Escribe Carlos García Gual en su Historia mínima de la mitología que la palabra historíe, término jonio que empleaba Heródoto al comienzo de su del mito hístor, que significaba a su vez “el que sabe porque ha visto”. De modo historiador, acreditada mediante la autopsía “ver con los propios ojos” (o los de un testigo inmediato). Luego el historiador, como también el periodista, acredita sus noticias con la propia reflexión sobre lo visto y con un análisis crítico. Porque si en algún momento relata mitos -como hace Heródoto- lo hace solo de manera marginal, advirtiendo de su carácter dudoso y como ilustración de su relato.
Señala nuestro autor el contraste existente entre el terreno del mito, característico del pasado lejano y prodigioso, y el de la historia, que atañe al presente o sus proximidades; entre la autoridad de aquel, que procede de la antigüedad sin fondo, y la de esta, que deriva de la noticia atestiguada por quien estuvo presente en el acontecimiento, y en la forma, porque mientras el mito viene de la transmisión oral y la poesía, el relato histórico o periodístico surge de la escritura en prosa de un autor que firma como haría un notario. Aquí, en la firma del autor, reside la diferencia insalvable entre el periodismo y las redes sociales que surfean el anonimato irresponsabilidad.
Entremos en materia. Como escribió con anticipación un columnista de Vózpopuli, buen amigo mío, la distancia proporciona esclarecimientos y el amontonamiento, confusión. Por eso, al presidente, Pedro Sánchez, se le hizo la luz viajando por las repúblicas bálticas y procedió a la remodelación de su Gobierno, por lo menos del contingente de su Gobierno que luce camiseta del PSOE, respetando la tripulación podemita que se presenta “impasible el ademán” haciendo bandera de la continuidad de algunos puntales que parecieran pendientes de estrenarse a la espera de convocatorias electorales municipales y autonómicas donde vuelva a mermar el apoyo electoral que sigue decreciendo en medio de la desorientación de niñeras y de soldados como dice la letra de “Agua, azucarillo y aguardiente”.
Reconozcamos al colega su puntería porque en aquella misma previsora columna acertó a indicar que los cambios gubernamentales vendrían acompañados de otros de mayor calado entre los directivos de los medios de comunicación, según acaba de cumplirse el martes 27 de julio, sin respeto al horario, ni a las costumbres y a los que por su bien, como a los niños que jodían con la pelota en la canción de Joan Manuel Serrat, hay que domesticar. Llegan días de estreno en los que deberán marcar territorio si no quieren que les coman la merienda. Desde arriba sus valedores debieran tener en cuenta que las adhesiones inquebrantables degeneran en pérdida irreparable de credibilidad. Como dicen los farmacéuticos no hay venenos, hay dosis. ¿Entendido?