Opinión

Por mucho que los tertulianos 'del aparato' quieran vender su burra con Andalucía...

Afortunadamente, los votantes tienen todavía más sentido común, y son más moderados, que los portavoces parlamentarios. Ni que decir que los periodistas de mesa de tertulia mañanera

  • Antonio García Ferreras y Teresa Rodríguez -

Javier Aroca nunca ha sido sospechoso de simpatizar con el PSOE. Habladurías... Hace unas horas, Àngels Barceló le solicitó un análisis sobre lo que ocurrió en las elecciones andaluzas y afirmó: “Creo que la derecha se ha europeizado. Eso ha impedido que la extrema derecha se consolide y pueda formar parte del Gobierno regional (…). Ahora bien, ¿qué hubiera pasado si Moreno Bonilla hubiera necesitado uno o dos escaños de Vox? Ésa es una duda que creo que es razonable y que tiene que ver con la necesaria higienización de la derecha”.

Antes de que estas palabras se difundieran por las ondas radiofónicas, Adriana Lastra, faro de la razón, luminaria de los españoles, doctora en izquierdas por la Universidad de la Vida, comparecía ante los periodistas para explicar que la victoria del PP en Andalucía no se habría producido si el Gobierno de Pedro no hubiera sido tan generoso con esta comunidad autónoma durante la pandemia. Venía a decir que la derecha se ha aprovechado del gasto realizado por el PSOE para consolidarse en el poder. Eso le permitía matar tres pájaros de un tiro, dado que así se puede explicar lo de Ayuso, lo de Mañueco y lo de Moreno. ¿Para qué pensar más si todo puede ser más sencillo? ¿Para qué hacer autocrítica si somos los mejores?

García Ferreras se desgañitaba en su mesa de debate el domingo para tratar de hacer entrar en razón a los televidentes. El PP había ganado y el PSOE había logrado el peor resultado de su historia, sí…, pero lo importante es que Vox se había estrellado. Angélica Rubio aprovechaba sus previsibles intervenciones para incidir -más o menos- en que esta victoria le perjudica a Ayuso, dado que dejará de ser faraona para convertirse en una más. Mandarina de la Corte de Feijóo. Los andaluces habían puesto en su sitio a la madrileña con su voto de castigo.

Este lunes, La Sexta llevaba a plató a Pablo Montesinos, el hombre más fiel con el que contó Pablo Casado. Evidentemente, el periodista y analista político apuntaba a que Moreno Bonilla no fue partidario del asesinato del exlíder del PP con cinco cámaras alrededor. Claro, ¿qué iba a decir?

La guinda la ponía Teresa Rodríguez, satisfecha en realidad porque lo del domingo le permitirá vivir cuatro años más de la política, con lo mal que está la cosa. En su discurso, avisaba a los andaluces de que han caído en la trampa de la falsa moderación de Moreno Bonilla, que ni es centrado, ni es ecologista, ni respetará los servicios públicos.

Tertulianos contra la razón

Uno puede analizar los hechos como periodista o como ciudadano de a pie. Si lo hace como plumilla, inventará mil hilos argumentales de los que tirar para que su análisis del día siguiente sea aplaudido por sus compañeros de profesión y los cuatro o cinco diputados que le lean. Pero si escribe como individuo, sufridor de lo público, se preguntará lo que afecta a su bolsillo ese ecologismo, al sospechar que el cierre de las centrales de carbón o la negativa a la energía nuclear han sido perjudiciales para su economía. También eso que ha escuchado de Argelia y Marruecos, que no le han explicado bien…, pero que es un dislate, dado que el gas está más caro que nunca.

Le hablará Teresa Rodríguez de mantener los servicios públicos con buena salud y reflexionará: pero si gobierna la izquierda, ¿por qué desde hace dos años no me cogen el teléfono en el centro de salud y el abuelo murió sin que le atendieran en urgencias? ¿Y por qué me quieren cobrar peajes por autovías que hace tiempo que no asfaltan? ¿Y por qué los precios no paran de subir en los supermercados si me dijeron que nadie quedaría descolgado de esta crisis? “Salimos más fuertes”, comentó el presidente en una rueda de prensa. Y cada vez tengo menos dinero en el bolsillo.

Quienes viven de redactar catecismos, tergiversar e inventar guiones sobre política considerarán que estos argumentos son simplistas, dado que las vidas de la gente corriente les parecen demasiado vulgares. Lo elevado son los cuentos chinos demoscópicos, las ideas rompedoras que traen los alcaldes del PSOE cada vez que viajan a Ámsterdam y los spots sobre el orgullo trans del Ministerio de Igualdad en TikTok, en los que se observa a Irene Montero probándose un vestido con la bandera blanca, morada y azul. Como si esa colectividad le importara a mucha gente. Como si esa escenificación mongoloide en redes sociales, continúa y bochornosa, no supusiera casi una afrenta a esa mayoría a la que le han subido la gasolina, el pan o el alquiler.

PSOE psicotrópico

La realidad es que la izquierda política, mediática y sindical lleva un tiempo viviendo en un universo paralelo, en la que los problemas serios son situados en un plano secundario porque consideran que las causas ideológicas son suficientes para movilizar al electorado. Desde una manifestación por el encarcelamiento de un tipo que injurió al rey hasta una marcha por una paliza homófoba. O un 8-M con pancartas en contra de la medicalización de la transexualidad.

Mientras Ferreras, Angélica y compañía debaten sobre el enésimo globo sonda (ilegalizar la prostitución, la desaparición del catalán, el aborto, etc.), los ciudadanos corrientes han comprobado cómo en los dos últimos años han empeorado sus condiciones de vida y esa izquierda se lo niega. O lo atenúa. O busca culpables externos, como si aquí nadie cobrara de lo público con el mandato de resolver los problemas de la nación.

Así que después de que la pandemia retratara las vergüenzas de lo público (la sanidad es un desastre, los juzgados están sobrepasados, los trabajadores públicos cada vez tienen una diferencia de condiciones mucho más evidente con respecto a los de lo privado, a los que ni siquiera dejaban abrir el negocio) y de que la izquierda se empeñara en hablar de un escudo social que no existe; o de unos servicios públicos ineficientes e inoperantes, los ciudadanos comenzaron a barruntar que es necesario un cambio para intentar que todo mejore. De ahí lo de Ayuso y de ahí lo del PP en Andalucía. La clave no es tanto quiénes iban a votar a Vox y dieron su apoyo a Moreno por razones de utilidad, sino cuántos fieles del PSOE se quedaron en casa para castigar a Pedro Sánchez. O cuántos cambiaron su voto para respaldar a los conservadores.

Cuanto más tarde Sánchez en asumir su desgaste, más beneficio obtendrá la derecha moderada de ello. Y cada vez pesará menos la relevancia del candidato y más el contexto.

Lo del domingo no debilita a Ayuso ni crea una especie de oligarcas caprichosos y divididos en la derecha. Lo del domingo es un nuevo ejemplo de que los ciudadanos -que no entienden a la izquierda ni sus señales psicotrópicas- han decidido acudir en masa a las urnas para castigar al PSOE y a Podemos, con los que notan que viven peor. Los penalizaron tanto por la forma de gestionar asuntos como la pandemia o la crisis energética, como por el modo en el que priorizan la ideología frente a lo razonable. Los andaluces también han expresado su confianza en un presidente que no era tan fiero -por ser de derechas- como la izquierda corrupta andaluza alertó durante cuatro décadas. Que viene el lobo, decían Chaves y Griñán, mientras en el Don Angelo se cerraban tratos con dinero público.

Afortunadamente, los votantes tienen todavía más sentido común, y son más moderados, que los portavoces parlamentarios. Ni que decir que los periodistas de mesa de tertulia mañanera.

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