Nadie es ajeno a la distancia que se ha ido interponiendo entre nosotros y algunos de nuestros derechos fundamentales durante la pandemia. Quizá por ello era tan importante para muchos ciudadanos acudir a la primera gran manifestación tras el estado de alarma contra los indultos, la última decisión del Gobierno sin que fuese un desfile organizado y liderado por él, como es el 1 de mayo.
Días antes del inicio oficial de la plaga vírica acudí al Hotel Wellington en Madrid para apoyar la presentación de mi admirado Fernando Savater y de Rosa Díez de la plataforma Unión 78. Una reedición del legendario ¡Basta ya! Por aquél entonces, a la misma hora de aquél miércoles de febrero, se celebraba en La Moncloa una reunión bilateral con Quim Torra y su lazo amarillo, recibido como un jefe de Estado extranjero, para inaugurar las sesiones de lo que llamaron mesa de diálogo. Aquel esperpento que buscaba sustituir la sede de la soberanía nacional, para disponer de la misma según las exigencias de los separatistas catalanes.
No sucedió lo mismo con la excavadora gubernamental, que durante estos últimos 16 meses ha avanzado sin pudor hasta encontrarnos con la inminente concesión de indultos
Muchos creíamos que aquella mesa era inadmisible, un punto de no retorno. Pocos pilares del edificio constitucional quedarían por derribar si aquello seguía adelante. La creación de la mencionada plataforma cívica se sustentaba en la convicción del poder de la ciudadanía movilizada para impedirlo. Igual que un año antes de aquello se truncó la presencia de un infame relator internacional gracias a la manifestación que convocó Albert Rivera en Colón. Llegó la pandemia y la iniciativa ciudadana para controlar al Gobierno a través de la sociedad civil se paralizó. No sucedió lo mismo con la excavadora gubernamental, que durante estos últimos 16 meses ha avanzado sin pudor hasta encontrarnos con la inminente concesión de indultos a quienes mantienen al PSOE en el poder. Indultos otorgados con arbitrariedad, sin respetar los requisitos legales para concederlos. Uno de los pagos a plazos del chantaje secesionista antes de exigir inmediatamente el siguiente, el referéndum pactado de autodeterminación y la amnistía.
Para muchos ciudadanos las causas morales, cívicas e incluso de supervivencia como Nación y como sociedad democrática para acudir a Colón estaban claras. También lo estaba que el Gobierno y sus medios de comunicación acusarían de fascistas y ultraderecha a todo aquel que apoyase la manifestación e invocase el Estado de Derecho. La táctica de expulsar del espacio público a través de la estigmatización al que discrepe es antigua y recurrente por parte del nacionalismo y la izquierda. No tienen más argumentos para mantenerse en el poder que deslegitimar al distinto.
¿Qué hubiese sido de ¡Basta Ya! en el País Vasco frente al terrorismo de ETA si hubiesen preferido renunciar a sus derechos políticos antes de ser tildados de derechistas?
Pero esta reacción, aunque inadmisible, era de esperar por parte de la izquierda en plena deriva despótica. Lo que ha sido sorprendente es la campaña por parte de sectores de la derecha, o no simpatizantes con este Gobierno, que han asumido el relato oficial de no animar a acudir a la manifestación para evitar ser tildado de ultraderecha. ¿Qué hubiese sido de ¡Basta Ya! en el País Vasco frente al terrorismo de ETA si hubiesen preferido renunciar a sus derechos políticos a que les tildasen de derechistas? Y si oponerse a eso es de gente de derechas, ¿a qué viene tanto miedo a que te lo llamen?. ¿Qué podríamos hacer nosotros si sólo pudiésemos actuar en aquello en lo que el Gobierno nos diese su bendición?
Supongo que el primer paso para hallarte atrapado en el marco mental de la izquierda es desconectar tus opiniones de la realidad. En la manifestación de la Plaza de Colón, aunque había más gente de izquierdas en el escenario que entre el público, eran personas conscientes de su ciudadanía, de la comunidad política en la que viven. Gente con profesiones muy alejadas del mundo político a la que les preocupa lo que sucede en su país. No van a la manifestación obsesionados y acobardados en busca de fanáticos falangistas. Yo he ido a muchas manifestaciones y nunca he conseguido encontrarme con esa aguja en el pajar. Colón se llenó de personas que sólo a buscaban un hueco a la sombra para escuchar los discursos de los convocantes y apoyar con su humilde, pero poderosa presencia, las reivindicaciones que allí se hicieron. En España somos muchas las personas con una relación sana con los símbolos nacionales, por eso se guardó un riguroso silencio de respeto cuando sonó el himno nacional al finalizar la manifestación. Colón fue una fiesta de ciudadanos conscientes, pero sobre todo fue una exaltación de normalidad democrática.
Quien pretenda protestar frente a la izquierda sin pertenecer a ella, tiene sus derechos políticos fundamentales cercados, sin poder ejercerlos con normalidad
Algo que ha de llevarnos a reflexionar, y se pudo detectar en los días previos a la manifestación, es que quien pretenda protestar frente a la izquierda sin pertenecer a ella, tiene sus derechos políticos fundamentales cercados, sin poder ejercerlos con normalidad, salvo que se haga de la mano de una persona declarada históricamente de izquierdas. Y ni aún así, puesto que quienes defienden la libertad y la democracia por encima de ideologías partidistas es expulsado a la ultraderecha.
La izquierda necesita una oposición sin ideas ni convicciones, que ni denuncie mucho sus atropellos ni sea capaz de ganar elecciones. Necesita fundamentalmente que ella misma se sienta incompleta, con una tara de legitimidad para llevar a cabo acciones políticas democráticas contra la izquierda. Los complejos disfrazados de falsa e inútil moderación son los mejores aliados para mantener a la ciudadanía desmovilizada y a la izquierda segura en el poder.
Los moderados de las buenas causas
También se ha querido estigmatizar la protesta en la calle identificándola con la izquierda o la derecha radical. ¿Cuál es entonces el espacio en el que los ciudadanos pueden expresarse libremente según los autopercibidos como moderados? El hecho de que las personas se sientan cada vez más acorraladas a la hora de poder ejercer sus derechos con normalidad sin ser acusadas de radicales ultraderechistas provoca una reacción de rebeldía sana de la que no son conscientes muchos medios atrapados en la espiral de obsesiones radiada desde La Moncloa.
"He llegado a la conclusión de que aborrezco a los moderados de las buenas causas porque de hecho fomentan las malas", afirmó Fernando Savater, referente de todo demócrata, no porque venga de la izquierda, sino por su valentía y honestidad a la hora de defender nuestra condición como ciudadanos, que es la defensa de la democracia.