Opinión

Del conferenciante al badulaque (Lingua progressionis Hispaniae XII)

Los lectores de Ramón Gómez de la Serna sabemos que “la conferencia ha sido siempre el grito de hambre más digno que puede emitir el hombre”. Porque ha sido un género que permitía a quien lo practicaba exhibir un relato, aquilatar

  • Ramón Gómez de la Serna

Los lectores de Ramón Gómez de la Serna sabemos que “la conferencia ha sido siempre el grito de hambre más digno que puede emitir el hombre”. Porque ha sido un género que permitía a quien lo practicaba exhibir un relato, aquilatar conceptos y afinar ideas. Y si encima el anfitrión le alargaba un cheque, miel sobre hojuelas.

Luego vino la “presentación” que pretende ser lo mismo pero con el añadido tergiversador de las diapositivas y el power point, que son como las chuletas que llevaban los malos estudiantes al examen. De ahí hemos pasado al “webseminario” donde ya todo es virtual, no hay toses ni bostezos visibles ni los aplausos, colofón de esa misa laica que era la antigua conferencia.

Hubo un tiempo, cuando ya la degradación se empezaba a hacer visible, en que me preguntaban, al invitarme a acudir a algún foro, si iba a usar transparencias. Debo confesar que me ofendía por entender que tales picardías no encajaban con mi avanzada edad.

De la conferencia nació la charla de la misma forma que de la mantequilla nació la margarina. En España hubo un charlista famoso, Federico García Sanchíz, que era valenciano y fue académico. Tenía un punto de pelmazo pero era inofensivo. Inventó un verbo, hoy vitando, a saber, “españolear” que hoy sería “catalanear” o “vasquear” porque el primero no es progresista ni transversal.

Se puede afirmar que no hay un solo español o española que no imparta clases en un máster. O, lo que es peor, que lo dirija, los más afortunados / as en el envoltorio de una cátedra

Tiempos pasados porque lo verdaderamente moderno en esta España embarazada de saberes vacuos es el “máster” (no por supuesto la “maestría”). En Couching, en Fundraising, en Ranking, en Marketing ... Hay un máster para conseguir el título de “influencer” con lo que ya queda poco por añadir. En vez del “maestro” tenemos al “profesor de máster”.

En estos momentos se puede afirmar que no hay un solo español o española que no imparta clases en un máster. O, lo que es peor, que lo dirija, los más afortunados / as en el envoltorio de una cátedra. El tiempo de las cátedras de derecho civil o de patología quirúrgica se apaga, sustituido por el dedicado al Desarrollo social competitivo, plural y banal, sobre todo banal, cuanto más banal, mejor, pues es el que proporciona afiladas armas con las que explicar la estrategia social proactiva y sobre todo la evolución del impacto real trascendente.

De la misma forma, no hay español que no sea alumno de un máster. De manera que la summa divisio que hoy existe entre los españoles es la de ser profesor o alumno de máster. Es cuestión tan solo de edad porque todo alumno de máster será profesor de máster y, si tiene suerte en esa pista de circo descolorido que es la vida, dirigirá o codigirá un máster. Lo cierto es que hemos avanzado porque esta distinción es menos lacerante que la de rojos y azules.

Feriantes con puestos de buñuelos

Si se sigue con disciplina un máster se aprende a saber estar en el cuadro de mandos manejando las métricas y ejercitándose en el emprendimiento o en el “interemprendimiento” que es modalidad más sutil.

Se impone también lo “no greenwashing” como medio para conformar una plataforma público-privada, a su vez indispensable instrumento de la cogobernanza multinivel.

Como se ve, de los viejos conferenciantes con la chaqueta llena de caspa se ha pasado a los / las badulaques con empatía, mechas de colores y zapatos deportivos.

Algunos aguafiestas les llaman feriantes con puestos de buñuelos de viento.

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