizantes y votantes de la derecha, que no están las cosas para enzarzarse en pugnas dialécticas o en codazos por espacios electorales.
"Espero que Santi y Pablo sepan darse cuenta de la gravedad del momento". Es decir, que aparquen sus pruritos personalistas, sus intereses partidistas, sus egoísmos con siglas y se decidan a construir una alternativa capaz de plantarle cara al bloque de enfrente. Los malos "tienen un plan", el de pulverizar la España de la Transición, del consenso, de la democracia y aprobar un régimen, radical y populista, en las antípodas del que hemos vivido durante cuarenta años. A esa fiesta de Sánchez se han apuntado Otegi y Junqueras, Urkullu y el de Teruel.
Se antoja imposible pensar en la construcción de esa alternativa contundente, sólida, que defienda los principios de la unidad de España
'Misión imposible', te dicen en Génova. 'Con el PP, nada de nada', aseguran en Vox. En Ciudadanos, sumidos en su patológica espiral de autodestrucción, podría ocurrir de todo. En cualquier caso, un escenario de egotismos concéntricos y firmemente instalados. Se antoja imposible pensar en la construcción de esa alternativa contundente, sólida, firme, que defienda los principios de la unidad de España y el orden constitucional.
Pedro Sánchez, ya ha mostrado sus cartas. Reforma del Código Penal al gusto de los golpistas para que puedan salir de prisión sin mayores contratiempos. Ni amnistía -por inconstitucional-, ni indulto, que no le agrada a Junqueras porque implica reconocer el delito. Se tira por el camino de en medio y se diseña un nuevo Código Penal a la medida de los sedicioso. Todos a la calle. Meses de esforzada labor de policías, guardias civiles, funcionarios, fiscales, magistrados y el propio Rey, tirados alegremente por el fango. Media Cataluña, consternada y deshecha ante semejante traición. A cambio de la ignominia que ya se ultima, ERC apoyará los presupuestos. Tres años de Sánchez asegurados. Y quizás, ocho. San Gil tiene razón. Cacho deslizó aquí el domingo una idea sensata. Casado presidente e Inés Arrimadas número dos y portavoz parlamentario de esta nueva formación. Y Vox, en su momento, debería volver a la nave nodriza.
No basta con resistir
Vienen elecciones importantes en Galicia, Cataluña y País Vasco. Enorme oportunidad de ensayar la laision, el reencuentro. "Antes la negra muerte y el fiero Hades", se escuchará en Vox, donde ya se ven en la Moncloa a la vuelta de unos años, con un PP menguante y un partido naranja ya evaporado. 'Con esos corruptos del PP, ni a heredar', quizás diga desde Bruselas el inquieto Garicano.
Toca 'generosidad y altura de miras', sugiere San Gil, quizás sin esperanza. Es posible que su PP no es el de ahora, el de Feijóo, Alonso, Mañueco y tantos... Tampoco el centroderecha, antaño unido y ahora desintegrado en tres familias que se antojan irreconciliables. Pero es el de Casado, el que este jueves memoraba a Gregorio Ordóñez, "nunca estaremos a su altura, pero preservaremos su legado", dijo en San Sebastián. ¿Será verdad? No basta con resistir, con hacer declaraciones, con ejercer de comentarista de la actualidad.. ¿No les interesa tanto España? ¿O son los cargos? Hay que actuar. Hay que buscar al menos lo que es alcanzable. Nadie reclama misiones imposibles ni quijotescas aventuras. La derecha, por ahora, es como el pato patagónico: cada paso, una cagada.