Todo español lleva dentro un Pepe Isbert interpretando al inolvidable alcalde de ese imaginario Villar del Río engalanado en el que los vecinos, cariacontecidos, veían pasar de largo la caravana estadounidense en la inolvidable tragicomedia Bienvenido Mister Marshall. Sí, reconozcámoslo, nuestra relación con Estados Unidos siempre será excesiva y fugaz, como corresponde a esa suerte de admiración/odio que les profesamos desde los años 30 del siglo pasado, cuando decidimos hacernos la guerra entre nosotros, no contra Hitler, y quedarnos fuera de su agenda y del foco internacional durante muchas décadas. Demasiadas.
Lo que el amigo americano mandó a este país exhausto y hambriento fueron solo las migajas de su plan de reconstrucción; a cambio, eso sí, de unas bases militares que Franco habría de entregar en 1953 a Dwight D. Eisenhower para vigilar la entrada oeste del Mediterráneo en plena guerra fría con la comunista Unión Soviética y que el presidente estadounidense premiaría con una escala no prevista en la todavía aislada España dentro de su gira europea de 1959... ¡seis años después!
Fin de una historia en la que ellos siempre han buscado su interés y nosotros su reconocimiento; fin de una historia a ratos sanchopancesca, a ratos quijotesca, que se parece mucho a esa otra tantas veces reflejada en la literatura y el cine sobre una aristócrata (la España imperial) venida a menos obligada a empeñar sus joyas (el territorio) para poder comer mientras sigue dándose importancia con tal de que los vecinos (Europa) no digan de ella y de la familia.
En las relaciones con EE.UU. ya hemos probado todos los registros: desde poner los pies encima de la mesa (Aznar) a no levantarnos ante su bandera (Zapatero), hasta el patetismo de aceptar una foto a la carrera para consumo electoral interno
Una España siempre vestida para el señorito con sus mejores galas -“al médico hay que ir bien vestido, pobres pero limpios”, decían las madres-, aparentando lo que ya no eres. Aún así, el complejo -sí, complejo, que no imagino yo a Ángela Merkel, menos aún al francés Emmanuel Macron en trance similar al de Sánchez- ha pasado por diferentes etapas.
Durante toda la década de los 80 y principios de los 90, Felipe González supo torear a las distintas administraciones que se sucedieron en la Casa Blanca hasta el punto de dejar que España celebrara en 1992 el quinto centenario de su existencia a la altura de la efeméride: con unos Juegos Olímpicos en Barcelona y una Expo en Sevilla... ¿O es que alguien cree que unos Juegos se celebran en un país que no quiera Washington?
¿Cuando se jodió el Perú ?, se preguntará, como el personaje de Vargas Llosa... pues probablemente con la guerra de Irak. En su afán por volver a poner a “España en el mundo” (sic), José María Aznar desató los peores demonios de ese antiamericanismo patrio siempre latente, a medio camino entre el desdén disciplicente de condesa arruinada contra el nuevo rico del Nuevo Mundo y la teoría del péndulo como forma de vida que tanto nos gusta.
O entregados al patetismo de quien hoy parece implorar una photo opportunity a la carrera para consumo interno, tal que Pedro Sánchez ante Joe Biden en la cumbre de la OTAN en Bruselas, o entregados a la zafiedad de poner los pies encima de la mesa delante de George W. Bush, como hizo Aznar durante una cumbre del G-8 en Canadá a la que fue de invitado. Se trataba de que los presidentes de Francia, Jacques Chirac, y Alemania, Gerard Schroeder, presentes en la escena, notaran que España había vuelto... de donde nunca se había ido, porque siglos de historia no se disuelven como un azucarillo.
No tenemos medida
En 2004 llegaría a La Moncloa José Luis Rodríguez Zapatero, que para compensar tanto pie y tanto puro Aznariano al calor de la chimenea en Camp David, ya había decidido arreglarlo no levantándose al paso de la bandera estadounidense un Día de la Fiesta Nacional de 2003. El socialista remató la faena sacando las tropas de Iraq el primer día de su mandato sin informar a su aliado; lo cual le pasó factura con Bush en sus últimos años... y también con Barack Obama y su entonces vicepresidente, Biden, con quienes la relación nunca fue todo lo fluida que esperaba el PSOE. Y luego llegó Mariano Rajoy... nada o casi.
En el fondo me pongo en su piel, en la de todos ellos. No sabría si aplaudir a los americanos cuando pasan de largo por Villar Del Río o abuchearles, agasajarles hasta el ridículo y más allá, o ignorarles... Algo de ese nuestro pecado original que es no saber estar nunca en el sitio y el momento adecuado latía en el espectáculo, chusco, que se pudo ver este lunes en Bruselas: un Sánchez a la búsqueda casi desesperada de medio minuto de gloria junto a Joe Biden aunque éste no haya tenido 30 segundos para telefonearle desde La Casa Blanca en los seis meses que lleva allí.
Y lo peor de todo es que parece que esos 30 segundos apresurados en los que se ve a un Biden confuso, fueron para justificar el error de trompetería sobre el “encuentro” fake entre los dos mandatarios que había puesto a circular La Moncloa
Y lo peor de todo para nuestro presidente es que parece que esos 30 segundos apresurados en los que se ve a un Biden confuso son solo para justificar el error de trompetería sobre el “encuentro” fake entre los dos mandatarios puesto a circular La Moncloa desde días antes; con lo fácil que hubiese resultado no decir nada, esperar a ver el desarrollo de la cumbre OTAN y luego sacar pecho del paseíllo, pues no. Los asesores presidenciales sacaron luego a Pedro Sánchez en rueda de prensa a intentar que no hiciéramos caso a nuestros ojos; a convencernos de que, en medio minuto, los dos habían hablado de la situación política en Latinoamérica, del acuerdo de Defensa España-EE.UU. y de la “agenda progresista” de Biden. Le faltó añadir el cambio climático al desaguisado.
Entiendo las urgencias electorales de los asesores de La Moncloa, que la semana pasada veían la ocasión pintiparada para, una vez derrotada Susana Díaz en las primarias socialista andaluzas, y digerida la protesta de la madrileña plaza de Colón este domingo contra los indultos a los líderes independentistas catalanes, comenzar la semana en curso remontando el vuelo presidencial... que lleva Sánchez cuatro meses -desde la fallida moción de censura en Murcia y el desastre del 4M en Madrid- para olvidar.
Pero las estrategias de imagen no deben hacer olvidar nunca que las formas en diplomacia son el fondo; más aún si cabe con la primera potencia mundial y cuando está por medio sin resolver la extraordinaria crisis entre los dos socios a orillas de la puerta oeste del Mediterraneo, Marruecos y España; tanto monta para la Administración estadounidense cualquiera que está sea.
A Biden, como a sus antecesores, le interesa que nuestro Pepe Isbert siga prorrogando el acuerdo de las bases militares y, como del resto de los socios europeos, que le ayude a contener la voracidad de un gigante chino que está poniendo en peligro la hegemonía estadounidense por primera vez en cien años. Sí lo hace así, si, por ejemplo, renuncia a entregar parte del 5G de las telecomunicaciones hispanas a Xi Jinping, el sucesor demócrata de Donald Trump se prestará a 19 reuniones y 500 fotos, parafraseando la célebre canción de Sabina... Lo demás es humo, fuegos fatuos que no evitarán a Sánchez futuras derrotas electorales como a la mejora pandémica no le siga otra económica. Al tiempo.