El caso Cambridge Analytica-Facebook me ha traído a la memoria el ecosistema periodístico de los años ochenta del siglo pasado, cuando las noticias de primer orden en Estados Unidos (el atentado contra Reagan, aquellas vibrantes primarias que enfrentaron a Hart y Mondale, el Iran-Contra) llegaban a España con morosidad analógica. The Guardian y The New York Times publicaron la exclusiva en sus respectivas webs el sábado 17, y hasta el lunes 19 no aparecieron en España los primeros ecos, subsumidos (por no decir diluidos) en despachos de agencia y misceláneas de corresponsales. Nada de qué extrañarse, ya que de hacer caso a la información que publicaba uno de nuestros diarios de referencia, el rotativo británico que junto con el Times había divulgado las revelaciones de Christopher Wylie no era el The Observer (nombre que adopta The Guardian en domingo) sino el Titiritainas Observe. Por lo demás, y en lo que se refiere a las secciones de opinión, el 19 sólo los columnistas De la Serna y Espada abordaron el asunto. Hasta hoy (escribo el 21) no se ha producido el aluvión de análisis, reportajes y entrevistas que debía haberse producido días atrás, y al que Voz Populi y El Confidencial se avanzaron con sendas piezas de Marcos Sierra y Antonio Villarreal.
El limitado seguimiento de este asunto en España pone de manifiesto la devaluación del principio de jerarquía en la prensa de hoy"
El tema no sólo es importante por la conjetura de que la recolección fraudulenta de perfiles de Facebook pudo ser decisiva en la victoria de Trump (lo que está por demostrar), sino también por lo que tiene de revolución en los usos de la persuasión propagandística, y que se resume en la posibilidad de dirigir los mensajes no ya a grupos más o menos acotados, sino a individuos concretísimos. Cual si el buzoneo permitiera la opción de dejar a cada vecino una papeleta acorde con sus intereses y afinidades.
Sorprende, por ello, la inicial inapetencia con que nuestros medios, incluidas las radios y las televisiones, han tramitado la noticia. En contraste, sin ir más lejos, con el raudo, hiperbólico, coral y unánime tratamiento de filtraciones como la del Cablegate o Los Papeles de Panamá, supuestamente llamados a instaurar una nueva era en el periodismo y quién sabe si en las relaciones internacionales, y en cuya sobrerrepresentación (se trató, sobre todo, de un insólito espectáculo autorreferencial) pesó el inexplicable prestigio de lo alternativo. A esta clase de disfunciones, en suma, alude la devaluación del principio de jerarquía en la prensa de hoy.