Opinión

En defensa de Rivera (ma non troppo)

La percepción sobre Ciudadanos ha cambiado. Resulta ahora difícil escuchar a alguien que te diga que va a votar al partido naranja

  • Albert Rivera en la sede nacional de Ciudadanos.

Tiempo de submarinos con la marca de Errejón, o de trampantojos con Iglesias como enemigo. La obsesión de Sánchez por destruir Podemos no tiene límites. En realidad, esa obcecación hace justicia con la Historia, el odio entre socialistas y comunistas no descansa, incluso cuando el comunismo es residual, y el socialismo busca -ahora, claro-, el centro desde la socialdemocracia. O lo que ahora sean porque aquí, en España, el socialismo sanchista cuadra el círculo pactando y apoyándose en partidos de derechas nacionalistas. 

El caso del PNV es palmario, funciona en todas las versiones posibles mande quien mande en este país y siempre gobierna en su territorio. Que pacte con el PP un partido que lleva en su escudo el mandato de Dios y la ley vieja (Jauongoikua eta Lagi Zarra) hasta podría estar en consonancia; que sea con el PSOE, y que los votos del PNV resultaran determinantes para que Pedro Sánchez mal gobierne España es clarificador. O debería serlo. Pero es así, y las cuadernas del viejo barcos socialista que armara Pablo Iglesias hace más de 100 años ni siquiera suenan de secas que están. 

La jungla de encuestas

Hay encuestas para todos los gustos. En realidad ninguna tiene valor, ninguna, desde que Íñigo Errejón, ese bolivariano de libro -el de que los venezolanos comían tres veces al día-, ese honrado estudiante que disfrutó de una beca sin haber pisado las aulas de la Universidad que le pagaba, anuncia que, como eso de la política regional madrileña le aburre, da el salto a la nacional para mayor gloria de Sánchez y desgracia de Iglesias.

¿Qué rótulo llevará el submarino en su lomo? Más Madrid, Más País, Más nación de naciones, Más de lo mismo… Todo menos Más España, claro, no vayamos a confundir al personal. Errejón, un bizcocho esponjoso para el PSOE, no llega para disputar el escaño en Soria, Cuenca o Jaén, pero sí el de las grandes ciudades. Y ahí a quien va a destrozar es a los que un día fueron los suyos. El odio une y ata las biografías; Sánchez detesta a Iglesias, Iglesias desprecia a Sánchez y Errejón aborrece a Pablo. Así se escribe la Historia en la izquierda española, a base de saña e inquina.

Y mientras tanto las encuestas afirman que estamos atrapados  en la desconfianza, la indiferencia y el aburrimiento (CIS). Y también en la decepción, el enfado y la preocupación, según El País del último domingo. Ir a votar en estas condiciones y con este estado de ánimo general es tentar a la sorpresa tanto como a la casualidad y a la incertidumbre. Ya hay estudios que cifran en el 35 por ciento la abstención, y en el Heraldo de Aragón ha aparecido la primera encuesta que asegura que el PSOE perderá escaños. Sé que no será la última.   

Ya hemos dicho que la demoscopia ha trabajado gratis hasta saber que Errejón se presenta. Pero las encuestas, todas sin excepción, dan por hecho el retroceso de Ciudadanos. Hoy resulta una extravagancia recordar las invocaciones de Albert Rivera a su futuro político, ese que le iba a colocar por encima del PP y que le dio fuerzas para autodeclararse verdadero jefe de la oposición. Qué da más, ¿pena o risa?

La facilidad con que te instalas en el ridículo cuando te alejas de la realidad y te alimentas sólo de la actualidad es sorprendente. El 7 de mayo de este año Rivera se fue a La Moncloa y se vio con Sánchez para decirle eso precisamente, que él era el líder de la oposición y que “Casado ya tiene bastante con lo suyo”. Cuatro meses después es exactamente al revés.

La falta de consistencia -el manido y cierto efecto veleta-, y el flotador en forma de abstención que el de  Ciudadanos lanzó al que llamaba “jefe de la banda” lo dejan literalmente en la ITV y con pocas posibilidades de pasar el examen el 10 de noviembre. Quizá por esto, pero no sólo, es tan difícil encontrar a quien te diga en público que va a votar a Ciudadanos, y es tan fácil dar con quien sin preguntarle te espeta con mal tono que no les votará más. Me pregunto dónde toma café Villegas, dónde viaja Arrimadas y por dónde pasea Marcos de Quinto.   

Inés Arrimadas seguía diciendo que el experimento España Suma es imposible porque la mochila de la corrupción del PP pesa mucho

Tantas vueltas ha dado la veleta que una más ya no importa. Si la da para volver a lo que un día fue, un partido de centro capaz de atraer a las zonas más templadas del PP y PSOE sin mezclarse con ellas -y menos con Vox-; si repara en la importancia de ser un partido bisagra en esta España maltratada por separatistas y aprovechados quizá le quede un pase. El último. Ha podido enviar a toda esa grada de diputados desafectos a la Nación española a paseo cuatro años y convertirlos en estatuas de sal y no ha querido. Ya, ya lo sé, tampoco Sánchez.

No sé cómo un partido puede volver a la situación en la que un día lo vimos tantos españoles gobernando como gobierna en Madrid, Andalucía y Murcia con los votos de Vox. Será difícil. Para corregir antes hay que conocer qué te pasa. Y en Cs no lo saben, no lo quieren saber. Ayer mismo Inés Arrimadas seguía diciendo que el experimento España Suma es imposible porque la mochila de la corrupción del PP pesa mucho. Por favor, por favor, cuándo les explicarán que semejantes argumentos invalidan sus determinantes colaboraciones en todos los gobiernos autonómicos donde, junto con los votos de Vox, han puesto a un presidente del PP.   

Probablemente el empeño de volver a sus esencias sea para Rivera menos arriesgado que la foto de Colón, creer que vas a derrotar al PP o intentar hacer presidente a quien, menos mentarle a la madre, le has dicho de todo. Quizá con algo de humildad y menos soberbia el desaguisado sea menor. Mi abuela, en momentos de extrema dificultad solía decir: hay que hacer lo que se deba aunque debamos lo que se haga. Y ahí lo dejo, que dicen ahora.  

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