Todo parece indicar que, tal y como les anunciaba hace semanas, la candidata del independentismo a la presidencia de la Generalitat será Elsa Artadi. Si esto se confirmase, tendríamos un apasionante panorama por delante. Enfrente suyo se encontraría a otra mujer, Inés Arrimadas, líder de la oposición. Elsa versus Inés, mujer contra mujer. Vayan sacando las palomitas.
Méritos y deméritos
Si he de serles sincero, a mi me gustaría que el elegido por el dedo áulico de Puigdemont fuese Eduard Pujol, el mítico hombre al que le persiguen maléficos patinetes en pleno centro de Barcelona. Estoy seguro que, ejerciendo de presidente, nos daría tardes de gloria y material para no pocos chascarrillos. Imagino al querido Eugenio, que en paz descanse, diciendo aquello de “Saben aquell que diu que va un tío al que lo persigue un patinete…” Lo dicho, tardes de gloria.
Pero todo indica – el tam-tam convergente está que no para en estos días y, aunque a veces resulta confuso interpretar sus señales, es lo que suena más insistentemente – que el muchacho del flequillo se inclina más que la torre de Pisa respecto a Artadi, su mano derecha en las últimas campañas, su consejera de cabecera, de mesilla, de chifonier. Artadi, a la que la neo convergencia descabalada vende como economista de prestigio -también lo hacen con Sala Martín, así que poco caso -, esa chica modosita, rubita, de buena casita, con mofletes prestos a enrojecerse y abriguitos de mil pavinis es la elegida. Alabado sea el Señor.
Hay que apuntar que Artadi, a la que solo se le conocen políticamente las tonterías que dice constantemente, es la destinada por el fugadísimo para que sea la candidata de su grupo y de Esquerra y que a esa decisión se ha llegado tras no pocos follones entre los del fugado y los del PDeCAT. “El President da un paso al lado”, decía un gachupín convergente el otro día. Ahí es nada. Nos ha jodido mayo con las flores. Porque lo único que ha pasado es que Puigdemont ha dejado de proponerse a él o a otras ilustres medianías masculinas a hacer lo propio, pero en mujer. Serán vergüenzas históricas que debe querer superar, porque habrá que recordar que Jordi Pujol fue el presidente del Instituto Catalán de la mujer durante años y años. Feminismo a posteriori, aunque la frase parezca el título de una mala novela erótica.
Ahora bien, ante esa hipotética presidenta estelada ¿a quién tenemos? Pues a Inés Arrimadas, curtida en la política del debate, de la calle, de la que requiere gesto firme y respuesta ágil y rápida. Me da a mí que, en un debate en el parlament, que, aunque no lo parezca está justamente para eso, para que gobierno y oposición debatan y se legisle y, en fin, se trabaje, a la Arrimadas la tal Artadi le iba a durar lo que un caramelo a la puerta de un colegio o un lacito amarillo ante un cuartel de la Benemérita.
Con tener las dos pintas de modositas, Inés gasta un carácter, o dos. No ha dudado en cantarle las cuarenta y veinte en copas a Artur Mas, a Puigdemont, a Turull y al lucero del alba cuando ha sido la ocasión. Tiene punch parlamentario, tiene argumentos y – ay, Inés, perdóname y que me perdone mi señora – cuando se enfada tiene dos ojos que parecen dos ladrones a la puerta de un banco de como resaltan. Cuando Arrimadas sube al atril, se podrá o no estar de acuerdo con lo que dice, pero ves fuego, pasión y eso que se denomina verdad. Esta mujer se cree lo que dice. Acaso por eso lo defiende con tanta pasión, justo lo contrario que le pasa a Miquel Iceta, que es brillante en oratoria, pero parece más un señor al que le han dicho “Tu sube ahí y di que eres socialista” que otra cosa.
Artadi tiene también varios caracteres, pero solo los ha sabido desplegar en despachos oficiales o ante lo suyos. Y en el parlament, arropadita siempre, no por sus abrigos, sino por la corte del faraón que actúa cual pretorianos para que la chica no sufra percance alguno. ¿Se imaginan un debate de investidura de Artadi? Ese duelo dialéctico entre la candidata e Inés sería toda una gozada. Creo que incluso a los Comuns les gustaría, ya saben, por esas cosas del heteropatriarcado y tal.
La experiencia es la madre de la ciencia
De todos modos, las dos poseen rasgos que las acercan. Ambas han trabajado en lo privado, si bien es cierto que Artadi en el ámbito más bien académico, mientras que Inés sabe el frío que hace en el mercado cuando sales a trabajar a cuerpo gentil. Las dos son jóvenes, pertenecen a esa generación que no vive – no debería, al menos – con el trauma de la guerra civil y tienen mentalidad moderna, si a eso vamos. Añadamos, a riesgo de que nos caiga la del pulpo por parte de la policía de lo políticamente correcto, que las dos tienen una imagen más que correcta, telegénica, con unos primeros planos difícilmente superables por cualquier otro político catalán, y que perdone Albiol, pero la vida es así de dura, company.
Ahora, el enorme abismo que las separa no es la vocación separatista, que también. Existe otro que haría mucho más interesante ver a esas dos mujeres combatir dialécticamente en sede parlamentaria. Porque mientras que Artadi vive dentro de su burbuja independentista, llena de quimeras, mentiras – votadme, decía Puigdemont el pasado diciembre, para que así pueda volver, restablecer la república y poner en libertad a los presos, y ya se ve como ha acabado el asunto – y nacionalismo carlista de derechas, Inés tiene a su favor que no está presa de ningún país de Oz. Si algo caracteriza a Ciudadanos es el contacto con la calle, que es donde los políticos deben escuchar, tomar nota y tener esa cura de humildad tan precisa y más en nuestros días en los que todo se reduce a enarbolar una bandera, cuanto más grande mejor, a ver si así se tapan los problemas reales de la gente.
La experiencia de Arrimadas sea mucho más útil que la de Artadi. La segunda solo tiene un programa en su agenda: sentarse en la silla de la presidencia y continuar con la matraca separatista haciendo ver que van a hacer para luego no hacer nada. La primera, sin embargo, tiene un catálogo de argumentos tan grande como lo son las crujías del personal. Arrimadas puede hablar de los autónomos, de las carencias en sanidad, en educación, de modelos de escuela, de servicios sociales, de infraestructuras, sin que nada le despeine el pelo. Artadi tendrá que refugiarse en el mantra de que España nos roba, de que el 155 ha sido culpable de todo lo malo, y encima habrá de defender los recortes de Artur Mas, los de Mas-Collell, los de Boi Ruiz, la corrupción convergente, la familia Pujol y el Dios que los menea. Mucho defender.
Cualquier candidato indepe que salga a la palestra lo hace con una enorme bola de hierro atada a su tobillo. Ellos lo saben, claro, pero es eso o ir de nuevo a elecciones. ¿Ningún analista se ha preguntado por qué los convergentes de toda la vida, los pesos pesados, no han movido ni un músculo para postularse? Es muy sencillo: saben que hacerse cargo del gobierno de la Generalitat ahora es un marrón de mucho cuidado. Con el grupo de Junts per Catalunya escindido en dos, una Esquerra que no va a apoyar la movida a cambio de nada, unas CUP desmadradas, los CDR campando a sus anchas, los que están fugados, los que están en la cárcel y una administración autonómica en bancarrota, ya me dirán quien es el valiente que acepta dirigir ese barco que botó Mas par ir a Ítaca y que solo nos ha llevado a la merde.
De ahí que Artadi, más allá de su ambición personal, que la tiene, y mucha, tenga un pollastre, eso que dice Puigdemont que tiene España, de no te menees. Arrimadas, no. Le dirán que si es la derecha cavernosa o la marca blanca del PP, pero está acostumbrada. De hecho, hay algo que le podría dar ventaja a la candidata naranja: exhibir en sede parlamentaria imágenes de los locales de C’s atacados, las pintadas amenazadoras, los tuits en los que se insulta a su líder. Que, si de buenos y malos se trata, habrá que mirar con sumo cuidado quien lleva el sombrero blanco y quien el negro, como en las viejas películas del oeste.
Lo dicho, podría ser apasionante. Pero Puigdemont, por favor, no se olvide del señor del patinete, que me haría mucha gracia.