Existe un tipo sociológico de político, columnista de cámara e intelectual de fuagrás que, pagado de sí mismo, se atreve a juntar letras como el que fríe huevos, sin gracia ni sal. Va de sobrado hasta en las palabras que suma para perpetrar su enésimo atentado contra la decencia y el buen gusto literario. A veces, su gasolina ideológica le llega para hacer de matarife de lo ajeno. Sus análisis, por lo común, simples, se pagan a buen precio de sigla, que viene a ser el que establece el BOE del que manda para hacer de felpudo solícito.
Se hallan y sitúan estos perfiles, sobre todo, en lo que el profesor y filósofo Quintana Paz denominó el PSOE state of mind, que, desde hace tiempo, yo amplío a progresía state of mind, y es ese modo de pensar insertado, bajo capa de superioridad moral asumida y repetida, en esa izquierda elitista que implantó el despotismo iletrado desde mucho antes de que en Berlín cayera el totalitario muro que les representaba. Ese tipo de político, analista e intelectual de fuagrás modifica su opinión según cambia el que está en el poder, aunque la manera de gobernar, actuar o legislar en los mismos hechos y ante idénticos acontecimientos sea igual o similar. Lo que importa no es el hecho, sino quién lo hace; no importa la medida, sino bajo qué siglas se ejecuta. El socorro, la caridad, lo humanitario, la decencia, lo correcto o lo justo, son conceptos vacíos en manos de esos trileros de lo políticamente correcto, de esa hiprogresía que adorna la sociedad actual con patrones de pensamiento pasados (y superados), que respira de forma contraria a como habla, que divide para seguir manteniendo su statu quo de vividora de lo ajeno y que está articulando, sin mucha oposición, un nuevo mundo mientras destroza los cimientos que hacen posible que convivamos todavía en él.
La falacia favorita de la izquierda
Hagamos la prueba. Si ahora los partidos ubicados en el centro, centro derecha o derecha, empezáramos a defender la labor de la ONG Open Arms y el rescate de inmigrantes en alta mar bajo el paraguas sacro moral de la libertad personal y la búsqueda de la felicidad (nunca podremos agradecerles lo suficiente a los Founders de la patria americana su contribución) a la que todo ser humano aspira como propósito de vida, la izquierda cool, que es un peldaño más en la escala progre de la izquierda, y su deriva sectaria y totalitaria, que no democrática, enseguida alzaría a su famélica legión de bien pagados altavoces y portavoces en prensa a situar y resituar el argumento (vacío como casi todos) de que buscamos potenciar la esclavitud y la mano de obra barata, principios básicos, como todo el mundo sabe (falacia favorita de la izquierda) de las malvadas políticas neoliberales.
Si mañana, desde el liberalismo se defendiera la necesidad de priorizar los sentimientos por encima de la biología o la validez jurídica, y solicitásemos que personas de más de sesenta años puedan obtener descuentos en el carnet joven o que reciban las mismas ayudas que los colectivos de la chavalada, con el argumento de que la juventud no está en el DNI, sino en el espíritu y el corazón, la izquierda cañí, que es la siniestra cañón, armaría de columnas el ciberespacio progre clamando contra el populismo ilegal de la medida. Y le darían la razón a su permanente sinrazón.
No les importa el prójimo, salvo para acicalar su falsa leyenda de partidos del pueblo con eslóganes obreros que ya nadie compra, salvo los más cautivos y cautivado
Sirvan estos dos distópicos ejemplos para entender que, detrás de esa controversia moral, se esconde el patrocinio de una nueva manera de entender hoy el mundo, de querer ganar un futuro que alivie su irreparable rechazo a un pasado que no responde a lo que su odio proclama. Vástagos de su perpetua incoherencia, los progres de la izquierda cool callan ante al drama humanitario en países donde su socialismo convive con la muerte que genera. No les importa el prójimo, salvo para acicalar su falsa leyenda de partidos del pueblo con eslóganes obreros que ya nadie compra, salvo los más cautivos y cautivados. Tampoco creen en la solidaridad, ni mucho menos son humanistas. Son travestis ideológicos, perfectos agentes de la trola cuya cara real esconden en una infinita cortina de buenas intenciones. Como buenos comisarios del dogma, obedecen aquello que mejor repercute en sus intereses políticos de secta.
Pero están ganando la batalla, cultural y sociológica, que nunca moral, porque sus ideas y lo que representan, sus actos y lo que han supuesto en la humanidad, no se compadecen con esa frente tan alta y despejada de remordimientos. Las ideas de libertad, de la Ilustración, son más democráticas y permiten un mundo mejor que su state of mind de rencor, prejuicio y odio. Están ganando porque gobiernan con poder e incluso tienen el poder, aunque no gobiernen. La resistencia ciudadana debe empezar por cuestionar sus propósitos oscuros de control social, su insistente idea de crear comunas igualitarias y felices con las que sojuzgar nuestras vidas. Hay que resistirse a ello, hay que vender más cara nuestra libertad. Y sobre todo, hay que dejar de validar su chatarra ideológica y a sus chatarreros de cabecera que, con subvencionado denuedo, intentan vendérnosla cada día.