“¡Ah, el Papa! ¿Cuántas divisiones tiene el Papa?”, preguntó con displicente ironía el mayor criminal que vieron los tiempos. ¿Y cuántas divisiones tiene Soraya?, se preguntan ahora, salvadas las distancias, muchos en el PP que contemplan, algo estupefactos, la espesa maniobra que empuja a Sáenz de Santamaría hacia la candidatura de la Comunidad de Madrid.
Tras el oscuro episodio del vídeo de Cifuentes, Génova se ha puesto a buscar un candidato para retener su más preciado fortín. Perdida Valencia, en vilo Castilla y León, Rioja y hasta Murcia, el nombre de la película se llama ahora “Hay que salvar Madrid”. Un enrevesado tablero en el que está en juego no sólo retener el Gobierno de la simbólica comunidad, sino, también, la carrera de relevos en la cúspide del PP.
Soraya, en efecto, carece de divisiones, es decir, de tropa, de poder territorial. Difícilmente, según los sabios del lugar, alguien puede aspirar a la sucesión de Rajoy, si es que tal hecho histórico llega a concretarse algún día, sin contar con el beneplácito y la anuencia del partido. Este es el supuesto talón de Aquiles de la vicepresidenta. Las bases no es que no la amen con entusiasmo, no es que la desprecien con pasión. Es que, sencillamente, la han tratado poco. No es su ámbito natural, su habitual biotopo. Enclaustrada desde el primer momento entre el Congreso y la Moncloa, Santamaría apenas dispone de más respaldo entre sus filas que, quizás, el del líder andaluz, Juanma Moreno.
Perdida Valencia, en vilo Castilla y León, Rioja y hasta Murcia, el nombre de la película se llama ahora “Hay que salvar Madrid”
Dolores Cospedal, su más ferviente rival, tanto en el presente como el futuro, cuenta con el aval mayoritario del partido. Secretaria general del PP merced a un gesto de consolación que le dispensó el presidente, ha trabajado afanosamente para reunir adeptos, despertar simpatías, hilvanar complicidades no sólo entre la fiel infantería, sino también entre los capitanes y coroneles de la formación. “El partido la quiere”, se repite, con unanimidad tediosa, cuando se trata de diseñar el endiablado horizonte del post-marianismo.
La clave de casi todo pasa por Madrid. Los peperos más cabales apostaban por enviar al frente del 19, municipales y autonómicas, a un tándem que se antoja invencible. Pablo Casado al Ayuntamiento y Cospedal a la Comunidad. Casado es la antítesis de Carmena, de ahí sus posibilidades de éxito. “Quienes se empeñan en combatir a la alcaldesa con otra mujer se equivocan”, dicen los entendidos. Cospedal ha sido presidente de Comunidad y transmite la imagen de experiencia, firmeza y liderazgo que el puesto y las circunstancias requieren. Además, tiene ‘divisiones’. La tropilla está con ella.
Soraya, por otra parte, no se muestra afanosa por lidiar en un combate electoral muy problemático. Nunca ha sido cabeza de cartel, no ha tenido que jugarse el puesto en la ruleta de las urnas y jamás ha librado un cara a cara en unos comicios. Además, carece de ‘divisiones’, insisten sus detractores. Sustituyó a Rajoy en un debate televisivo. Ha participado como invitada en algunos mítines. Eso es todo.
Los ‘peperos’ más cabales apostaban por enviar al frente del 19 a un tándem que se antojaba invencible, Casado-Cospedal, pero las apuestas parecen inclinarse por Casado-Soraya
Sólo se habla ya del ‘ticket’ Casado-Soraya, que será el gran protagonista de la fiesta de Sol este Dos de mayo. Casi como si se tratara del arranque de campaña. Quizás el presidente aún no lo haya decidido. Puede que incluso se tome su tiempo antes de hacer público el ‘dedazo’. Esperará, susurran, a que escampe el tormentón de Cifuentes. Y luego, quizás, opte por situar a Soraya en la línea de salida.
Sería un paso que algunos analizan ya en clave sucesoria. Un mandato al frente de la Comunidad clave del PP investiría a Soraya del perfil ejecutivo y del halo de gloria que precisa para embocar el camino hacia la Moncloa. En la pugna por la Comunidad apenas hay contendientes de renombre, enemigos de postín. Ni siquiera Ciudadanos, en su momento de actual esplendor, podría arrebatarle ese ansiado cetro.
Cuatro años tendría la vicepresidenta para completar el trayecto entre Sol y Moncloa. Veinte minutos en coche. Un tránsito casi natural para el que no se necesitan demasiadas divisiones. Una buena gestión al frente de una comunidad herida de escándalos y sobresaltos sería suficiente para desplazar a los dos únicos supervivientes en la carrera.