Cada vez cuesta más sentir la emoción requerida cuando el gobierno ensalza sus virtudes democráticas. El discurso oficial es una nebulosa de ambigüedades que aluden a conceptos y dejan de lado la práctica democrática. La democracia es como una fe, y el rito consiste en arrodillarse y creer ciegamente en ella. “El rito del mito”, en palabras de Gustavo Bueno. En uno de sus libros hablaba de la democracia como ideología, por un lado y de la práctica, o realización de la democracia, que por otro lado es medible. Y he aquí que la revista The Economist ha venido a sacarnos los colores con su índice, diciendo que no somos plenamente democráticos, sino defectuosamente democráticos. No contentos con denominarnos “democracia defectuosa”, nos colocan tan cerca de Hungría que parece que somos primos hermanos de esos malvados húngaros.
Es bien sabido que en España algunos políticos tienen la brújula averiada y la aguja no apunta a las democracias del Norte, sino a alguna dictadura africana de las que The Economist colorea de rojo. En realidad, para ser justos, el prestigioso índice muestra que la democracia es un cielo lleno de pecadores, dado el bajo número de democracias plenas. Casi parece que todos los demócratas somos pecadores, o que todos los pecadores del mundo somos demócratas. En realidad esto es así desde los inicios de la democracia, pero no hay suficiente espacio aquí para hablar de los griegos.
Un sabio en la tele ha dicho que es un nuevo franquismo lo que se viene, y naturalmente, como son muy progredemócratas, alguno ha dicho en el Congreso que saldrá a la calle a protestar con violencia
España, en la práctica, tiene sus propios vicios democráticos y en la teoría desde ayer es “democracia defectuosa”. Entre sus vicios, que es lo interesante, está el de asociar democracia e ideología. Los socialistas de Felipe González eran menos ingenuos, los de ahora llevan la ingenuidad hasta tal punto de creer que la democracia solo es posible si gobierna la izquierda. Solo así se entiende que, ante el tejemaneje de las instituciones y las autonomías, muchos prefieran mirar a la Hungría de Orban o hablar sobre los males del franquismo. Circulen, que aquí somos progresistas, ergo demócratas. Un sabio en la tele ha dicho que es un nuevo franquismo lo que se viene, y naturalmente, como son muy progredemócratas, alguno ha dicho en el Congreso que saldrá a la calle a protestar con violencia, moscas en el pelo y plumas de gallina si el resultado en las urnas no les agrada.
Aún tendremos que aguantar a algún virtuoso demócrata por la tele diciendo que los peligros de la democracia española son Ayuso, el rey emérito y el fantasma de Francisco Franco
“Como Franco no fumaba, no dejaba tampoco fumar a nadie delante de él. Eso es la dictadura”. Esta explicación tan gráfica de Umbral solo puede dejar indiferente a quien no ha visto los pitillos que se fumaban en el Congreso con Suárez. Ahora, estos demócratas no permiten ni fumar, ni votar al ciudadano —ni a la derecha burguesona de los buenos chicos ni a la derecha de los malotes. Fascistas, esos chicos son todos fascistas, dicen los demócratas exquisitos, los demócratas yeyé. En nuestro país si eres de izquierdas puedes beber del frasco de la virtud democrática mientras declaras que no aceptarías los resultados de las urnas. Aquí el que transgrede las normas de la democracia dice públicamente que busca ensalzarla, por eso somos una democracia yeyé.
Sepan pues, que no estoy a favor ni en contra de la democracia, así en abstracto, pues no conozco ese producto ni lo disfruto. Solo puedo estar decepcionada con nuestra democracia yeyé, comentar lo que dicen los amigos de The Economist, que han venido a sacarnos los colores. Aún tendremos que aguantar a algún virtuoso demócrata por la tele diciendo que los peligros de la democracia española son Ayuso, el rey emérito y el fantasma de Francisco Franco. Por estas cosas de la propaganda antifranquista, los de The Economist deberían ponernos un color especial y en lugar de llamarnos democracia defectuosa, calificarnos como “democracia yeyé”.