Por suerte aún quedan algunos guardianes de la civilización y practicantes de la resistencia a la desmemoria colectiva. Se niegan a tirar el pensamiento histórico al cubo de la papelera de la historia y reivindican la memoria en un momento en el que la sociedad está constituida por “desmemoriados funcionales” (José Carlos Llop). La desmemoria funcional permitiría que se pudiera negociar tranquilamente la libertad de los presos etarras a cambio de un puñado de votos. Es una desmemoria que interesa al poder y que interesa a Bildu para llevar ambos el agua a su molino.
En la "Declaración del 18 de octubre" leída por Arnaldo Otegi y Arkaitz Rodríguez se aludía a una "solución integral”, ese es el nombre de la compraventa. No permitieron preguntas, solo hubo aplausos. Los líderes de EH Bildu y de Sortu fueron aplaudidos tanto por el PSOE como por Podemos. Como bien advertía Jorge San Miguel, es “una coreografía que ya no sorprende a nadie”, pues el socialismo de España es una especie autóctona con su propio neolenguaje y su propia cultura del aplauso (aplausos, y logos con corazones y rosas).
La rectificación de Sánchez (ya no se canjearán presos por cinco votos) se debe solamente al cabreo de la ciudadanía y hasta de sus propios socios
Asesinatos, secuestros, extorsiones, miedo metido en el cuerpo y exilio. Y aún hay quienes justifican el terrorismo, lo embellecen con discursos patrióticos y moralistas y quienes participan activamente en la coreografía del perdón y el arrepentimiento. De este partido socialista ya no queda esperar ningún código moral, pues la ideología ha sustituido a los valores morales. La rectificación de Sánchez (ya no se canjearán presos por cinco votos) se debe solamente al cabreo de la ciudadanía y hasta de sus propios socios. El respeto a las víctimas ha dejado de imponerse.
Cada vez queda más claro que olvidar o excomulgar nuestro pasado reciente no significa abrirnos a la dimensión de un futuro utópico progresista. En realidad implica someternos sin resistencia hacia un apetito insaciable, voraz, de desarticulación de lo común, y ceder ante el chantaje de los nacionalismos. No podemos decir, como escribió Kundera, que nuestra democracia han sido “secuestrada”, pero sí que se ha vuelto un tanto anómala, pesada como una losa. El socialismo de la desmemoria selectiva es como una gran fábrica de relatos. Y aplausos, rosas y corazones.
Historia trágica y sórdida
Decía el actor y cineasta Jon Viar que no solo hay que condenar los crímenes (el terrorismo) sino también las ideas, “un delirio de pureza identitario, un delirio racista, de gente que cree que tiene derecho a decidir si levanta una frontera étnica”. El hecho de no condenar estas ideas anacrónicas basadas en criterios étnico-lingüísticos revela el nivel de anomalía democrática. Los resquicios del pasado aún subsisten, pero nadie se acuerda ya de las viejas formas, y cada vez se habla menos de las víctimas. Toda la historia de la banda terrorista se nos aparece trágica y sórdida: trágica porque hizo un daño irreparable, sórdida porque aún subsiste y resiste bajo un envoltorio de actor político.
La estructura distorsionada de valores junto con la desmemoria selectiva son características de nuestro socialismo autóctono. Sacrificar los valores democráticos por una ideología o monopolio del poder implica sacrificar todo un código moral, aniquilar el juicio personal a cambio de la imposición oficial de un relato de partido, y esto es lo que ahora acontece. La memoria o el perdón pertenecen a cada uno de nosotros, forman parte de nuestra identidad y no deben sernos arrebatados por ningún partido.