Opinión

España y su vuelta a la oscuridad y la decadencia

En el país en el que Caín se levanta cada mañana para matar a Abel y fumarse un cigarro, parece que la infamia se acepta sin mucho problema porque, pese a que implica que yo me fastidie, también se fastidia el vecino.

  • Varias personas caminan frente a un escaparate, en Madrid (España). Isabel Infantes / Europa Press

Al españolito medio le dijeron que mantener los escaparates encendidos más allá de las diez de la noche era sinónimo de insolidaridad y los apagó. Lo contrario -además de merecedor de una multa- hubiera sido un acto de deslealtad con los pobres alemanes, checos y polacos, que dependen del gas ruso y temen que Putin les cierre definitivamente el grifo. Porque al europeo medio le aseguraron que las sanciones a Moscú eran necesarias para frenar a un sátrapa y, aunque no le advirtieron de las consecuencias, las aceptó con resignación a posteriori.

Hoy luce en varios comercios un cartel que afirma: “Este es un establecimiento comprometido con el ahorro energético”. El socialismo más voraz se escuda siempre en ese peculiar concepto de 'solidaridad' para devorar el bienestar del pueblo. Yo apoyo esta causa o la otra. El de al lado, no. Por tanto, es insolidario, derrochón y mala persona. Así nos va.

Debe ser fácil gobernar cuando se encuentran tan pocas trabas para imponer el relato, incluso cuando contiene renglones zigzagueantes. Alguien debió darse cuenta del grado de estupidez colectiva en abril de 2020, cuando los ciudadanos llamaban a la policía porque el vecino había bajado a fumarse un cigarro y había violado el enclaustramiento. Las hubo peores en esas fechas... Basta con recordar la idea de los más siniestros asesores de Moncloa, que dejaron caer la posibilidad de que el Gobierno creara Arcas de Noé para internar a infectados leves de covid. Las críticas a esa mamarrachada prácticamente ni se escucharon. La gente traga con todo.

España y el ecologismo

Tampoco aflora la indignación cuando aparece un portavoz climático en televisión y anuncia, con tono soberbio, el fin del automóvil de combustión en 2030 para frenar la emergencia global de los termómetros. O cuando se imponían cierres perimetrales nacionalistas o toques de queda de dudosa eficiencia. O cuando la malhumorada jefa de prensa del PSOE es reclutada para dirigir el Hipódromo de la Zarzuela.

En el país en el que Caín se levanta cada mañana para matar a Abel y fumarse un cigarro, parece que la infamia se acepta sin mucho problema porque, pese a que implica que yo me fastidie, también se fastidia el vecino. Y santas pascuas.

Por eso se han asumido sin excesivas protestas -y menos del tibio Núñez Feijóo- las últimas medidas del decreto de ahorro energético que ha impulsado el Ejecutivo. Las ciudades lucen más oscuras en estos días, en clara sincronización con el porvenir de las nuevas generaciones de españoles. Eso disipa la alegría, la prosperidad y los beneficios.

Las ciudades lucen más oscuras en estos días, en clara sincronización con el porvenir de las nuevas generaciones de españoles

Los penosos medios patrios recitan las restricciones como papagayos y las justifican señalando a Putin, a la sequía, a los incendios, a los osos polares en bañador y a otros elementos catastrofistas. Aquí nadie pone el dedo en la llaga. ¿Qué cúmulo de malas decisiones ha llevado a esto? ¿Por qué los españoles o los europeos viven peor que hace 20 años? ¿Son las quimeras comunitarias o setentaiochistas tal cosa o hemos depositado demasiada fe en ellas? ¿De verdad había algo que celebrar tras la cumbre de la OTAN de Madrid? ¿No será que más allá de las bellas fotos del Museo Del Prado tan sólo hay aridez y degradación en un Occidente entregado a programas políticos y estratégicos ineficientes?

Nadie parece hacerse preguntas o, al menos, no demuestra afán por responderlas. Los neones y las led se apagan en las ciudades y se habla de ello en forma de anécdota. De la enésima anécdota en los últimos dos años y medio. Incluso se tira de ese 'humor resignado' tan dañino, que sirve para exponer las quejas en verso en las chirigotas, pero poco más. ¿Alguien piensa de verdad en la decadencia? Porque es el concepto que se esconde detrás de todo este dislate.

La miseria

Merece la pena zambullirse estos días en la oscuridad de La busca, de Pío Baroja, para cerciorarse de lo ganado y lo perdido; y, sobre todo, para temer lo que puede venir si los ciudadanos siguen impasibles mientras el país se desliza por el tobogán de la decadencia.

El libro recorre el Madrid miserable de principios del siglo XIX e ilustra sobre personajes para los que la comida y el techo no están asegurados, empezando por Manuel, su protagonista, a quien la mala suerte y la impulsividad le llevan al hambre y la delincuencia. A dormir en bancos de piedra, cuevas y corralas, y a hacer cola junto a vagabundos para recibir la caridad de las monjas o las marquesas. En España, hasta hace no mucho, las penurias eran cosa de las mayorías. En esas condiciones, la principal tarea diaria es sobrevivir y no hay espacio para más. Reflexionar es un lujo cuando el plato está vacío.

La comodidad y la ciudadanía se pierden poco a poco cuando la prosperidad merma y es lo que ocurre estos días en España, cuyos habitantes parecen haberse ahogado en complacencia, cinismo o excesiva confianza en que la inercia que lleva poco a poco al país hacia el lugar del mundo donde habitan los que sufren se cambiará de forma automática. Con la inflación disparada, la sanidad en la UVI, la educación, pasada por el tamiz de mediocridad que se aplica en los Estados donde los gobiernos aspiran a que no haya torres más altas que ellos para no perder sus privilegios... aquí nadie ladra. Nadie expresa displicencia de forma rotunda y argumentada.

Mientras tanto, el sistema de pensiones reclama soluciones que no llegan, lo que le carcome un poco más cada día... y los jóvenes deben invertir varios años de un salario que no cobran para adquirir una vivienda. Emprender implica convertirse en una especie de Sísifo que debe tirar, montaña arriba, de las cargas fiscales que lleva aparejadas, que pesan como una roca. E invertir en este país cada vez genera más dudas, dado que los beneficios -o lo que sea- pueden verse afectados por cualquiera de las medidas ideadas por la izquierda gubernamental para engordar ese escudo social del que se escucha hablar en los televisores de los bares de los barrios... pero que casi nadie nota.

Nada hace pensar que el rumbo del barco se vaya a enderezar... y nadie -ni siquiera el jefe de la oposición- parece dispuesto a batallar seriamente para frenar la constante decadencia del Estado. Así que en este verano de apagones y termostatos, y de crisis provocada por el desatino gubernamental, la idea que se viene a la cabeza no es tanto sobre las recetas que se aplicarán para revertir la crisis, sino cuál será el próximo ataque que recibirán los ciudadanos. ¿Encierros? ¿Pasaportes covid que duren menos de 270 días? ¿Cortes de luz de madrugada en invierno? ¿Cartillas de racionamiento?

Todo puede pasar en este país abarrotado de mansos. Las arrancadas de caballo andaluz llegaban tarde o temprano por estos lares. Pero ahora el pollino sufre de parálisis. Incluso aplaude a las ocho por la ventana mientras no le dejan salir de casa.

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