La ventaja de formar parte de un gobierno y no tener apenas competencias, o que más allá del ruido constante de la propaganda la incidencia de estas en la vida de los ciudadanos sea ínfima, es que cuando arrecian las protestas tienes la opción de no darte por aludido. Incluso te puedes permitir el lujo de ponerte un domingo al frente de la manifestación de turno para dos días después ocupar como si tal cosa tu asiento en el Consejo de Ministros.
Cádiz ardiendo, el precio de la energía desbocado, se manifiestan ganaderos, transportistas y policías, la inflación fuera de control, la mayor parte de las ayudas a empresas y autónomos en dificultades no acaba de llegar por una deficiente gestión, la recuperación pierde fuelle y en 2020 España será el país del mundo con un mayor incremento de los concursos de acreedores, pero no pasa res. No va con ellos. Y, sin embargo, nada de lo que ocurre tiene fácil explicación si excluimos del análisis esa indolencia cómplice.
Es extraordinariamente meritorio conciliar con naturalidad el papel de gobierno y el de oposición; lo malo es que el doble juego tiene consecuencias. Porque lo que practica Unidas Podemos, y consiente Pedro Sánchez, no solo es una rareza políticamente insostenible; es que cada día nos sale más cara. La corrección a la baja de las expectativas de crecimiento, o el retraimiento de las inversiones, por citar dos de los indicadores que evalúan la puntual vitalidad de las economías nacionales, tienen mucho que ver con la desconfianza que propaga urbi et orbi un gobierno desacoplado e incoherente al que solo mantiene en pie la necesidad táctica de la permanencia.
Más allá de legítimas reivindicaciones, estamos ante operaciones locales que, apoyándose en el ejemplo de la extorsión tolerada a los partidos nacionalistas, reclaman su parte del pastel
Desacoplado, táctico y desavenido. Un gobierno en el que hace ya demasiado tiempo se quebró del todo la confianza; un gobierno en el que los enviados de su presidente negocian clandestinamente en Bruselas los extremos de las reformas pendientes para evitar que la contraparte se eche definitivamente al monte; un gobierno en el que su vicepresidenta segunda no duda en utilizar la plataforma de proyección pública que el Estado pone a su disposición para segarle los pies a sus transitorios compañeros de aventura.
Ya ni el recurrente espantajo de Franco sirve para tapar las goteras de una coalición que a cada paso que da -como esa pretensión de ampliar a 1982 el revisionismo irresponsable de la Transición- incrementa un poco más la presión de la inseguridad jurídica en la caldera de la inestabilidad. La coalición hace aguas pero sigue remando, no para llegar a buen puerto, sino esperando el momento en el que alguien grite aquello de ¡sálvese quien pueda! y, despojados ya de máscaras, dé comienzo una nueva y crucial pugna por la supervivencia.
Y es ahora, en este envidiable contexto, en esa carrera ya iniciada por la preservación del poder, cuando desde la pocería partidaria asoma la ocurrencia de fomentar la entrada en la escena política de minifundios electorales destinados a debilitar al adversario; pequeñas agrupaciones locales que, apoyándose en el muy provechoso ejemplo de la extorsión tolerada a los partidos nacionalistas, reclaman su parte del pastel; iniciativas que tienen su origen en un “populismo territorial” del que habla García-Page y que no habrían brotado de haber cumplido los partidos nacionales con sus obligaciones, empezando por el del presidente castellano-manchego.
España vacía, políticos vaciados
Teruel Existe, Cáceres Viva, València Unida, Soria Ya, Viriatos Plataforma Ciudadana, Cuenca Ahora y no sé cuántos inventos más, son el preocupante reflejo de un doble abandono: el que afecta a la España vacía, sí, pero también el de unos diputados cuyo anclaje con el territorio es más nostálgico y retórico que eficiente; políticos, estos sí, vaciados, que por delante de los intereses de su circunscripción colocan la obediencia ciega al líder y al partido que les proporciona escaño y manutención.
La ventaja de los nacionalismos periféricos es que a casi todos ellos (hay alguna excepción) les importa una mierda la gobernabilidad del Estado. Es más, su progresión, y su supervivencia, están íntimamente relacionadas con la debilidad o la fortaleza de ese mismo Estado. Ni Teruel Existe, ni Soria Ya, ni Cuenca Ahora son comparables a Esquerra Republicana, JxCat o PNV. El problema es que su éxito sería una gran noticia para los Junqueras y Puigdemont. La irrupción en el Parlamento nacional de un cantonalismo de nuevo cuño, de cuyos heterogéneos apoyos pudiera llegar a depender el Gobierno de la nación, sería un impagable regalo para aquellos cuyo objetivo último es desmontar el proyecto iniciado con la Transición.
Los responsables últimos de esta operación insensata son los partidos que exigen a sus diputados obediencia por encima de las necesidades de cada circunscripción
Hace muchos años, en las horas previas al espectáculo memorable que en la Semana Santa conquense ofrecen las Turbas -y en las posteriores-, se escuchaba de vez en cuando una especie de grito de guerra alimentado en parte por la euforia que provocaba la ingesta de ese peculiarísimo (sic) licor llamado resolí: “¡Viva Cuenca libre, queremos puerto de mar!” El obispo de la provincia era Guerra Campos, y Franco estaba en las últimas. Ese grito, y algunos otros que Google me recomienda no reproducir, arreciaban cuando monseñor se asomaba el viernes santo al balcón del ayuntamiento para saludar al respetable. Eran desahogos voceados desde el confortable anonimato de la muchedumbre; una de las pocas expresiones masivas de disconformidad que no tenían fácil reprimir.
Hoy, cuarenta y tantos años después, de tener éxito la maniobra consistente en fragmentar aún más el Parlamento para agarrarse al poder, no es descartable que alguien, a no mucho tardar, pretenda convertir aquel grito, más naíf que efectivo, en decreto-ley. Y si ya es de por sí dificultosa la gobernación de un Estado altamente centrifugado que navega con el control del timón en disputa y en medio de un mayúsculo temporal, la de un país con 25 o 30 partidos con representación en el Congreso, de los cuales solo dos son en esencia partidos nacionales, puede derivar en una catástrofe cuyas consecuencias no son fáciles de imaginar.
La postdata: Casado se topa con Franco (y con su equipo)
Circulan distintas versiones sobre la misa “franquista” a la que acudió Pablo Casado en la tarde del 20-N. Una de ellas propaga la especie de que se trató de un “error” premeditado que buscaba reconciliar al líder del Partido Popular con los votantes de Vox. Nada que ver con la realidad. Casado llegó tarde y se fue antes de que terminara el oficio al comprobar dónde se había metido, lo que ni explica ni justifica el inexplicable patinazo, uno más, del equipo más cercano al presidente del PP.