Por lo general, cuando un ciudadano enferma o muere antes de completar su ciclo vital natural, la patria se hace un poco más pequeña y débil. Y a la inversa: la patria se fortalece cada vez que se logra prevenir, aliviar o curar una enfermedad, salvar a alguien de un accidente, o que un niño nazca en condiciones óptimas. Esto se recuerda bien en los países en guerra, donde la importancia de cada uno de sus habitantes es palpable ante la escasez de recursos, especialmente humanos. Por desgracia, en los países en paz la perspectiva cambia con el tiempo, facilitando un particularismo de individuos aislados que piensan que despreocuparse del porvenir de la sociedad no les acarreará consecuencias negativas.
En España, muchos reconocen la relevancia de la demografía cuando miran la historia nacional y se preguntan lo que habrían podido hacer nuestros antepasados —a ambos lados del Atlántico— si hubieran sido más numerosos y estado más sanos: en el campo de la política, la economía, las ciencias, las artes o el deporte. Pero algunos, al llegar al presente, olvidan el valor de la salud colectiva, pues verían con buenos ojos un acceso a la sanidad restringido según el patrimonio del paciente. Flaco favor se haría a la bandera si a los encargados de portarla y defenderla se los desatendiera en su padecimiento.
La enfermedad es inevitable tarde o temprano, pero podemos elegir cómo reaccionar ante ella como grupo. Frente al mencionado particularismo —cada vez mayor en la era del capitalismo—, un sistema público de salud como el español es uno de los pocos espacios donde seguimos siendo auxiliados sin que nos pidan la tarjeta bancaria. Es una prueba de que los miembros de la comunidad política llamada España nos protegemos entre nosotros no por fruto de una transacción comercial, sino porque entendemos que es bueno tanto para la persona como para el conjunto, un pilar fundamental del bien común y de la continuidad de la nación. Excluir de ese cuidado social a los ciudadanos que menos tienen no solo los condena a ellos, con una peor salud o una muerte prematura, sino que empeora el funcionamiento de la colectividad al reducir el número de brazos sanos y fuertes e incrementar los que requieren asistencia.
Posibilidad de ahorro
Además de preguntarse si viven en sociedad o en medio de la selva, quienes utilizan como argumento el peso que tiene el gasto sanitario en los presupuestos del Estado deben saber que su ausencia no traerá una España más próspera; ni siquiera para los ricos, quienes tarde o temprano tendrán que salir al mundo real y toparse con las graves consecuencias que conlleva desentenderse de sus conciudadanos. Incluso si nos ceñimos al frío cálculo, no solo hay que fijarse en el perjuicio que sufre la economía de un país por la actividad perdida a causa de enfermedades y muertes evitables, sino también en la oportunidad de ahorro que representaría a medio y largo plazo una población más sana. Un potente sistema público de salud orientado a la prevención y a la atención temprana podría ser menos costoso que uno dedicado mayormente a resolver los problemas cuando ya se han manifestado agravados.
Tanto si lo hacemos por interés personal o por amor a la patria, tengamos presente aquello de que una cadena es tan fuerte como el más débil de sus eslabones. Para fortalecer a la nación española, cuidemos a todos sus integrantes.