Crónico perdedor de pronósticos, tengo discretamente asumida la conveniencia de abstenerme de vaticinar. A mi alrededor proliferan los augures esta temporada, sin embargo, sin duda respondiendo a la demanda creciente que ha disparado la extravagante situación política a que nos ha llevado el régimen sanchista. Nunca como ahora hemos vivido un episodio de inquietud como el presente ni había adquirido esta dimensión el ansia vehemente por descifrar el futuro de un Gobierno, agotada la confianza en el adagio machadiano que aseguraba que “no hay mal que cien años dure ni Gobierno que perdure”. Ya veremos.
El caso es que no hay día en que no nos alcance, ya sea el pronóstico optimista de quienes, por encima de toda prudencia, aseguran larga vida a la aventura de Sánchez, ya sea el agüero de algún impaciente que ve en el caos clamoroso en que nos encontramos razón sobrada para un inminente relevo de quien gobierna paradójicamente sin un apoyo siquiera razonable. Los primeros se y nos preguntan cómo podría perdurar un Gobierno que, junto a la discrepancia interna, debe negociar con sus socios día a día y pelotazo a pelotazo, urgido por la imposibilidad de cumplir sus compromisos, y que debe bregar sin pausa contra una opinión pública progresivamente adversa. Y frente a aquellos, los que, fingiéndose incapaces de ver u oír el rumor o incluso la bronca que no cesa, ven en esa misma debilidad la clave que asegura la incógnita. ¡Hay legislatura para rato!, asegura el amado líder y su mediático ejército de salvación; “este berenjenal no llega a las Navidades”, aseguran, por su parte, los guerrilleros. Pocas veces el diagnóstico político ha debido enfrentarse, como ahora, a una situación que es en sí misma un enigma dentro de un misterio.
Ni Sánchez puede sobrevivir sin ese auxilio mercenario ni esos prestamistas logreros ignoran que nadie más que él les garantiza esta sobrevenida era dorada que les ha permitido la constante puja
O acaso algo más elemental, como el hecho de que Sánchez no tiene realmente socios sino trajinantes que limitan implacablemente su apoyo al favor de quien por experiencia saben que no cabe fiarse, pero que, ay, es la única aldaba al alcance de todos ellos, del mismo modo que él es de sobra consciente de la índole venal de sus adhesiones. Ni Sánchez puede sobrevivir sin ese auxilio mercenario ni esos prestamistas logreros ignoran que nadie más que él les garantiza esta sobrevenida era dorada que les ha permitido la constante puja. Eso es todo y sobran las sociologías: no se trataría tanto de conjeturar la supervivencia del sanchismo sino de conocer el límite –fatal en última instancia-- de su capacidad de mantener tanto su manirrota estrategia de pagafantas como su catastrófico compromiso inconstitucional. Si se acaba esa pasta –la que, según la presidenta del Consejo de Estado, no es de nadie- o se planta la Justicia, se le acabó lo que se daba a la presunta maña política del “puto amo” y se les acabó también el festín a las minorías confabuladas con él. Pero ¿y mientras no se acabe? Pues mientras no se acabe sabe Dios lo que podrá resistir el viejo mapa de España, desgarrado por tantas manos rapaces. Porque la verdad es que estamos viviendo dentro de un círculo cerrado por efecto de las respectivas necesidades: la de un político de fortuna encumbrado por la propia indigencia de sus rivales. No lo pueden ni ver pero lo necesitan, no es nadie pero se ha hecho con el poder. Nunca esta democracia había estado tan en manos de los mercenarios.